El destino de convertirse en mito, desde Robert Johnson en adelante parecía que tenía que ser la muerte prematura. Ese rasgo marcó a las grandes leyendas del rock, que fallecieron igual que el mítico guitarrista de blues, a los 27 años. El camino de Syd Barrett fue diferente, fue desaparecer, recluirse y que se pierda todo rastro de él. Barrett falleció en 2006, cuando tenía 60 años, pero desde hacía más de tres décadas ya era un mito viviente, y nadie sabía ni dónde estaba, ni qué hacía, y aunque estuviera vivo, para casi todos ya era parte del pasado.
En «Shine on You Crazy Diamond» Roger Waters, lo invocaba, pidiendo que el loco diamante vuelva a brillar como tiempo atrás, y que tal vez por haber encontrado al secreto demasiado pronto, o haber quedado atrapado en el fuego cruzado entre la niñez y la fama, esto le haya dejado en sus ojos una mirada, que parecieran dos agujeros negros en el cielo…
El grupo ensayaba la grabación de su obra “Wish You Were Here” cuando de repente un intruso se precipitó dentro de los estudios de Abbey Road, con una guitarra en sus manos como para grabar también su parte. Todos se preguntaron quién sería esta persona con la cabeza y las cejas afeitadas, y bastante obesa. David Gilmour quien fuera compañero del secundario, después de mirarlo varias veces, supo que Syd estaba ahí, demasiado cambiado en su figura, pero llegado casi como si lo hubieran llamado. No grabó, ya que su parte ya estaba hecha. Ese mismo día Gilmour contraía matrimonio y en la fiesta de boda que se realizara en el bar de EMI, fue cuando todos los integrantes de Pink Floyd lo vieron por última vez, tras perderse el loco diamante entre la multitud. Esto sucedía en 1975.
Desde 1964 Roger Waters, Rick Wright, Nick Mason y Bob Klose, ya eran parte de un agrupamiento musical que fue mutando su nombre, hasta que se incorporó un nuevo integrante: Syd Barrett, y si bien ellos por ese tiempo se llamaban Tea Set, el nuevo integrante además de darle el estilo psicodélico característico, rebautizaría al grupo con el nombre The Pink Floyd Sound. Este nuevo nombre vale la pena precisar de dónde provenía. Los sonidos de Pink y de Floyd evocaban el nombre de dos viejos negros bluseros, que seguramente cuando murieron, ni supieron que habían entrado en la historia del rock, es decir en la narrativa de la versión blanca del rhythm and blues. Pink Anderson había nacido en Carolina del Sur, en 1900, y tras una vida de bluesmen, falleció en 1974 en la miseria, subsistiendo como músico en las tabernas, mientras que Floyd Council nacido en Carolina del Norte en 1911 fue otro guitarrista de blues que desde finales de los ’60 a partir de un derrame cerebral no pudo seguir su actividad, y falleció en 1976. Cuando ambos murieron Syd hacía varios años que ya había desaparecido de escena, y es probable que nunca los haya conocido más que por el texto escrito en la tapa de un disco de Blind Boy Fuller de 1962, en el cual decía: “Curley Weaver y Fred McMullen, (…) Pink Anderson o Floyd Council – estos eran algunos entre los muchos cantantes de blues que podían escucharse en las onduladas colinas de Piedmont, o serpenteando con los arroyos entre los arbolados valles”.