La oposición sigue mostrando que no encuentra el rumbo, y no porque en verdad no lo tenga, sino porque lo que tienen no le sirve a los que detrás de ellos imponen el lobby de las corporaciones. El dilema opositor no es presentar una plataforma coherente y racional, y a través de ello elegir un candidato presidenciable, sino que lo que hoy están empecinados en hacer es solamente derrotar al kirchnerismo, que marcha muy firme en los sondeos de opinión. Demonizar al gobierno parece no surtir efecto.
Hoy el editorialista de La Nación Carlos Pagni admite que la oposición: “levantan sus pequeños castillos de arena sobre los escombros de un orden que se derrumbó en el año 2001. Intentan reemplazar con martingalas electorales la falta de estructuración y la indigencia programática que corroe sus empeños. La persistencia de esas ruinas es su principal debilidad. La persistencia de esas ruinas es, y ha sido, la razón última de la supervivencia kirchnerista.” El escriba del establishment tiene que reconocer algo que el sociólogo Julio Godio había dicho el año pasado, que la oposición no se podía unir porque eran los residuos de todo aquello que en el 2001 el pueblo les pidió: “Que se vayan todos”, asegurando también en ese momento que: “La derecha política tiende a las divisiones y está retrasada frente a la oposición convergente del gran capital concentrado. Pero especula con que nuevos cimbronazos políticos puedan llevarla al poder, en un contexto de inestabilidad institucional y desmoralización de la sociedad civil. Pero no puede escapar a la ley histórica que enseña que los «retazos» de la historia nunca pueden convertirse en una nueva hegemonía política democrática.”
La oposición navega en la disputa de muchos caciques sin indios y sin tribus, porque los que se volvieron a repolitizar no fueron a parar a sus filas precisamente, y tampoco hoy cuentan con estructuras clientelares como otrora tuviera el Padrino. Obviamente que nadie en su sana conciencia militante podría sumarse a dichas formaciones por un acto voluntario y conciente.
Caciques sin indios no es lo mismo que lo que dijera Antonio Gramsci al hablar de capitanes sin ejército, es más bien lo contrario:
“Se habla de capitanes sin ejército, pero en realidad es más fácil formar un ejército que formar capitanes. Tanto es así que un ejército ya existente queda destruido si se queda sin capitanes, mientras que la existencia de un grupo de capitanes, coordinados, de acuerdo entre ellos, con finalidades comunes, no tarda en formar un ejército incluso donde no existe.”