Confundir la realidad política con los anhelos constituye una patología que afecta severamente a la derecha, tanto venezolana como internacional, en relación al proceso bolivariano. Ocurrió durante las elecciones del 7 de octubre de 2012, cuando se vaticinó un ajustado resultado que fue desmentido con la amplia victoria de Hugo Chávez frente a Henrique Capriles. Se repitió en diciembre, durante los comicios regionales, cuando la enfermedad del jefe del Estado hizo pensar a los opositores que podrían recomponerse del varapalo de las presidenciales y terminaron perdiendo más de lo esperado frente a los candidatos del PSUV. Ahora que la convalecencia de Chávez lo mantiene alejado de Caracas y con el proceso de toma de posesión en el aire, estas mismas dinámicas han recobrado fuerza, con un intento de vender una apocalíptica situación política en el país caribeño y una apuesta decidida por el desgaste de un Gobierno que todavía no ha tomado posesión. En este contexto, los incesantes análisis que hablan de divisiones en el seno del chavismo no buscan sino echar leña al fuego de la inestabilidad.
En Venezuela existe un panorama complicado. No se puede negar. Pero esto no se acomoda a lo que las principales voces internacionales pretenden vender. Nuevamente, las expectativas de quienes han llegado a calificar como «oportunidad» la grave enfermedad de Chávez no concuerdan con la realidad que se vive en el país caribeño.
No se puede negar que la situación que sufre el presidente Hugo Chávez es complicada y supone un punto y aparte en el futuro de Venezuela. La identificación popular con el jefe de Estado va más allá del simple liderazgo del país. Y a pesar de ello, la pretendida imagen de crisis institucional lanzada por los miembros de la opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD) y seguida a rajatabla por buena parte de la prensa internacional obedece a un nuevo intento de moldear la realidad.
«La oposición y sus medios están intentando crear desestabilización», señalaba ayer a GARA Yoel Capriles, miembro de los consejos comunales y uno de los encargados de tomar juramento al jefe de la Asamblea venezolana, Diosdado Cabello. La clave es la palabra «transición». Desde las filas del frente antichavista se intenta transmitir la sensación de catástrofe, en la línea de la campaña lanzada durante elecciones. Los seguidores de Henrique Capriles (que salvó la papeleta imponiéndose en el estado de Miranda) se han aferrado hábil- mente a ese término buscando transmitir lo que no lograron a través de las urnas. Tras ser ampliamente derrotados, hablan ahora de esa «transición» apelando al concepto de unidad, tratando de reubicar el debate hacia una estabilidad que ya estaba garantizada por la mayoría.
En realidad, la postura de la oposición no pasa de ser fuego de artificio. Tomando en cuenta el mayoritario apoyo logrado por el proyecto bolivariano, lo realmente relevante es cómo va a afectar la salud de Hugo Chávez a un proceso que ha marcado la evolución regional en los últimos diez años. Nuevamente, aquí encontramos términos que entremezclan las realidades. Por una parte se hallan las cuestiones técnicas que afectan a la toma de posesión. Es decir, si Chávez será o no investido el próximo jueves. De fondo, lo que los opositores tratan de poner en cuestión es la pervivencia de todo el sistema.
Durante las últimas semanas se han sucedido los rumores sobre qué ocurrirá a partir del próximo día 10, fecha en la que Chávez debería de jurar su cargo. Parece evidente que no estará en condiciones de estar presente en Caracas. Sin embargo, eso no implica que el Gobierno deje de ejercer y se barajan varias opciones que permitan que siga en el cargo pese a no cumplir con lo que Nicolás Maduro ya ha calificado como «formalidad».
Existen varias alternativas legales para seguir adelante pese a la enfermedad de Chávez. La primera, que jure su cargo en La Habana. Esto sería posible si se desplaza hasta Cuba la sala constitucional del Tribunal Supremo. La segunda, que se alargase el permiso otorgado por la asamblea para ausentarse del país y se permitiese que Chávez tomase posesión más tarde.
También existe una tercera opción, la de declarar la «falta absoluta», aunque solo se baraja en caso de que Chávez no pueda hacer frente a la enfermedad. Si el presidente muriese, deberían convocarse nuevas elecciones.
La pregunta es ¿existe un chavismo sin Chávez? Como dice el investigador Iñigo Errejón, «el chavismo sigue siendo la fuerza mayoritaria en el país». No se puede obviar la importancia de la figura de un líder que ha simbolizado el despertar de un polo latinoamericano. No obstante, como señala Juan Contreras, portavoz de la Coordinadora Simón Bolívar, uno de los núcleos más organizados del barrio del 23 de Enero de Caracas, «hay un pueblo consciente que tiene claro que no quiere volver atrás». Es probable que el empeoramiento de la salud de Chávez no entrase en los cálculos de la administración bolivariana. Pero no implica que las promesas de «profundización» en la revolución hayan quedado aparcadas.
Quizás por eso, una de las ideas-fuerza promovidas por la derecha en las últimas semanas ha sido la de los enfrentamientos dentro del chavismo. Nuevamente, la idea de forzar la inestabilidad. Para adelantarse a las posibles especulaciones, Chávez dejó claro quién será el número uno en caso de que él falte: Nicolás Maduro. Resulta curioso comprobar cómo desde los medios occidentales se ha intentado enfrentar al actual vicepresidente con Diosdado Cabello. Sin embargo, en Venezuela no se ha escuchado ninguna declaración que evidencie fisuras. ¿Existen diferentes formas de entender la evolución del proceso bolivariano? Seguro. Pero las fracturas internas constituyen más una fantasía de quienes ansían ver desmoronarse el chavismo que una realidad tangible.
Hugo Chávez es, probablemente, la figura más importante de la izquierda latinoamericana en las últimas décadas. Y, como muchos analistas venezolanos han señalado, la respuesta de políticos y medios que rechazan el proceso abierto en 1999 ha rozado la «necrofilia». Sus anunciadas muertes comienzan a recordar al periódico certificado de defunción de Fidel Castro. Pase lo que pase, y a pesar de las complejidades, todo apunta a que las expectativas que se generan en occidente no coincidirán con una realidad que, por suerte, sigue su curso.