Osvaldo Drozd
En la sociedad capitalista el tiempo se divide en dos. Están las horas en las cuales se trabaja para ganar el sustento material, y está el tiempo libre donde al menos se tiene el derecho de hacer lo que uno quiera. En la mayoría de los casos estos dos tiempos parecen contrapuestos. Uno de ellos es parte de una obligación que si no se hiciera, se estaría privado del dinero necesario para poder vivir.
Siempre pensé que esta división tiene algo de absurda, y que a pesar de los riesgos que se corren, uno debiera vivir haciendo lo que más le agrada. Trabajar no debiera ser algo engorroso, sino una actividad que se realice placenteramente, y no algo que se haga solamente por dinero. Obviamente que este último es necesario e ineludible, pero vivir solamente para hacer dinero, es parte de un mecanismo perverso de sometimiento por el cual se pierde creatividad y autonomía.
Se trabaja para ganar el sustento material, pero también y principalmente se debiera trabajar para la autorrealización como sujeto. Una sociedad que produce chatarra deseable con el único fin de autoreproducirse es completamente diferente a una sociedad donde la producción pudiese encontrase orientada al consumo de bienes realizados con calidad. Si se trata solamente de ganar dinero, lo importante no es la calidad sino generar una demanda de basura fetichizada pero deseable.
El que trabaja sólo por dinero no debiera asustarse de la prostituta ni del asaltante, ya que todos ellos coinciden en un mismo y único interés.
El gran éxito del capitalismo es haber construido un consumidor idiota, es decir alguien sin gusto propio que es capaz de comprar todo lo que le ofrecen, o al menos desear hacerlo, sin reparar en la calidad ni el buen gusto, y además volverse adicto a ello.
El hecho de demandar un producto es siempre el resultado efectivo de una oferta previa, insertada por vía deseante.
Si hoy la lógica del consumo, logra encubrir o desplazar a la lógica de la producción de lo consumible, aceptándola como hecho natural, no quedan dudas que ese encubrimiento- desplazamiento se torna totalmente implacable ya que hasta el más oprimido hoy es partidario de consumir objetos basura. Inclusive hasta el hecho de la marginación social hoy propicia la creación de un consumo específico para los diferentes estratos sociales, aunque esa especificidad no le resta a ninguno el indudable valor alienante que posee.
Esta modalidad opresiva se forma con el modelo de consumo, es decir logrando seducir con objetos alienantes que obviamente nadie ve como tal, y así aceptar la porquería como algo deseado.
Cuando el capitalismo logre vender la mierda humana, más cara que el oro o el petróleo, será el momento donde uno debiera salirse del juego, y corroborar eso que nunca aceptó, a saber, que Dios existe.
La lógica del consumo tiene como aspecto principal lo cuantitativo y no lo cualitativo. Adquirir y poseer se convierten en si mismos en objetos de goce.
Mantenerse lo más al margen posible de esta sociedad de consumo era una posición correcta, por ejemplo en la contracultura, pero a este margen el sistema lo absorbió y lo convirtió en objeto de consumo. Allí se sabía que lo que te estaban vendiendo era la mediocridad necesaria para que el sistema se reproduzca al infinito.
El shamán de Castaneda sostenía que si alguien no estaba preparado para una experiencia no ordinaria con alucinógenos, no debería realizarla en absoluto, y que tendría que adquirir cierto saber para sí poder hacerla.
No tengo dudas que en su casi totalidad, la experiencia consumista es una experiencia ordinaria, una experiencia apuntada a la insatisfacción permanente para retroalimentarse sin cesar.
Intentar hacer una experiencia no ordinaria del consumo podría resultar una implosión. Sería el intento de subvertir al consumo desde adentro, aunque quedaría por preguntarse si el consumo en sí, ya no es una experiencia ordinaria en sí misma y que no tiene reverso interior. Me quedan dudas al respecto pero creo que habría que intentarlo al menos.
Una experiencia no ordinaria en el consumo debiera apuntar a una ética estética y a una ética política, pero también debiera ser capaz de forzar la producción de un abanico de nuevos objetos que no sean basura.
Tal vez los nuevos vientos de cambio que se vienen dando, pero que para nada zafan de la lógica capitalista debieran plantearnos algunos interrogantes sobre el consumo, el trabajo y el cuestionamiento a lo que aliena en la sociedad.