El proceso de repolitización de la sociedad, sin dudas va incorporando a nuevos militantes que se comprometen con el proceso transformador, cosa sin dudas muy destacable, pero también es necesario un debate profundo acerca de las formas y los métodos de construcción, ya que la inercia del pasado nos sigue atravesando.
Cuando la política se reducía a construir espacios para obtener beneficios solamente personales, no había lugar para todos ya que lo que se ponía en juego no era principalmente un proyecto de país, sino un interés meramente corporativo.
En el año 2001 tanto el denominado “Voto bronca” como el “Qué se vayan todos” fueron una clara muestra de repudio a esas prácticas, que produjo por cierto una crisis de representación y de hegemonía, que con la llegada de Néstor Kirchner a la Rosada en 2003 comenzó a revertirse paulatinamente, pero que aún sigue abierta. El rechazo en las PASO a propuestas electorales como la de Duhalde, son una muestra cabal de todo eso.
Prácticas como la rosca, el aparateo, el hecho consumado, son resabios de un arcaísmo político hoy totalmente deslegitimado. Hacer reuniones paralelas o reducidas a espaldas de otros, solamente podrían tener sentido si el objetivo fuera “La Revolución”, cuando de lo que se trata es de aislar a contrarrevolucionarios. En otros tiempos se hablaba de Justicia Revolucionaria. Sin dudas hoy no se trata de eso, ya que estamos viviendo otros tiempos, donde es necesario consolidar el paradigma democrático y a la vez profundizarlo, hacia mecanismos que no sean solamente de delegación.
Construir fuerzas amplias necesariamente no pueden preestablecer conducciones inamovibles, sino que estas se pongan en juego permanentemente a riesgo de perderse. Ese es el juego de la política, al menos de la transformadora, a saber, crear relaciones de fuerza aptas para el cambio social como sujetos colectivos, y prevenir permanentemente la inercia del pasado expresada en esos viejos métodos ya descritos.
Superar principalmente el hacer de la política un intento de reproducción de la competencia y el posicionamiento personal, es una tarea imprescindible, donde pareciera muy evidente combatir aquella concepción freudiana del “narcisismo de las pequeñas diferencias”. La unidad siempre es socavada por la concurrencia, y si bien los planteos de horizontalidad tienen mucho de utopía, es necesario plantearlos como respeto a los que comparten un mismo espacio, a sabiendas de que no es fácil lograrlo, y que se debe estar atentos a que el pasado no se presentifique sin que nadie lo perciba.
Es una tarea ardua, pero de lo que se trata es del combate cultural.