El acto de entrega de certificados es quizás uno de los actos de reconocimiento más importantes para una persona que ha sufrido en carne propia los procesos de vulnerabilización en el acceso y disfrute de derechos. En este caso, es la celebración pública del derecho a la formación. Es la celebración de un derecho y de una responsabilidad asumida por los ciudadanos y ciudadanas, por las organizaciones que organizan los cursos y por el Estado Nacional, a partir de la implementación de políticas activas de empleo.
A estas personas, el mercado, en particular el mercado de trabajo, busca invisibilizarlos (no me parece adecuado usar la palabra desaparecerlos, ya que banalizaría el concepto de desaparecido, contribuyendo a que pierda su significado más profundo). Invisibilizarlos para los demás y para sí mismos. Los espacios de opacidad donde los envía el mercado tienen como pretensión inhabilitarlos para que ellos mismos puedan tomar conciencia de lo que son capaces de hacer, dónde hacerlo, cómo, con quién.
La entrega de certificados es un ACTO público que busca revertir esta situación de opacidad, de vulnerabilidad. Quienes reciben un certificado así lo perciben. Para ellos es un reconocimiento público de lo que hicieron frente a sus familiares (por eso suelen ir acompañados por hijos/as, madres, suegras, padres, hermanos/as, amigos/as, etc.). Tienen finalmente algo que mostrar, de lo que sentirse orgullosos frente a los suyos y frente a quienes lo hicieron posible. Podemos decir que son actos donde la gente se muestra con orgullo, con dignidad, con derechos, con responsabilidad.
Estos actos de entrega de certificados de cursos de formación continua tienen en el docente una figura central. Por tal motivo, es importante que el docente del curso sea el que entregue el certificado y con quien pueda sacarse una foto. El docente es quien acompañó este proceso de formación, quién lo estimuló, le demandó y generó un lazo que posiblemente se convierta en la referencia más directa al Centro. Es la persona con quien se sienten cómodos y con quienes estarían orgullosos de tener una foto.
Por otra parte, el tema de sacarse una foto con el docente, con su familia, mostrando su certificado es una forma de «aparecer» (y aquí quiero usar este concepto con todo respeto).
El Centro Ex Olimpo tiene las fotos de los desaparecidos como un ejercicio de memoria, de no olvido. Hoy es tiempo que estas instituciones también tengan la foto de los «aparecidos». En ningún lugar como estos se hacen presentes los desaparecidos, ya que acompañan “en ausencia” a estos aparecidos a partir del derecho ejercido. Un derecho ejercido en el lugar donde todos los derechos fueron violados. Un derecho cobra vida de esta manera, y se convierte en un ejercicio de la memoria y de creación de una identidad por la que otros lucharon y murieron, por la que nosotros luchamos en el día a día.
El tema de las fotos de quienes reciben un certificado debe acompañar a las fotos de los desaparecidos, las fotos de los egresados del Centro Julio Lareau debe acompañar las fotos de quienes fueron privados de su derecho a la vida, de quienes fueron torturados dentro del Ex Olimpo, actual sede del Centro. Juntos hacen de la memoria vida, y nos permite seguir sin olvido.
Por último, recuerdo un cuento de Inodoro Pereyra donde él y la Eulogia salían de escuchar cuentos de aparecidos; Eulogía comentaba el miedo que le provocaban esos cuentos e Inodoro le contaba que a él más le asustaban los cuentos de desaparecidos… En fin algo de revertir esta anécdota, por lo menos para mi se puso en juego el viernes con los egresados y egresadas del “Centro de Formación Continua Julio Lareu” del Ex Centro de Detención, Tortura y Desaparición de Personas “Olimpo”.
*Dirección de Fortalecimiento Institucional- Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social