Por Yanina Lofvall
En la provincia de Buenos Aires el ciclo lectivo 2014 comienza el 5 de marzo, con el anuncio realizado a finales del 2013 que parece dejar conformes a todos los sectores: se aseguran los 190 días de clase, se libera febrero para el sector turístico, y también se destacó que por primera vez el ciclo comienza con acciones de capacitación que integran el Plan Nacional de Formación Docente, en más de 13 mil establecimientos educativos de todo el país, el lunes 24 y martes 25 de febrero previo al comienzo de las clases.
La sombra de las cuestiones económicas y la falta aún de convocatorias a las paritarias abre el habitual temor de los paros y así comienza el juego con sus clásicos rituales.
Quizá hemos creído que 190 días y no 180 son un cambio significativo y cualitativo para la educación de calidad y además hemos cambiado la educación primaria y secundaria por la Educación General Básica y el Polimodal y hemos vuelto ahora a la Educación Primaria y Secundaria, con la diferencia que cada nivel ahora tiene seis años. Y no tiene 5 (ES) y 7 años (EP), como si una cuestión de números, nuevamente, nos asegurara la calidad. “Se mueve todo para que nada cambie”.
La primera reacción, casi innata, es echarle la culpa al gobierno de turno, o a los docentes o al sistema, si buscamos un culpable más abstracto y menos identificable.
¿Quiénes forman parte responsable de la comunidad educativa? A veces nos olvidamos de algunos actores. ¿Qué rol tienen los padres en la educación formal? ¿Qué rol deberían tener? ¿Por qué ellos no paran pidiendo mejoras edilicias, mejoras en la calidad de educación, reducción de la matrícula por aula para que se pueda hablar de calidad al enseñar? Quizá también deberían exigir y manifestar por la mejora en la formación de los docentes. Porque al fin de cuentas, son sus hijos los que pasan, como mínimo, 20 horas semanales en las instituciones educativas con esos docentes que son tachados, muchas veces de mediocres o vagos y muchas veces reconocidos.
Freire decía: “La escuela pública que deseo es la escuela donde tiene lugar destacado la aprehensión crítica del conocimiento significativo a través de la relación dialógica. Es la escuela que estimula al alumno a preguntar, a criticar, a crear; donde se propone la construcción del conocimiento colectivo, articulando el saber popular y el saber crítico, científico, mediados por las experiencias del mundo.» Pero para poder acercarnos a esta idea todos los actores deberían asumir su compromiso y parte activa de la educación.
Esta cronista no plantea tener la solución a un tema tan complejo como es la educación pública, gratuita y de calidad como derecho, pero sí que debería necesario cambiar la insistencia de debatir siempre cuestiones tan vacías en profundidad, incapaces de aproximarse a un posible cambio como lo es la duración del ciclo lectivo con diez días de diferencia.
¿Es utópico pensar que los padres luchen por un buen sueldo docente? ¿Por mejoras edilicias en las escuelas que habitan sus hijos 760 horas al año? ¿Es utópico pensar que los docentes luchen por mejoras en su formación permanente, por una educación de excelencia, crítica, abierta? ¿Es utópico pensar en una educación donde sus actores no se sientan acusados cuando son mirados o evaluados? Si cada actor cumple su función la observancia de todos y entre todos los actores, construye. Poder entender que la evaluación a todos los actores, a todos los miembros de la comunidad educativa, es cuidarnos y apostar a una educación mejor.
Quizá empezar a abrir el debate, correr el eje del ritual, permita entender el rol activo que debería tener cada miembro de la comunidad educativa. Pensemos también que los padres deberían tener participación y representación en el debate de contenidos que reciben sus hijos, porque la educación pública los forma también en valores, en la sexualidad, en el conocimiento de mundos y el no conocimiento de “otros”. ¿Por qué entonces no tener un espacio, una silla, en el debate como miembro de la comunidad educativa?
Aunque muchas veces se aprenda jugando, la educación, no es un juego. La comunidad en su conjunto debería ser parte del debate, para después poder activamente intentar transformar la realidad. «Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de diversas maneras; la cuestión está en cambiarlo»», escribía Henry Giroux.