El 1ro de enero de 1854, apareció en Buenos Aires la primera entrega del “Álbum de Señoritas. Periódico de Literatura, Modas, Bellas Artes y Teatros”. Era el proyecto de Juana Manso, quien había vuelto de su exilio en Uruguay, donde había fundado un ateneo de señoritas, y en Brasil, donde había sido abandonada por su marido músico, dejándola con dos hijas pequeñas que mantener.
En Río de Janeiro había escrito y dirigido O Jornal das Senhoras, con mucho éxito. Pensaba que podía continuar esa línea en su tierra, pero fue rechazada en los periódicos de tendencia liberal porteños. En el contexto posterior a Caseros y tiempos de “organización nacional”, no había espacio para la voz ni la inteligencia femeninas. A las mujeres solamente se les reservaba lo doméstico, donde además, estaban sujetas a la autoridad masculina, lo que quedaría expresado en la redacción del Código Civil de Vélez Sársfield algunos años más tarde.
¿Para quién era la publicación? Había mujeres educadas desde los tiempos en que Rivadavia estableció instituciones que enseñaban a leer y a escribir, y además de enseñarles oficios a las pobres. Por otra parte, había muchas institutrices que pagaban las familias ricas para enseñar francés a las niñas.
Manso apuesta a editar el “Álbum de Señoritas” como emprendimiento propio, corriendo el riesgo económico que suponía no tener apoyo, empecinada en intervenir en los debates sobre el diseño de la Nación desde la prensa escrita. Propuso discutir las fronteras entre lo público y lo privado y reclamar para las mujeres la educación y la participación en lo que se discutía acerca de la libertad de la palabra, la abolición de toda forma de esclavitud (cuyos resabios permanecían en Buenos Aires a pesar de lo dispuesto por la Asamblea del XIII), el diseño de las leyes, la contingencia de las costumbres… Y lo hace como publicista, pero al mismo tiempo desde el espacio doméstico, porque Manso habla como mujer, desde la casa, proponiendo a sus lectoras una escena en la que esa comunidad imaginada comienza a construirse, de a poco, para llegar a ser un estado moderno. A partir de una construcción del conocimiento, las mujeres pueden protagonizar la construcción de la nación asumiendo un rol activo. Por eso en el Álbum aparecen artículos de divulgación de filosofía y psicología, crónicas de viajes que permiten una mirada a América, informes sobre homeopatía y remedios caseros – adentrándose así en el conocimiento de la naturaleza obturado por los prejuicios-, crítica teatral, novela por entregas con denuncia al racismo y al despotismo religioso, entre otros temas.
“…quiero, y he de probar que la inteligencia de la muger, lejos de ser un absurdo, ó un defecto, un crimen, ó un desatino, es su mejor adorno, es la verdadera fuente de su virtud y de la felicidad doméstica porque Dios no es contradictorio en sus obras, y cuando formó el alma humana, no le dio sexo –La hizo igual en su esencia, y la adornó de facultades idénticas— Si la aplicación de unas y de otras facultades difiere, eso no abona para que la muger sea condenada, al embrutecimiento, en cuanto que el hombre es dueño de ilustrar y engrandecer su inteligencia; desproporción fatal que solo contribuye á la infelicidad de ambos y á alejar mas y mas nuestro porvenir.
Y no se crea que la familia no es de un gran peso en la balanza de los pueblos, ni que la desmoralización y el atraso parcial de los individuos no influye en bien ó en mal de la sociedad colectiva.” (La Redacción, Álbum de Señoritas, Nº 1,1/1/1854)
Era demasiado que una mujer, no ya en el exilio y en oposición a Rosas – como los románticos como Echeverría, Sarmiento, Alberdi- sino en la Buenos Aires posterior a 1852, levantara la voz sin ambigüedades para denunciar las campañas contra los indios…
“La experiencia nos ha demostrado que el indio tiene inteligencia, y cuando civilizado, hemos visto desenvolverse en ellos mil sentimientos nobles y generosos, mil tendencias que muestran que su corazón solo está pervertido por la ignorancia: tendamos, pues, la mano á esos desgraciados para sacarlos de la densa noche que los envuelve.
Esta patria es de ellos como nuestra. La conquista los esclavizó, los arrojó de sus lares los despedazó, y nosotros después de la independencia no hemos hecho mas que continuar la obra que comenzó la conquista. Para atraerlos á nuestra amistad no hemos tenido otros arbitrios que, ó subyugarlos con el hierro mortífero, ó halagarles su vanidad con zarandajas, origen de discordia entre ellos, ó licores perniciosos con que hemos acabado de viciarlos. Buenos Aires empieza una era nueva; es necesario que todo elemento de progreso entre en el cuadro de su nueva marcha” (Álbum de Señoritas, Nro. 5, 29/1/1854)
La Manso pagaría con el descrédito, la indiferencia y el ataque su denuncia de las dicotomías instaladas como la civilización y la barbarie, o el contraste entre la Europa y la América. Más aún, cuando insiste en denunciar la influencia oscurantista de la Iglesia Católica y el lugar subalterno de las mujeres Pretendió y escribió, en medio de esta hostilidad y mientras pudo, artículos vibrantes en los que discutía desde la escena del hogar, las oposiciones entre los espacios, los roles y la legitimidad de la voz femenina. Cuestionó en las ocho entregas de su Álbum temas centrales del imaginario del siglo XIX. Esta osadía le costó el cierre de la publicación en febrero del mismo año por falta de suscripciones y colaboraciones (sólo hubo una escriba, con seudónimo, cuya voz se llama a silencio con la excusa de una enfermedad, que cedió ante “el fallo cruel de la opinión” (ver el análisis realizado por Lilia Área en «Álbum de Señoritas. Periodismo y frustración para un proyecto ‘doméstico’ de fundar una nación», Bs. As., Feminaria, 2005).
