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Daniela Godoy*

Caminando por el centro histórico de Córdoba, a la vuelta de la Catedral, en un Pasaje que se llama Santa Catalina, se encuentra el Archivo Provincial de la Memoria (APM). En vísperas del festejo por el aniversario de la Revolución de Mayo, mientras se montaba un escenario para un espectáculo de rock, convocando a la juventud, nos encontramos con el pasaje cruzado por las fotografías de cientos de rostros, en su mayoría muy jóvenes.  Teníamos poco tiempo antes de regresar, dejar la ciudad. Pero esas fotos nos condujeron sin que nos importara la hora ni nuestros planes, hacia una pequeña puerta y una pared intervenida con nombres que forman huellas digitales. Porque eran las fotos y eran los nombres de personas que  padecieron la detención ilegal, tortura  y exterminio en lo que fuera el Departamento de Informaciones de la policía cordobesa (D2), donde mandaban sobre la vida y la muerte el Comisario Inspector Pedro Raúl Telleldín y el Comisario Juan Fernando Esteban, y muchxs otrxs.

Impresiona en particular la ubicación de la maquinaria represiva que no se previó en ferocidad. A la vuelta de la catedral, la presunta casa de Dios donde sus ministros amparan, perdonan, protegen, consuelan. Podríamos preguntar, creyentes y no creyentes, ¿a quiénes?

El sitio al que accedemos, embargadas con la emoción que no puede describirse con palabras, fue convertido por la democracia -que desde 2003 se afirmó en una política de derechos humanos que no transó más,  y avanzó como pocxs esperábamos en el establecimiento de las responsabilidades no solo militares, sino de civiles – en un espacio de reparación. La que parece imposible y a la vez es imprescindible.

Recuperar ese lugar representó un hito en el proceso de construcción de la memoria  tras los crímenes cometidos en sitios como el D2. Como lo ha sido la ex ESMA. Por unanimidad, la legislatura provincial de Córdoba aprobó la Ley 9286 conocida como la Ley de la Memoria, el 22 de marzo de 2006; se  estableció la conformación de la Comisión Provincial de la Memoria, la creación del Archivo homónimo y el emplazamiento de estas instituciones en el edificio. A pasos de la catedral.

La que fuera la sede del Departamento policial de Córdoba era uno de los sitios más importantes en la represión. Dentro de las salas, en los pasillos, en los patios, las víctimas del terrorismo de estado escuchaban los insultos de la patota, los sonidos de la tortura a los demás detenidxs que anticipaban lo que se padecería, amplificados tal vez por los ojos vendados. Más siniestros tal vez por el persistente  fondo, invariable e inconfundible del campanario de la catedral.

El APM cuenta con diversas áreas de trabajo; la de Investigación, que se aboca a la búsqueda, clasificación y análisis de documentación relacionada al accionar represivo, aportando información a la Justicia, genera herramientas pedagógicas que aporten a la reflexión sobre la represión ilegal para el fortalecimiento de la democracia. El área de Conservación y Archivo para el cuidado y prolongar la utilidad de los documentos, cartas, libros. Un área de Digitalización e Informática digitaliza documentos de archivo que obran en los fondos del APM. El área de Historia Oral y Audiovisual recupera testimonios y vivencias de quienes sufrieron la represión, priorizando la palabra de víctimas, familiares, allegadxs. También trabaja el área de Educación en la producción de nuevos saberes, estimulando a los niñxs y adolescentes a la elaboración de materiales propios en relación a la memoria y al respeto a los derechos humanos.  Otra área de Comunicación y Cultura, otra de Legales que brinda asesoramiento, que recepta testimonios y promueve convenios con instituciones para garantizar la investigación y los juicios. Otra área, Redes dela Memoria, trabaja en la vinculación de espacios como los ex CCDyE como La Perla y La Ribera, que permitan la apropiación paulatina de esos espacios por parte de los organismos de DDHH y de todxs nosotrxs.

En el sitio se encontraron cajas con negativos de fotografías de las personas que eran llevadas al infierno a la vuelta de la catedral. Restaurados y proyectados sobre una de las paredes blancas que nos impactan, perfiles y rostros de hombres y mujeres, estudiantes, trabajadorxs, militantes, pero también  manos y brazos de represores, objetos al fondo, una mano presta a tabicar, cristalizan momentos del espanto, registran las huellas de golpes y torturas.  Los números sobre las cabezas indican la deshumanización de quienes  estaban destinadxs a ser quebradxs, reducidxs a la nada. Planificando el olvido. Desapareciendo una gesta, desapareciéndonos, en parte, a todxs, desapareciendo la historia.

La sala de los libros prohibidos, sala con colores, sala donde también tenemos una muestra del intento de robarnos la palabra, la capacidad de pensar, de tramar los hilos de las palabras y pensamientos, conmueve también, porque están allí ejemplares que se salvaron de la destrucción, de la quema, que fueron escondidos, guardados como tesoros, en espera de tiempos nuevos…

Uniformes y sotanas callaron mientras las campanas marcaban las horas, marcaban la rutina de aquellos años tremendos en los que intentaron arrasar con la solidaridad, con la lucha que de tan distintas maneras dieron quienes construían la patria, una patria no vacía ni declamada, una patria de mesas servidas en todas las casas, de la dignidad, de la valentía de darlo todo, hasta la vida, por un sueño posible. De la poesía y de la canción. De la alegría, una alegría que a pesar de tanto dolor y por tanto dolor también, hoy enarbolamos como la única justa revancha.

Y las campanas y las sotanas siguen a la vuelta, a la vuelta de cada esquina, levantando con soberbia la riqueza de una institución que tiene muchos secretos para develar.

Haciendo cola para hablar con las sotanas, unas mujeres tenaces, las Madres de los pañuelos,  se dieron cuenta de la complicidad del silencio y de la complacencia con las desapariciones.

Detrás de los púlpitos ornamentados argumentaban sobre la necesidad de pacificación del exterminio, puertas adentro consolaban torturadores y asesinos; y como si esto fuera poco, entregaban a sacerdotes y monjas comprometidxs que engrosaron también las listas de “subversivos” y “extremistas”.

Esa mugre que llevan consigo saldrá a la luz. Darán explicaciones a la justicia de los tribunales, aunque para algunos llegue tarde. Se sabrá hasta qué punto participaron y su rol fue clave en la peor etapa de nuestra historia, lo sabrán lxs chicxs que tal vez no sepan todavía cuánto hay de aquellos sueños colectivos en esta democracia que los cobija cada día, que tenemos la responsabilidad de cuidar y hacer con memoria.

Esos espacios como la D2, en los cuales miles de detenidxs desaparecidxs en el corazón de la ciudad eran torturadxs y exterminadxs mientras la cotidianeidad de la campana parecía eternizar la impunidad, hoy recuperan sus historias, sus sueños, y recuperan para nosotrxs un presente lleno de promesas y realidades de dignidad, de libertad y que como aquellas, cobijan y animan nuestras  amorosas luchas.

 

*Periodista- Conduce el programa radial Remolinos. Tiempo de Mujeres por Radio Gráfica FM 89.3, colaboradora de La Señal Medios, autora del blog Calandolapiedra.

 

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