El Terraplén Costero. Comentario sobre la nota aparecida en Miradas al Sur de O. Drozd y W. Barboza.

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Griselda Eustratenko

Por primera vez, el fin de semana, recorrí en toda su extensión esta obra impactante que más allá de su magnificencia, nos permite reencontrarnos con nuestra identidad paisajística, el monte del Río Santiago.
Un paisaje olvidado e ignorado, porque nuestra ciudad se jugó de espaldas al río, y puso su mirada hacia la ciudad capital, ya sea por intereses políticos y / o económicos. Terrenos aluvionales cuya formación geológica data de unos 7000 años lugar, donde en aquellos tiempos se hallaba el mar, que se extendía hasta lo que hoy conocemos como la avenida 122, considerada ésta como el primer escalón del Río de La Plata.
Los “misterios” parecen develarse; y nuestras miradas redescubren las potencialidades de su fauna, su flora, sus arroyos y zanjillas, que enmarcan rincones de inmemorial belleza, donde se advierte la mano del hombre, del montaraz, que no sé cuándo se vio obligado a emigrar, abandonándolo todo, porque el río, todo, lo devoraba.
Blancos y rosados ciruelos florecidos son maravillosos testigos, y testimonio contundente del trabajo, del esfuerzo de aquellos obreros, nuestros abuelos, que supieron amarrar sus sueños a la tierra y a la naturaleza, aun cuando nadie los protegiera, y el agua les llevara los frutos. Entre ellos nuestro abanderado Raúl Filgueira, quien no alcanzó a disfrutarlo, pero que desde los inicios de la obra, y desde siempre, acompañó, creyó y luchó por su construcción.
Desde la calle 66, Juan Domingo Perón, hasta la 12, Punta Arenas, donde salí a la avenida Montevideo, vi transitar caminando, en bicicletas, en cuatricíclos, en motos y autos, a muchísimos vecinos, quienes estimo disfrutaron como yo del recorrido.
Advertí con enojo y dolor, la desidia de quienes todavía no entendieron, y seguramente, nunca se inundaron, ni les importa el sufrimiento de nadie, ni la memoria del esfuerzo colectivo; ni nada. Inescrupulosos que arrojaron restos de basura, la mugre que nadie merece e indigna, sobre el lugar que hasta entonces permanecía en estado natural, y cerrado a todo acceso.
Si me lo permiten, los convoco a todos los que amamos a Berisso; por la singularidad solidaria de su gente, que supo poner cada adoquín mucho antes de que llegara el asfalto con las manos, el hombro y el sudor de todos; a defender, proteger y cuidar de lo nuestro, no sólo por el honroso sacrificio de los que ya no están, sino porque se lo debemos a ellos, que somos nosotros, y a los hijos de nuestros hijos.
De la ingeniería nada puedo decir, hablarán quienes abordaron con el compromiso de su gestión, y conocimiento, la tan necesaria construcción de la Defensa Costera, que llevará el nombre del querido compañero, nuestro hermano, que lo hiciera posible: Néstor Kirchner.
Gracias a los compañeros Osvaldo Drozd y Walter Barboza por la difusión y el compromiso.

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