La vida democrática de una nación como la Argentina está atravesada por un innumerable y contradictorio sistema de reglas y procedimientos que se asimilan a una percepción multiforme del significante “democracia”, al que el genial filósofo argentino Ernesto Laclau denominó como “significante vacío”, es decir, un concepto capaz de múltiples posibles lecturas que no se agotan en las simples formalidades corrientes a las que nos tiene (afortunadamente) acostumbrados este periodo que transcurre ininterrumpidamente desde 1983 hasta la fecha, sino que discurre en la historia viva de los pueblos, en las significaciones diversas que estos realizan del significante, muchas veces emparentados con ciertos “parecidos de familia” con algunas expresiones socialdemócratas de Europa, centro de exportación de profusos modos y hábitos de vida que supimos incorporar como un “habitus”, como un sistema de significaciones y prácticas estructurales y estructurantes de la vida social cotidiana y por tanto naturalizadas de nuestra sociedad argentina.