Dicen que Julio César Gugliermo nació en la localidad de Jáuregui, partido de Luján, y que luego vivó en Ramos Mejías, barrio urbanizado de La Matanza. Que sus padres fueron a vivir allí por razones de trabajo y que nadie sabe cómo fue que Julio César se enroló en las filas de la ortodoxia peronista.
Ocurrió a comienzos de los años setenta, en una convulsionada Argentina en la cual las dictaduras eran un signo distintivo, con el agregado de que el peronismo tenía en su interior una subdivisión imposible de reconciliar: el ala derecha y el ala izquierda.
Los Gugliermo se fueron de Jáuregui para emplearse en una de las tantas industrias textiles que habían surgido en la zona. Allí criaron a sus hijos, entre ellos a Julio César al que, al parecer, les costaba encarrilar, no porque fuera un descarriado, sino porque según cuenta su familia Julio César tenía algunas dificultades intelectuales que le generaban cierto desorden para poder distinguir entre el bien y el mal.
Allí es en donde se produce un corte en su biografía, no se conocen muchos datos o los escasos son imprecisos, hasta que un día volvió a Jáuregui para visitar a su familia. Era el año 1974 y Perón ya había regresado de su exilio, había asumido la presidencia del país y para gobernar había optado por recostarse en los sectores más reaccionarios del peronismo: la Juventud Sindical, el Comando de Organización, la Concentración Nacional Universitaria y las organizaciones parapoliciales que ya habían debutado con una serie de horrendos crímenes políticos, entre ellos el de los dirigentes Rodolfo Ortega Peña, Julio Troxler y Silvio Frondizi, o el Padre Carlos Mugica.
Cuando lo vieron llegar nadie lo había reconocido. Enfundado en un traje impecable, cruzó por las calles casi despobladas de Jáuregui para ver a sus parientes. Con sorpresa la familia Sánchez escuchaba su relato. Julio César explicaba que había ingresado a trabajar al Ministerio de Bienestar Social de la Nación, que por aquellos años había quedado bajo el control del tenebroso ministro José López Rega, y que “a diario se reunía” con él “para llevar adelante su gestión”.
Pero su familia ya la conocía, y si bien era cierto que trabajaba en el Ministerio de Bienestar Social, sabían que sus condiciones intelectuales le impedían desarrollar cualquier tarea que no pasara de conducir algún vehículo como chofer, hacer las veces de cadete para llevar y traer papeles, o bien pararse en algún acto político para hacer de campana y pasar algún dato a los organizadores.
A Julio César se le inflaba el pecho cuando decía que todos los días lo veía a López Rega, lo que lo había convertido en la burla de aquellos allegados que lo conocían desde la infancia. “Pobre Julio”, decían con cierta sorna y dejo de tristeza, “Si hasta parece que él solo se cree sus historias y fantasías”, sentenciaban.
La furia de los años setenta, y las rivalidades entre la las organizaciones armadas peronistas, Montoneros-Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) por un lado, y la derecha peronista por el otro, se intensificaron. En 1975, en el año previo al golpe de estado cívico-militar del año 1976, cada asesinato era pagado con otro. Se contaban de a centenares. Uno por día. La vida de figuras emblemáticas del peronismo, eran suprimidas por las balas de la Alianza Argentina Anticomunista, la organización parapolicial por excelencia creada por López Rega para confrontar con las fracciones de la izquierda del movimiento y que en la jerga de la época era conocida como la “Triple A”.
Con la muerte del general Perón en 1974, los comandos creados y financiados por el Ministro de Bienestar Social agudizaron la persecución de los militantes populares. Además de acribillar a los cuadros intermedios de la izquierda peronista, las tres “A” la emprendieron contra el conjunto de militantes de extracción marxista, trotskista y socialista que desarrollaban su activismo de base en esos años. Las páginas de los diarios, las radios y la televisión, todos los días daban cuenta de la muerte de alguna persona. El conurbano bonaerense, y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, símbolos de la concentración urbana, se convirtieron en una verdadera ratonera y las prácticas violentas de las tres “A” en una suerte de doctrina para los grupos fascistas.
No hay certezas, apenas unos retazos de memoria insuficiente, para concluir con la historia. Sólo el recuerdo de una radio, o alguna noticia de la prensa escrita que acaso se perdió en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional, o el relato de su prima Carmen.
Julio César apareció asesinado en la calle Boyacá, a pocos metros de las vías del Ferrocarril Sarmiento y cerca de la estación Flores de la Capital Federal. Nada se sabe sobre sus últimas horas. Quizás las balas asesinas de la organización en la que militó, terminaron por liquidarlo. Ni siquiera un ajuste de cuentas, tan solo evitar que la fanfarronería y las habladurías de un pobre diablo (perejil en la jerga) terminaran minando la estructura mafiosa de la “Triple A” de abajo hacia arriba. El golpe de estado del 24 de marzo de 1976 ya se avecinaba y José López Rega, el Brujo, se aprestaba a huir del país.