“Todos tenemos que hacer un gran esfuerzo para generar nuevos pensamientos, nuevas alternativas. El mundo está demandando pensamiento nuevo frente a un mundo que se muestra totalmente agotado para solucionar crisis estructurales”, dijo Cristina, poniendo énfasis en la situación económica mundial y cuestionando al sistema financiero de ser “la nueva forma de terrorismo que disciplina las sociedades”.
Casi nada o casi todo. Un paso más de la primera mandataria en buscar nuevas definiciones que permitan la construcción de nuevas mentalidades. Hace punta en un escenario en el que los lideres mundiales, los responsables de las decisiones políticas, se encuentran enmarañados en una madeja de la cual no pueden salir, o intentan salir cortando el hilo por lo más delgado: rescatando al capital financiero y condenando a millones de personas a la más extrema de las pobrezas.
La historia moderna, como los señala Cristina, pasó del terrorismo de estado al terrorismo financiero como instrumento de disciplinamiento social. Argentina sabe de ello: del golpe de estado cívico-militar de 1976, perpetrado con el objetivo de amansar a la clase trabajadora y detener así el proceso de distribución equitativa del ingreso, al disciplinamiento a través del desguace del estado y de la elaboración de una legislación regresiva en términos de las reivindicaciones laborales.
América Latina vivió la misma experiencia, salvo en aquellos casos en los que la lucha revolucionaria o los procesos de liberación nacional permitieron la constitución de otras formas de organización social.
No es una verdad de Perogrullo, es un proceso de naturalización de cierto sentido común que amedrenta cualquier reflexión crítica e impide la gimnasia intelectual para pensar el mundo de otro modo. Los medios, han tenido un papel fundamental en ese proceso. La imposición del miedo a través del terror estatal en los 70 dio lugar a una visión que se redujo en campañas políticas del tipo: “¿Usted sabe dónde está su hijo ahora?”, al “Hay, hay, hay, el riesgo país está en estos momentos en…”, de Daniel Hadad a comienzos de 2000. Salvando las distancias, es quizás comparable al alerta meteorológico de los pronosticadores del momento. El pánico a la caída de granizo, se asemeja al pánico por la inseguridad. Un noticiero abre su edición central con la imagen del día y esa imagen es la de un asalto, un robo un hecho policial de cualquier naturaleza. Un accidente de tránsito hace de las principales rutas del país un lugar inseguro. La posibilidad de un atentado terrorista da cuenta de que la Argentina no es ya un lugar seguro. El mundo no es un lugar seguro. ¿Dónde albergar nuestra integridad física y la de nuestras familias?
El terrorismo informativo inmoviliza. Impide ver que la realidad es un mosaico que necesita, más que periodistas que hablan y opinan sobre cualquier tema como el mejor de los diestros, cronistas que puedan parar la pelota, construir una visión panorámica para comprender mejor la realidad y contribuir en la búsqueda de esas definiciones que los jefes de estado más probos intentan tener a mano para dar una explicación sobre lo que pasa en el mundo.
Ese es uno de los grandes desafíos que los periodistas tenemos. El desafío de traccionar una agenda cuyo correlato con la realidad tiene una distancia abismal entre lo que se dice y lo que se ve, porque quizás las noticias importantes, aquellas que realmente reúnen las condiciones de noticiabilidad, no sean más de cinco por día. Si ello es así el gran interrogante es qué hacer con el resto. La respuesta: trabajar en el marco de un proceso informativo que contribuya al fortalecimiento de una democracia con equidad, de una sociedad más soberana, con una distribución equitativa del ingreso. Hacía allí tenemos que ir.