Por Walter Barboza
Juan y otros carreros aparcan en la inmediaciones de 7 y 53, frente al palacio de la municipalidad de La Plata. Hace años que trabaja como cartonero, carrero o simplemente, como se los conocía en los barrios de antaño: “botellero”.
Desde temprano recorre la periferia, o el casco céntrico de la ciudad de La Plata, juntando cartones, botellas, desechos varios, para ganarse la vida. Dice que es su medio de vida, que no sabe leer y escribir y que por eso no tiene chances de conseguir otro empleo con mejores condiciones de trabajo.
Seguramente, y a pesar de los prejuicios de cierta burguesía rancia que cree que “esa gente vive así porque quiere”, no es el trabajo que elegiría si tuviera que volver a empezar. Si en su desarrollo histórico el sistema, la sociedad, el capitalismo voraz, hubieran generado mejores condiciones de vida para el conjunto de la población, Juan y sus colegas de oficio gozarían de otros privilegios mínimos: vivienda, obra social, salud, educación.
Pero ello, en un país que puja por distribuir más equitativamente sus ingresos, parece una utopía irrealizable, o quizás es un impedimento de parte de aquellos que todavía hoy miran con cierta desconfianza cuando el estado nacional atiende a través de sus programas sociales a los más necesitados.
Como si fuera poco, la existencia de una legislación que impide “la tracción a sangre” por las calles de la ciudad, como la ordenanza número 7280 del año 1969, que en el municipio de La Plata auspicia el avance de las organizaciones protectoras de animales a favor de las denuncias y secuestros de caballos, se han constituido en los últimos años en el impedimento legal para la economía de subsistencia. Una situación que se agudiza con la aplicación de la Ley Nacional n° 14.346 del año 1954, conocida como Ley Sarmiento o Ley contra el maltrato animal.
Juan no tiene nada a favor. O lo corre la pobreza y la miseria, o lo corre el sistema, las protectoras de animales, o los vecinos que montados en sus automóviles importados protestan por el impedimento del paso. Una nimiedad de la pequeño burguesía, que le interesa muy poco la otredad, la situación de desamparo en la que todavía viven importantes sectores de la población.
Para la sociedad resulta una paradoja difícil de sortear. El intento de la municipalidad de La Plata, de erradicar la utilización de animales para la recolección de cartones en la vía pública, ha generado un desaguisado controversial con aquellos que no tienen condiciones de ingresar en el sistema. El municipio ha implementado un dispositivo de recolección para el reciclado de basura con cooperativas de trabajo, las que han incorporado a cientos de trabajadores en la tarea de juntar los desechos. Sin embargo la medida trajo como contracara la marginación de muchos carreros y una crisis en el antiguo sistema de economía de subsistencia: “Ahora como las cooperativas juntan los cartones y botellas con camiones, no nos dejan nada para juntar y nos impiden usar caballos para la recolección. Si yo no junto cartones no puedo vivir porque no tengo otra cosa para hacer”, sentencia Juan.
Los ambientalistas que han terciado en el debate, como por ejemplo la ONG Nuevo Ambiente, creen que la raíz del problema es la posición ventajosa de los “acopiadores”, los que al parecer sacarían una ventaja extraordinaria con el valor por cada kilo de material desechable, a diferencia del valor que deberían pagar a las cooperativas por los fardos de botellas de plástico que arman luego de la recolección de materiales reciclables.
En ese marco, en Nuevo Ambiente creen que los carreros deberían organizarse e iniciar un proceso de formalización del empleo: condiciones de trabajo, salario en blanco, cargas sociales y sistema de salud. Sin esa discusión, el debate quedaría centrado en el maltrato animal y los inconvenientes que a diario generar en el tránsito, obviando los problemas de fondo que están relacionados con la inquietud de sacar a los carreros de la marginalidad para que ingresen definitivamente a un sistema más justo y solidario.