El 19 de Noviembre de 1982, fui muy temprano a la plaza Moreno de La Plata, era el día del Centenario de la ciudad y tenía que portar la bandera de mi escuela, tenía doce años.
El perfume de los tilos inundaba la atmósfera, embriagando la respiración. A medida que el sol y la humedad se apoderaban del ambiente, el entorno se hacía mas denso y agobiante, había un gran despliegue militar porque se iba a hacer presente el comandante en Jefe de la Junta militar… yo no tenía recuerdos democráticos.
La Catedral comenzó a llenarse de gente que asistía al Tedeum; los cantos gregorianos, el incienso y el crucero gótico, daban el marco propicio para esa fiesta usurpada. Desde mi posición privilegiada en la guardia, tenía la visión interminable de la nave central. El olor y el humo del incienso me hicieron sentir mal, traté de enfocar la vista sobre las personas que se acercaban pero las siluetas se desdibujaban.
La cabeza me latía, veía muchas personas caminando lentamente por la nave hacia el altar, eran soldados vestidos de guerra, apenas pertrechados y muertos de frío, reconocí a los soldados de la guerra de Malvinas, miraban con reproche mi bandera.
Cerré los ojos y escuché las bombas, no podían ser de Malvinas, eran más cercanas, se mezclaban con gritos de alto, ráfagas de metralla. Luego el silencio y los murmullos en las casas… hablaban sobre los que no volvían, los que se llevaron, sobre los niños chupados y los contactos con monseñor Plaza para encontrarlos.
Volví la vista hacia mi bandera, estaba manchada, vapuleada, entristecida, ensangrentada.
La Plata cumplía 100 años y los dinosaurios festejaban, con su mueca de desprecio y su sinsabor a esto se acaba
Todos éramos fantasmas, la bruma nos pesaba como piedras al cuello, los pájaros sonaban como vuelos de la muerte.