El archivero Lindhorst y una modernidad que no muere

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Por Osvaldo Drozd 

No de forma azarosa Ingmar Bergman en La Hora del Lobo (Vargtimmen) introduce en una de las secuencias del film, una referencia a la ópera La Flauta Mágica (Die Zauberflöte) de Mozart. Es probable que mucha de la significación de la segunda, esté involucrada en la primera. Una pequeña escena en la película resultaría así el indicador preciso de cómo el texto de la ópera, actúa como materia prima argumentativa. Uno de los personajes, o más bien uno de los espectros, el archivero Lindhorst luego de la cena en la que se agasajara al pintor Johan Börg y su joven esposa Alma, invita a todos los presentes a una sesión de marionetas. En ella el archivero escenifica esa parte de la ópera de Mozart en la cual se puede encontrar el señuelo señalado. No resulta un dato menor, señalar que, el archivero Lindhorst toma su nombre de uno de los cuentos más célebres de E. T. A. Hoffmann. En El caldero de oro (Der goldene Topf) que lleva como subtítulo “Un cuento de hadas moderno“, es donde el narrador fantástico introduce a ese personaje. Recordemos también que Hoffmann cambia su tercer nombre que era Wilhelm por el de Amadeus en honor a Mozart. El escritor alemán fue un excelente dibujante (como Börg) y dicen que un frustrado músico, que interpretaba a la maravilla las obras de Mozart. Pareciera que la genialidad musical la hubiera trasladado a sus cuentos fantásticos.

El archivero Lindhorst en Vargtimmen señala una frase de Tamino en La Flauta Mágica. “Oh larga noche, podré alguna vez ver la luz“, se preguntaba quien tenía destinada como mujer a Pamina, la hija de la reina de la noche y el señor de la luz. El coro le respondía que sí. “Pronto, pronto joven, o nunca“, a lo que Tamino interrogaba si Pamina aún vivía, y el coro le respondía también que sí. Curiosa resulta la respuesta, eso será pronto o nunca, respuesta que introduce una cierta temporalidad que desafía a lo que en la obra figuraba como un destino. Los dioses le habían destinado a Tamino, como mujer, a la hija de la confrontación entre la luz y la oscuridad. Pero ahí ya no se trataba del destino como en la tragedia griega, un destino inexorable mediado por el pathos sino de un destino contingente, probable pero, no inevitable ni inapelable. En este sentido tanto Mozart como Hoffmann nacidos en la segunda década del S XVIII plantearán al destino como tesis, como probabilidad. Bergman en los ’60 del S XX lo irá a rescatar como una hipótesis valedera, una hipótesis fundante de la modernidad y la vanguardia, que más allá de los cuestionamientos realizados por los posmodernos, aún es posible mantener como agenda válida.

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