Una cosa son periodistas como Emilio Jáuregui y otra como Mariano Grondona

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Ayer hubo muchos saludos por el Día del Periodista. Así en general, como si el oficio englobara a todos. Hay periodistas buenos y tipos que trabajan para los negocios de monopolios. Por eso acá se ponen dos ejemplos opuestos por el vértice.

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La Arena

Las definiciones suelen estar dentro de uno pero, cuando hay una interrogación directa, salen a la superficie. Eso pasó ayer, cuando me reportearon Omar Zanarini y Antonella, de Radio Gráfica de la Capital Federal, a propósito de la nota sobre el giro pro OTAN del colombiano Juan M. Santos. Zanarini me felicitó por el Día del Periodista y me pidió una reflexión. Al contestarle, empezó a bosquejarse esta nota. Le dije que habría que deslindar, porque una cosa eran trabajadores de prensa honestos, como muchos, y varios con un compromiso militante, como Rodolfo Walsh y Emilio Mariano Jáuregui, y otra cosa son los que defienden a los monopolios.

En ese momento no hice nombres pero estaba pensando en Mariano Grondona y Jorge Lanata, para hablar de dos íconos al servicio de grandes patronales y causas políticas no democráticas. Ese «periodismo» ha sido un ariete mediático para embestir contra la ley de medios de la democracia, lamentablemente secuestrada en varias de sus partes en los pasillos y sótanos de Tribunales. A esa ley la han convertido, por obra de Clarín, en una presa política durante casi cuatro años.

Refiriéndose a esa clase de bichos, mi entrevistador Zanarini, citando a Arturo Jauretche, dijo que «son unos cagatintas». Puede ser. Ensucian a todos y también al periodismo; muchas veces sobre todo por una cuestión de plata.

Dos extremos.

El 12 de junio a la tarde, la Fatpren colocará balsosas frente a «La Nación», en Bouchard y Tucumán, en recuerdo de Jáuregui y otros desaparecidos. Ayer se hizo otro tanto en la vereda de Clarín, por los colegas víctimas del terrorismo de Estado que trabajaron en ese medio.

Un claro contraste. Por un lado muchos desaparecidos de esos dos diarios. En el conjunto de medios, hubo una lista de 106 (86 desaparecidos y 20 asesinados), según mi nota en LA ARENA (8/6/2004).

Y por otro lado, Ernestina Herrera de Noble y Bartolomé Mitre, cabezas de los dos emporios periodísticos emparentados con la dictadura militar-cívica, cortando las cintas de Papel Prensa junto con Jorge Rafael Videla. Es de esperar que la justicia recupere las décadas atrasadas y avance con la causa, para juzgar y condenar a esos apropiadores que tomaron Papeo Prensa basándose en el secuestro, torturas y violaciones a la familia Graiver, la propietaria.

Son dos extremos. En uno están los 106 colegas que perdieron la vida por el terrorismo de Estado. Y en el otro los propietarios de esos medios que crecieron a la sombra del «Proceso de Reorganización Nacional» y fueron tan cómplices que tuvieron roces cuando la Sociedad Interamericana de Prensa les dio algún inmerecido premio (no lo fueron a retirar disconformes con aquella entidad, interesada en la situación de Jacobo Timerman, ex director de La Opinión, liberado tras cautiverio ilegal y torturas).

Emilio Jáuregui.

Se toma a Rodolfo Walsh como referente del periodismo comprometido y revolucionario. Y bien merecido es esa consideración para con el co-fundador de la agencia Prensa Latina, director del periódico de la CGT de los Argentinos, escritor de tan buenos libros como «Operación Masacre» y luchador montonero contra la dictadura de Videla, cuando fundó la agencia de noticias clandestina (Ancla). Su Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar, del 24 de marzo de 1977, es una pieza antológica de ese periodismo y a la vez bien fundamentado y mejor expresado.

Por eso hoy no es tan necesario citarlo al asesinado por la patota de la ESMA sino a un compañero de lucha suyo que compartió el trabajo de comunicación en la CGT de los Argentinos. Me refiero a Emilio Mariano Jáuregui, que fue secretario general de la FATPREN (Federación Argentina de Trabajadores de Prensa), el primer sindicato intervenido por el onganiato en 1966.

Jáuregui impugnó con valentía a la conducción colaboracionista de Augusto T. Vandor en la CGT, la que había «desensillado hasta que aclare» según orientación del general Perón. En los Confederales de la CGT enfrentó al vandorismo y apoyó el Congreso «Amado Olmos», donde nació la rama combativa encabezada por Raimundo Ongaro. Esta alentó las huelgas de petroleros, gráficos, azucareros, portuarios, etc, pavimentando la ruta hacia el Cordobazo de 1969.

