Con mucho brillo y altura Cristina dio muestras de que, además de ser una presidenta que goza de niveles de popularidad y adhesión altamente significativos, es una estadista que se mueve como pez en el agua a nivel internacional.
Fue su cuarta presentación en Naciones Unidas y ello ocurre en un contexto en el que el proceso político y económico de la Argentina es seguido con muchísima atención a nivel internacional. La fuerte presencia del estado argentino como herramienta para la transformación política y social, el crecimiento económico con niveles históricos en su PBI, los mecanismos de inclusión social, la política de Derechos Humanos, aerolíneas, la estatización de las jubilaciones, y un sin fin de medidas orientada a alentar el crecimiento y fortalecimiento del mercado interno, casi inexistente durante los últimos años de la década del 90, dan cuenta un cambio en las matrices de distribución del ingreso.
Ese patrón de acumulación, que se ha erigido como una instancia de superación de la valorización financiera, explica el alto grado de reconocimiento que Cristina tiene a nivel internacional. Al Fondo Monetario Internacional le cuesta admitir ese reconocimiento que por lo bajo soplan sus funcionarios. A la Argentina poco debería importarle un organismo que carece de “crédito” a nivel mundial, que sus recetas fueron en cierto modo las que alentaron la especulación financiera que hoy paga el mundo entero y que, además, se equivoca cada vez que pronostica un dato. Dijo en el año 2003, por ejemplo, que la argentina crecería un 3 por ciento y esta lo hizo en un 8,8 por ciento.
Azuza entonces, la Jefa de Estado, la necesidad de perfeccionar los controles a nivel internacional para que las economías estén al servicio del desarrollo y del crecimiento con equidad. En la Argentina, el mes pasado, habló sobre la “democracia económica”, una nueva definición que por ahora no la pronunció abiertamente en el concierto de las naciones, aunque mostró su sesgo.
Reclama un lugar para el pueblo palestino y la necesidad de crear un estado para los árabes que viven en uno de los territorios más convulsionados de medio oriente. Salvo la trágica experiencia de los atentados que sufrió la comunidad judía en la argentina, que todavía deben ser investigados para dar cuenta de sus verdaderos responsables, árabes, judíos, criollos y migrantes provenientes de distintos lugares del mundo, han convivido pacíficamente, y en el reconocimiento, mutuo en nuestro país. Esos atentados no empañan los aportes que Argentina pueda hacer para buscar soluciones al conflicto entre Judíos y Palestinos; pueblos que aportaron en la conformación política, científica y cultural de la Argentina.
Se refiere a Malvinas y la falta de cumplimiento de las resoluciones de la ONU que convoca a la Argentina y el Reino Unido a dirimir el diferendo por la soberanía del archipiélago a través del diálogo. Y vuelve sobre el caso AMIA destacando la voluntad del pueblo iraní de contribuir en el esclarecimiento del caso, en un contexto en el que la Justicia Argentina pide a Interpol la captura de ochos sospechosos de origen iraní.
Es una agenda de carácter internacional, con profundas definiciones políticas, que devuelven un rol protagónico a la Argentina en el escenario internacional. Cristina tiene espaldas y las ensancha con la palabra, el discurso. Mientras ella transita ese camino la oposición se muestra cada vez más lejos de la política nacional. Le pasa a Rodríguez Saa, a Francisco De Narváez, a Alfonsín y al propio Binner. Sin ánimo de la crítica fácil, es con el reconocimiento de la fuerte presencia de Cristina que se reafirman las condiciones desventajosas para quienes sólo pueden referirse a una agenda muy pequeña de temas.