Osvaldo Drozd
Una de las patas rengas del proyecto kirchnerista, sin dudas, es no contar con fuerza propia sindical, o al menos con una corriente que si bien no tendría porque subordinarse ciegamente, cosa que por lo demás no sería deseable, ya que los trabajadores deben por su lugar en la sociedad, mantener autonomía de un Estado, que por definición funciona como arbitro de las contradicciones internas, donde los que producen no son el todo, sino una de las partes esenciales del movimiento del conjunto.
El que escribe hoy lee que tanto la CGT denominada oficialista, como la opositora realizaron actos de desagravio al legendario dirigente metalúrgico Augusto Timoteo Vandor, el “Lobo” que en los ’60 había pergeñado un peronismo sin Perón y una táctica que marcó a fuego al sindicalismo argentino: “Golpear para negociar”. Una táctica que más que beneficiar a los trabajadores en su conjunto robustecía los privilegios de cúpula.
Los que comenzamos una militancia política en aquellos tiempos, marcados por el calor del Cordobazo del ’69, no comulgábamos con ese sindicalismo precisamente, sino con toda una renovación que tenía casi como punto de partida, la resistencia obrera a la dictadura de Onganía iniciada en el ’66, y que tuviera como expresión inicial al programa de la CGT de los Argentinos en el ’68, y que en sucesiva radicalización generaría una corriente que llevó el nombre de clasismo. Esta última no era patrimonio solamente de la izquierda revolucionaria como quedó plasmado en el legendario programa del Sitrac Sitram, sino también fue la línea de acción de todo un nuevo sindicalismo donde la expresión más avanzada del peronismo fue la JTP, y que alcanzaría un marco de unidad de acción en la coordinadoras del ’75. Nadie formado en esa línea podría reivindicar ni a Vandor, ni a Rucci, ni a toda una constelación de jerarcas sindicales, a los cuales tanto la izquierda peronista como marxista les cantaban: “Se va acabar, se va acabar, la burocracia sindical”.
Volviendo a la actualidad, y señalando la falta de un sindicalismo comprometido con el cambio social, valdría destacar que hubiera sido importante que la CTA hubiese contado con su personería gremial de tercer grado, antes de su partición, pero esto ya es un dato pretérito, ya que hoy además de un sindicalismo fragmentario, la representación efectiva de los trabajadores en un tiempo de recomposición como clase, aún deja un vacío imponderable. Un desafío insoslayable, si se pretende profundizar las transformaciones estructurales de la sociedad.