En las presidenciales de 2015 cabe la posibilidad de que el kirchnerismo no continúe en el gobierno. Que gobernará el peronismo sí es seguro. La no continuidad sería seguramente un retroceso, ya que mucho de los logros de los últimos diez años, se podrían perder. Por este motivo la institucionalización del proyecto en curso, es una deuda, sería lo que permitiría un no retroceso a estadios anteriores. Tal vez para mucho de la base que hoy dice responder a la presidenta, principalmente la encuadrada en el peronismo clásico, todo esto no sea trascendente, ya que el peronismo continuará.
Habría que separar a la paja del trigo. En los primeros sondeos sobre intención de voto en la provincia de Bs. As. para las PASO, aparece el intendente de Tigre Sergio Massa con una diferencia de el 10 % sobre el Frente para la Victoria, y si le sumamos la candidatura de Francisco De Narváez, el peronismo alcanzaría un porcentaje de más del 70 % de los votos. Pero si nos atenemos a alguna definición del vicegobernador Gabriel Mariotto, no se puede ser peronista sin ser kirchnerista, y a la vez pueden ser kirchneristas muchos no peronistas. Esto si bien puede ser una declaración de principios no es tenido en cuenta por el sentido común peronista, ese que reina en las bases municipales principalmente y en esa red compleja que es el Partido Justicialista. Si bien alguna vez Perón dijo que “para un argentino no hay nada mejor que otro argentino” en la práctica sigue teniendo más vigencia el “que para un peronista no hay nada mejor que otro peronista” y eso en el folklore se expresa también como que no existe el “peronómetro”, un extraño medidor de quién es más peronista que otro. De esta forma el más del 70 % vale.
Se habla mucho de un retorno a la política, de una repolitización de la sociedad, pero cuando se plantea el marketing, la clase de candidatos que más simpatías generan en gran parte de la sociedad, son aquellos que juegan a simular algo así como estar más allá de los enfrentamientos. De estos últimos se ha construido cierta paradigma que para el que escribe se sostiene nada más que en una relativa virtualidad, a saber, el de la sociedad dividida y polarizada. La crisis de representación que se produjo principalmente a partir de 2001, no fue una manifestación de antipolítica, sino una crisis de la política entendida en los marcos rigurosos de la ideología jurídica imperante, es decir una crisis de las estructuras partidarias, y la perdida de confianza de las mayorías hacia ese tipo de organizaciones en las que el Estado también quedó cuestionado. Hay que admitir que el neoliberalismo también fue patrocinante de esa fe quebrada, con su reiterada crítica hacia lo estatal.
No se puede decir que todo el movimiento social emergente durante las jornadas de diciembre de 2001 fuera algo completamente espontáneo, ya que en él concurrían diversos grupos políticos principalmente de la izquierda tanto social como partidaria, muchos de los cuales en 2003 confluirían en el kirchnerismo, y gran parte de los que no, proseguirían un tipo de militancia que nunca pudo articular una alternativa política a la crisis, y esto debido a ciertas desviaciones del espacio de la izquierda argentina, como a la persistencia del peronismo como una masa nada despreciable de construcción tanto territorial como sindical. Ambos fenómenos: la debilidad de la izquierda como la fuerza del peronismo son elementos dialécticamente recíprocos.
Si bien el kirchnerismo trajo un aire fresco, creando posibilidades inmejorables para la militancia comprometida, tanto oficialista como no, hoy es posible observar que la sociedad en general no se ha politizado tanto, que no desbordan los trabajos de base, y que los seudos debates, entre los que dicen que “en el gobierno se roban todo” y los que lo defienden ciegamente, no hay una actitud crítica, de poner en la balanza los logros y lo que todavía falta. Tal vez aún no sean los tiempos indicados, ya sea porque a las mayorías les interesan más otros aspectos de lo cotidiano que la política, o porque aún no vean que la solución a los problemas no viene un Mesías a resolvérselos, sino que es la propia actividad la única que podría lograrlo.
Si se tuvieran en cuenta algunas de las cosas planteadas, el debate acerca de la candidatura de Sergio Massa, o la que no fue de Daniel Scioli, serían completamente superfluas.