Producida esa rebelión popular, Jáuregui pidió su incorporación a Vanguardia Comunista (actual Partido de la Liberación), formalizándola ante Roberto Cristina y Elías Semán. Un mes más tarde, el 27 de junio de 1969, a la salida de una manifestación de protesta por la visita de Nelson Rockefeller, fue asesinado a tiros por la Federal en la esquina de Tucumán y Anchorena, cuando tenía 29 años. Cristina y Semán fueron desaparecidos en agosto de 1978 en «El Vesubio».

Cuna de oro, militancia de calle.

Emilio había nacido en cuna de oro. Venía de una familia oligárquica y antecedentes patricios, emparentada con Vicente López y Planes, autor del Himno. Su padre era diplomático de la «Revolución Fusiladora» y un furioso antiperonista.

Por esos antecedentes familiares entró a trabajar en «La Nación» donde tenía una promisoria carrera. Pero se empezó a «desviar» hacia la izquierda, primero estuvo en la Federación Juvenil Comunista-PC de donde luego fue expulsado por «ultra-izquierdista». Y pasó a una militancia con sectores peronistas revolucionarios y cristianos de liberación, simpatizantes de Cuba.

Estando en «Gaceta Ganadera», el joven tuvo una ocurrencia fatal, según relató su amigo Eduardo Jozami, en el acto de junio de 2011, cuando FATPREN y Barrios por la Memoria colocaron una baldosa con su nombre en Tucumán y Anchorena. Escuché allí a Jozami relatar que Emilio había sido despedido del diario por haber impulsado la elección de delegados para una comisión interna. Eso era un delito para Bartolo Mitre y sigue siéndolo para Héctor Magnetto en Clarín, aunque los trabajadores de todos modos se las ingenian para elegir sus representantes, aún en la calle.

¿Cómo y quiénes mataron a Jáuregui? En el libro de Américo Soto, «Vidas y luchas de VC» (2004), se lee: «fue a las 8 de la noche del 27 de junio de 1966 y su verdugo fue identificado como el agente de la PFA, Jelevic. Los que mandaron a los asesinos eran todos generales: Mario Fonseca, el jefe de la Federal, el Ministro del Interior, Francisco Imaz y el titular de la SIDE, Eduardo Señoranz».

Mariano, el estanciero.

Se puede graficar lo que un periodista no debería ser con Mariano Grondona. Columnista de «La Nación» desde hace décadas, nunca fue ni será despedido pues no sólo no propone delegados combativos sino que acuerda con los propósitos generales y particulares del grupo empresario.

Si Jáuregui fue asesinado por Onganía, Grondona apoyó a este general y su línea «azul» dentro del Ejército, desde cuatro años antes del putsch. Fue el escribidor del tristemente célebre «Comunicado 150» de los generales, en 1962, con lo que éstos optaron por un retorno a la «constitucionalidad» muy proscriptiva, que dio lugar al gobierno de Arturo Illia y poco después al golpe y la mal llamada «Revolución Argentina».

En Primera Plana, Confirmado y otros, Grondona estigmatizó a Illia y favoreció la interrupción de la legalidad. En Primera Plana del 30 de junio de 1966, afirmó que «Illia no comprendió que las FF AA, dándole el gobierno, retenían el poder. El gobierno y el poder se reconcilian, y la Nación recobra su destino». Onganía intervino las universidades y apaleó docentes y estudiantes con la «Noche de los bastones largos». Para Grondona, «el gobierno aseguró la disciplina y orden del trabajo universitario».

Siguió con esa doctrina tipo Sociedad Rural. Saludó el golpe fascista de 1976 y dirigió entre 1978 y 1995 la revista latinoamericana (léase norteamericana) Visión, con simpatías y financiamiento del somocismo. En abril de 1978 seguía valorando el golpe de Videla, como lo testimonió en su revista Carta Política: «(…) el pronunciamiento militar del 24 de marzo, sus decisiones e instituciones fundamentales. No los pongamos en duda hacia el futuro. Elaboremos a partir de ellos el futuro. Que la república civil nazca entonces de la república militar, sin solución de continuidad. Que no haga falta ningún referéndum ni plebiscito ni reforma constitucional para saltar hacia una legitimidad distinta del acto revolucionario del 24 de marzo».

También defendió a genocidas como Augusto Pinochet, de quien dijo el 10 de diciembre de 2006, en «Hora Clave»: «si no fuera por Pinochet, Chile sería Cuba». Plagiaba al mismo chacal, del que se copiaron Videla y Menéndez en sus alegatos en los juicios por delitos de lesa humanidad.

No todas fueron flores para el ex coequiper de Bernardo Neustadt. En noviembre de 2005 Grondona tuvo dos malas noticias: primero, Néstor Kirchner y Hugo Chávez enterraron el ALCA en Mar del Plata. Y a fines de ese mes unos cacos robaron en su estancia en Pehuajó, incluyendo medallas de oro de la Sociedad Rural de la que es socio y expositor que ganó premios con caballos de raza.

Ex Comando Civil, Grondona debería festejar en Pehuajó el 24 de marzo y no el 7 de junio.

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