Walter Barboza
Sin programa en común, sin propuestas para canalizar el descontento de ese sector social que utilizando la cacerola como medio de protesta, los vericuetos del intento de acercamiento de Moyano, Lavagna, Macri y De Narváez, sigue dando cuenta de que los principales grupos económicos, que por estas horas alientan el retorno a un pasado vinculado a la especulación financiera, sigue siendo lejano para la porción más importante de la población.
Si bien es cierto que en política todo es posible y nadie está en condiciones de hacer futurismo, algunos indicadores a nivel mundial son una clara muestra de que el camino de la política económica a nivel nacional por el momento sigue siendo el más acertado. Por ejemplo: no hay datos que indiquen que hubo un crecimiento del desempleo, las paritarias para discutir salarios, una herramienta que las organizaciones sindicales utilizan en la puja por la distribución del ingreso, sigue siendo el medio más eficaz para mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, la presencia del estado con una política de subsidios orientada a atender a los sectores más vulnerables en forma directa (asignación universal), o indirecta (transporte público), u otros mecanismos diseñados para atender la reactivación de la producción, son sólo muestra de que el Estado sigue siendo el único instrumento capaz de sintetizar las contradicciones de la sociedad.
Sin embargo, esas contradicciones perviven y se agudizan en la medida en que la disputa por la verdad obliga a retroceder a los sectores populares en el campo de la “batalla cultural”. En ese terreno el camino no ha sido debidamente, para tener elementos que permitan profundizar el debate que se genera a partir del discurso comunicacional hegemónico. A saber: una vecina del conurbano bonaerense llama al programa de radio “7.0”, que conduce el dirigente Luis D’Elía, y le pide información y elementos de juicio para poder discutir con los amigos de ella que siguen al periodista Jorge Lanata.
La anécdota ilustra de qué forma las tensiones al interior del proceso político, comienzan a demostrar algunas fisuras. Si a esta altura, y después de varios años de acumulación política, económica, material y simbólica, la etapa que atraviesa el país se encuentra en esta instancia, ello significa que en política se ha retrocedido unos casilleros. Y ello no es pura responsabilidad de la presidenta Cristina. Días atrás nuestro compañero de trabajo, Osvaldo Drozd, había señalado de qué manera cuestiones tan simples y básicas como la proliferación de animales sueltos no tenían solución. Su artículo era apenas una metáfora de lo que ocurre con muchos intendentes del conurbano bonaerense que, si bien expresan su pleno apoyo a la gestión de la presidenta, en la tarea diaria carecen de política para atender las demandas del pago chico. Obras públicas para evitar inundaciones, ordenamiento del tránsito vehicular, actividades para el fomento de la cultura, embellecimiento del paisaje urbano con forestaciones, limpieza de calles y espejos de agua a cielo abierto, entre otras.
Si no se empieza por allí, difícilmente la tarea de acumulación política permita al conjunto de la población comprender que, lo que está en juego a nivel mundial, es una fuerte puja por superar el paradigma económico iniciado en el mundo en la década del ’70. Si ello no es posible, el escenario político quedará al arbitrio de las fuerzas del mercado que, en ese contexto, intentarán ensayar cualquier tipo de experiencia electoral. Incluso aquella que hoy muchos imaginan y que claramente quedó expresada al comienzo de esta nota.