Osvaldo Drozd
Disculpe el señor
pero este asunto va de mal en peor.
Vienen de a millones y
curiosamente, vienen todos hacia aquí.
Traté de contenerles pero ya ve,
han dado con su paradero.
Estos son los pobres de los que le hablé…
Joan Manuel Serrat
La historia de la humanidad en trazos generales, no estuvo ni está marcada por atender la resolución de las profundas desigualdades, de escuchar el grito de justicia, sino más bien de amortiguar lo mejor posible a las minorías privilegiadas, dándoles resguardo; permitiendo así su supervivencia y su reproducción ad eternum. Cualquier humanismo siempre resultó más un emblema casi religioso, un maquillaje, una mascarada; que un verdadero estandarte o plataforma para construir una humanidad integrada e igualitaria. Esto último dejémoslo para locos soñadores o idealistas, siempre se dijo, ya que vivir bien es sólo mérito propio. Los exitosos y los pobres existieron siempre, por qué tendría que desaparecer esa distinción, no nos compliquemos más… Algunos nacieron estrellas y la mayoría estrellados.
Pero la lógica expuesta, es imposible sin la existencia del Poder. Es decir de la fuerza, el castigo, la coerción, y por qué no: el exterminio.
El señor feudal se encerraba en su castillo, se protegía él y los suyos bajo impetuosos muros. La rebelión plebeya siempre fue el fantasma fundamental que justificó la paranoia de los poderosos, y por ende todas sus artimañas para prevenirse de ello. La Ley, también fue escrita como una muralla más. Hay que contener. El Estado moderno irrumpió con esas características: penalizar, encarcelar, sojuzgar, no sea cosa que se produzca la irrupción de lo plebeyo.
Hoy es un lugar común hablar de tiempos de cambio, de inicio de nuevos paradigmas, de construir inclusión, pero como en todo proceso histórico siempre hay dos lógicas opuestas que marchan de manera simultánea: una que consolida la inercia, y otra que apunta a las rupturas. Consolidar una línea de acción que se ampare en la última, es prioritaria; sí es verdad que aspiramos a la justicia social, entendida de la forma más extensiva posible.
Pretender un Estado que nos incluya a todos, no es obra de la beneficencia, ni de la buena voluntad; sino el resultado de la lucha y la organización de los que menos tienen para imponer sus condiciones. Sin la lucha obrera, el 17 de octubre del ’45 hubiera sido una simple quimera. Que un Perón alguna vez haya planteado el fifty- fifty, fue porque había un contrapeso. El Estado sólo puede incluir a las mayorías cuando éstas reclaman que tienen que ser parte, y en esto no hay caridad. Lo más parecido a esta última es el clientelismo político y la extorsión.
En la Argentina de hoy para profundizar los cambios es necesario un nuevo Estado, es decir una nueva relación de fuerzas, donde los sectores populares se integren con voz y voto, es decir con poder de decisión.
El que escribe si bien aprueba en términos generales, el trazo grueso de la política que lleva adelante el gobierno nacional, está convencido que es necesario que esto tenga una equivalencia en la base de la sociedad, en los barrios, en los municipios, en los puestos de trabajo, pero sobre todo en una nueva concepción cultural e ideológica, que vaya destronando paulatinamente al individualismo liberal, para construir nuevos valores, y por qué no, un nuevo sujeto: solidario, transformador, lo menos conformista posible.
El conflicto social siempre existe, no hay que acallarlo ni obviarlo, hay que darle rango institucional. No sea cosa que un día digamos “se nos llenó de pobres el recibidor”.