Los pack de botellas de agua venían saltando de brazo en brazo desde el portón de la Facultad. Parecía una danza coordinada a la perfección. De fondo, una canción militante se transformaba en motor para aguantar un rato más. Mis manos estaban rosadas y me dolían las articulaciones. Caí en la cuenta de que hacia cuarenta y cinco minutos que estaba parada haciendo pasamano. Se iban los compañeros de Lomas de Zamora, pero al instante llegaban los de Mar Del Plata y los reemplazaban. Me corrí de la hilera y saqué una naranja verde que tenia en el bolsillo del impermeable. Tenía olor a tierra, pero la disfruté como quien disfruta un menú grandioso en un fino restaurant. Ese era mi almuerzo, esa era mi cotidianidad y la de muchos jóvenes tres días después del temporal.