Por esto era inconcebible dar lugar y legitimidad a la voz subversiva de la Manso, porque en el diseño de los vencedores de Caseros, el mandato patriarcal dictaba bajar la voz.
Juana no ocultó a sus lectoras la precariedad de su situación, sin apoyos económicos ni de la élite ilustrada que la detestaba. La impostura era la de su propia vida, dado que no solamente no contaba con un marido que la mantuviera, ni familia de dinero, teniendo dos hijas que mantener, sino que estaba determinada a ganarse la vida con su pluma y su propia publicación. Este proyecto fracasó, y a lo largo de su tarea como educadora, a quien Sarmiento le confió responsabilidades capitales, fue hostigada y hasta violentamente atacada por la tozudez de su palabra y empeño tanto como por su lucidez, imperdonable en una mujer en aquellos tiempos.
No es de extrañar que aquellas a quienes destinó sus talentos y esfuerzos, es decir, las mujeres, no pudieran/ no quisieran responder a su interpelación profunda que ablandaba las fronteras entre lo doméstico y lo público. Que lejos de proponer la revista de modas a la manera de las que los románticos como Alberdi destinaban al público femenino como parte de la lucha contra el rosismo, la idea fuera mirar hacia lo americano, superar la mera “charla” – la superficial permitida a las mujeres- para animarse a participar en la discusión política de un proyecto de país moderno, señalar la importancia de la educación de las ciudadanas y ciudadanos como cimiento de la nación. La representación de la familia se utilizaba – y se utiliza todavía- como imagen del orden y la estabilidad de la comunidad imaginaria. La “paz” del hogar no podía alterarse, porque equivalía a alterar una paz social que descansaba en la subordinación de mujeres y de lxs pobres y en la delimitación clara de los espacios para unas y otros.
Cuando Sarmiento le propone dirigir la Escuela Nro 1, que era según Dora Barrancos, seguramente la primera experiencia de coeducación sexual que existía en el país desafiando el modelo de instituciones para niñas que dirigía la Sociedad de Beneficencia, se levantaría polvareda y las presiones políticas en su contra ganaron de nuevo. Tras otra estadía en Brasil, Juana regresa nuevamente a Buenos Aires cuando se inaugura la escuela de Catedral al Norte, en 1860. No se calla críticas y cuestionamientos, trabaja en los Anales de la Educación, es una pieza clave del proyecto pedagógico nacional sarmientino. La tratan de loca en la prensa, le impiden dictar una conferencia pública a los gritos. Pero cuando Sarmiento llega a la Presidencia, es nombrada vocal en el estratégico Departamento General de Escuelas. Muchos sectores se escandalizan, y no pocas maestras la detestan por su estilo punzante y “agresivo”. El sanjuanino la reprendería más de una vez por su frontalidad. Juana intentará otras publicaciones efímeras como La Flor del Aire y La Siempre viva, donde sigue reclamando la educación para las mujeres.
El Código Civil sancionado en 1869, -presidencia de Sarmiento-, negó a la mujer casada la posibilidad de educarse o de realizar actividades comerciales sin el consentimiento del marido, quien era a la vez, el administrador de todos los bienes. Estableció que las mujeres eran incapaces. Este tutelaje patriarcal cimentó la nación que Juana se había atrevido a pensar de otra manera, sin pedir permiso, desde las páginas del Álbum, desde los artículos que lograba publicar, desde su oratoria y su desempeño público.
En 1871 se desempeña en la Comisión Nacional de Escuelas que impulsó la educación de las niñas y de los sectores populares, a pesar de los obstáculos y difamaciones constantes. Cuando muere, en 1875, su cadáver permanece insepulto porque no la quieren ni siquiera muerta ni en su parroquia, ni en la Chacarita, ni en la Recoleta. Se había convertido al anglicanismo y cuando agonizaba, rechazó a la comitiva que pretendió darle los últimos sacramentos católicos. Hasta el último momento, terca, inconveniente… y fiel a sí misma.
Cuarenta años después, se trasladarán sus restos al panteón de maestras de la Chacarita, cuando en otro contexto y otras necesidades de la élite gobernante – interesada en la asimilación de los inmigrantes- se rescate la labor normalizadora de las escuelas.
Sarmiento, al referirse a ella es elocuente en la imposibilidad de esa matriz patriarcal nacional de concebir la feminidad subversiva de Juana: “La Manso(…) fue el único hombre en tres o cuatro millones de habitantes en Chile y la Argentina que comprendió mi obra de educación y que inspirándose en mi pensamiento, puso el hombro al edificio que veía desplomarse”.