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Moyano arenga, está enojado, fastidioso. Está claro, la relación con el gobierno nacional no ha sido de lo  mejor en estos últimos meses. Temas pendientes: la suba en el monto del mínimo no imponible del impuesto a las ganancias que pagan los trabajadores argentinos, la participación de los trabajadores en la distribución de las ganancias de las compañías radicadas en el país, los pisos para la discusión salarial en las paritarias, la deuda que el estado nacional mantiene con las obras sociales. Una agenda nutrida que genera fuertes contradicciones a un gobierno ávido de recaudar fondos y unas empresas que miran con desconfianza la implementación de medidas de esta naturaleza. Son las contradicciones propias de la etapa que vive este cambio de época. Atravesadas por la escasa participación que tuvieron los trabajadores en las listas de candidatos del Frente para la Victoria o de las fuertes pugnas por acumular mayor poder político.

Desde sus orígenes el peronismo ha estado ceñido a las encrucijadas que le plantea su futuro en el corto, mediano y largo plazo. No es novedosa una confrontación de este tipo, ni la existencia de otra central sindical alternativa. El profesor Julio Godio hubiera dado buena cuenta de esta disputa. En sus trabajos historiográficos sobre le movimiento obrero en la Argentina desarrollaba claramente los profundos debates que la clase trabajadora argentina tuvo en sus génesis, respecto de crear organizaciones sindicales autónomas de los partidos políticos o quedar bajo el encuadramiento orgánico de alguna fuerza política. Anarquistas, comunistas, socialistas, radicales, más tarde el peronismo, son emergentes políticos que atraviesan las discusiones y debates desde comienzos del siglo XX hasta la constitución de la CGT como tal.

Sus particiones tampoco son novedad. La experiencia de la CGT de los Argentinos en la década del 60, la CTA en el presente, es la resultante de los debates que todavía anidan al interior del movimiento obrero en la argentina. Por eso no debería asombrar la dureza con la que Moyano se refirió al Partido Justicialista calificándolo de “cáscara vacía”. Al que le quepa el sayo que se lo ponga. Ser afiliado, miembro o integrante del PJ no es condición necesaria para definirse peronista. De hecho esta fuerza política se ha nutrido de cuadros provenientes de distintas corrientes ideológicas y políticas, en la medida en que este movimiento se fue constituyendo en un verdadero movimiento popular y de masas. Ello implica la conformación de una matriz que no exige de códigos genéticos o estudios de ADN.

Sin embargo ello dará letra a quienes abrevan la necesidad de profundizar rupturas, quiebres, o tensiones, que permitan torcer el rumbo del proceso político que vive el país. Moyano es ducho en estas lides y sabe con certeza hasta dónde debe tensar la cuerda. En su discurso recogió y devolvió con claridad definiciones sobre las que Cristina había avanzado al calificar a las huelgas de “extorsivas”, si se abusaba de ella como una herramienta de negociación. También entiende que no faltarán los campeones del oportunismo para llevar agua para su molino. Ello es casi el A,B,C de la política.

No es que el gobierno de Perón haya sido mejor que el de Néstor o Cristina. Fueron cosas totalmente distintas ocurridas en momentos distintos de la historia del país y el mundo. Forzar una comparación de este tipo es pretender comparar las guerras por la independencia del siglo XIX, con las luchas por la liberación nacional en los países del tercer mundo ocurridas en la década del sesenta.

Moyano, con olfato político, no pone en duda la orientación del modelo. Pero deja entrever su mal humor por la ausencia importante, su hijo es la excepción, de dirigentes sindicales en la lista de Cristina. Allí desliza una frase que suena con claridad: “Cuando se habla del 54% que sacó la Presidenta, que recuerden que más del 50% de ese porcentaje es de ustedes. Que no se equivoquen, no son sólo de los chicos bien , son de los trabajadores.”

Los destinatarios, no caben dudas, son los sectores más dinámicos del proceso político. Tener un componente de esta naturaleza es sano. Arriesgar una hipótesis que reedite la puja generacional de los años 70, es incorrecto y no contribuye a fortalecer la unidad de un espacio político que logró revertir el proceso de distribución regresiva del ingreso implementado a comienzos del año 1976 por la dictadura militar.

Moyano no rompió, aunque da señales inequívocas de su intención de avanzar. Por ahora el equilibrio es estable.

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