Por Paula Lérmontov
En la primera curva de la Península Valdés sobre el Golfo Nuevo y con un ingreso por carretera solemne, se ubica Puerto Pirámides. Pirámides, no solo es un pueblo con sus almacenes comandados por conocidos, con sus rotondas y sus silencios de la tarde temprana, es particularmente uno de los lugares que más ballenas llegan a sus costas en el mundo. Lo primero es el asombro del sonido estereofónico que emerge de los emblemáticos cetáceos, pero luego ese asombro se traslada a la conexión familiar entre los gigantes marinos y sus habitantes. Aún con la diferencia temerosa de metros y toneladas que nos separan del animal, parece haber una empatía mamífera en este acercamiento territorial.
Tal es el enigma, que para las hijas de Mariano Van Gelderen, Luciana y Florencia, su papá atraído por las ballenas, se instaló en Puerto Pirámides en los años 70´ cuando todavía era una comunidad de un par de pobladores pesqueros y aún no estaba prohibida oficialmente la caza comercial indiscriminada que se llevaba a cabo entre otras cosas, para producir aceites, cueros y cosméticos. La toma de conciencia sobre la importancia de cuidar a las pacíficas ballenas francas australes que migran hacia estas costas durante más de tres meses para reproducirse, fue, según la gente de la zona, un proceso muy lento. En la década de los 80´ llegaron a quedar 1000 ballenas francas en el mundo, por lo que en aquel momento se alertó sobre el peligro de extinción que corrían estos mamíferos que suelen ser muy vulnerables. Incluso hoy día, en la Cámara de Diputados de la Nación se presentó un proyecto para declarar las aguas interiores marítimas un «Santuario Marino» con el mismo objetivo de preservar las especies autóctonas del atlántico que además sufren la contaminación humana.
Van Gelderen, «el rey de las ballenas» como le decían, fue esencial en este proceso de concientización por ser pionero en generar el paseo turístico local que se conoce como avistamiento de ballenas. En el transcurso del tiempo, Mariano se consagró como uno de los personajes más reconocidos del pueblo por su carácter sociable y ocurrente y por haber dedicado su vida a propiciar el encuentro de los visitantes de todo el mundo con estas sorprendentes criaturas. Hasta el día de su muerte la presencia de ballenas en la orilla en temporada inhabitual fue un símbolo del último adiós y de lo que había dejado para Pirámides.
Su camarada y amigo íntimo, Jorge Schmid fue quien a la par extendió la actividad y, que hoy junto a sus hijos lleva adelante el principal centro de avistamiento llamado Puerto Ballena en la Segunda Bajada al Mar. Avistar a estos animales es reconocer sus prácticas, sus saltos, sus posturas en el agua, el lugar que ocupa el ballenato, las actitudes de los grupos de cópula, los golpeteos con la cola al agua, es ingresar a sus formas de vida y si además se le aporta imaginación ante la falta de explicaciones científicas para ciertos comportamientos, la observación resulta mucho más interesante y misteriosa de lo que uno podría vaticinar.
Pirámides está abrazada por la serie de acantilados con restingas que se formaron entre 25 a 2 millones de años, es decir, está rodeada del producto de la acción y regresión del agua que forjó las distintas figuras durante la Era Terciaria o edad de los Mamíferos. También hay médanos camino a «Pardelas», la imponente playa a pocos kilómetros del pueblo, que se fueron formando por el viento. Lo desconcertante para quien está acostumbrado a tener un punto de referencia, es que el criterio de ubicación empieza a ser en poco tiempo como la moneda que está debajo de los vasos que mueve un mago. El viento retuerce las figuras y las desfigura para hacer nuevas. Los planos se entremezclan y las rocas sedimentarias fomentan la visión de más capas. El atardecer deja al paisaje en tonos rosados hasta ser sombras, pero las ballenas siguen respirando para no dejar morir el día.