Un investigador del CONICET La Plata lidera una iniciativa agroecológica seleccionada por el ministerio de Ciencia en la convocatoria que promueve la lucha contra el hambre
Triplicado de la producción hortícola, reducción de los tiempos y ampliación de los cultivos son los grandes objetivos que persigue el proyecto titulado «Plantinera agroecológica. Fortaleciendo la agricultura familiar y la soberanía alimentaria», liderado por el investigador del CONICET en el Laboratorio de Investigación y Reflexión en Agroecología de la Facultad de Ciencias Agrarias y Forestales de la Universidad Nacional de La Plata (LIRA, FCAyF, UNLP) Matías García. Se trata de una de las 147 iniciativas seleccionadas por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación (MINCyT) en la convocatoria «Ciencia y Tecnología contra el Hambre», cuyos resultados se dieron a conocer días atrás y por la cual el Estado destinará 900 millones de pesos para financiar propuestas que busquen mejorar el acceso a la alimentación y al agua segura de la población.
Junto con la Cooperativa Agropecuaria Unión de Productores Familiares Ltda. del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) –con la cual desde hace algunos años articulan distintas actividades en el cinturón hortícola platense–, la iniciativa propone tanto la ampliación de una plantinera inaugurada hace dos años en Abasto como la incorporación de tecnología que optimice la producción y capacitaciones para la mano de obra que se desempeñe en el lugar. «Antes de contar con este sitio, los productores de la zona estaban obligados a comprar los plantines para iniciar sus cultivos en invernaderos de la zona a precios elevados. En el marco de un proyecto de extensión de la UNLP, se logró armar un espacio gestionado por las propias familias cooperativistas para la fabricación de plantines hasta un 40 por ciento más baratos», relata García.
Lo que se proyecta con el subsidio obtenido es duplicar los 800 metros cuadrados que actualmente tiene la plantinera e incorporar las máquinas necesarias para conformar una línea de siembra completa que permita acortar los tiempos y elevar el número de bandejas de germinación, denominadas speeldings, a 60 mil por año, suficientes para abastecer a unas 300 familias, a razón de 250 para cada una en ese lapso. «Además del aumento de la producción, que beneficia a los horticultores y genera más puestos de trabajo, estas mejoras van a permitir incorporar el cultivo de solanáceas, es decir tomates, berenjenas y pimientos, a los que hasta ahora estos grupos no se dedican por ser caros, riesgosos y delicados; y fortalecer el proceso de transición hacia la agroecología que el MTE está llevando adelante», explica García en relación al abandono progresivo del uso de fertilizantes e insecticidas químicos que se persigue.
Hasta ahora, la plantinera cuenta únicamente con una máquina sembradora que deposita la semilla en los almácigos –cada uno de los pequeños orificios que conforman las bandejas de germinación–, a la que se espera poder ensamblarle otras que completen el proceso. Por un lado, un aparato que los llene con sustrato y aplique la compresión necesaria para recibir la siembra, sobre la cual se añadiría otra capa de tierra. A modo de una cinta de montaje, los speeldings continuarían su camino recibiendo un suave riego automático para después ser apilados y finalmente depositados en una cámara de germinación, que consistirá básicamente en un cuarto oscuro de 5 x 6 metros con un aire acondicionado frío-calor y un regulador de humedad que garanticen las condiciones climáticas constantes necesarias para obtener los brotes.
«En este momento, cada una de estas tareas se hace de manera manual, lo cual genera no solo mucha mano de obra, sino también errores, falta de uniformidad y pérdida de tiempo», enfatiza el investigador. Las otras dos inversiones importantes que se estipulan gracias al subsidio serán la compra de un invernáculo –la plantinera propiamente dicha– metálico y altamente eficiente con sensores de temperatura, calefacción, levanta cortinas y riego automático, que reemplazaría a la actual carpa de lona que alberga a las plántulas en desarrollo. Por último, se proyecta la compra de una cámara de injerto, esto es, un espacio que posibilite la realización de la técnica por la cual se combina la parte aérea de una planta, es decir tallos y hojas, con la raíz de otra que presente resistencia a distintas plagas y enfermedades.
Esta última constituye una herramienta fundamental para incursionar especialmente en el cultivo de tomates, fusionando dos variedades distintas: una seleccionada por la calidad de sus frutos con aquella que le aporte mayores defensas frente a hongos, gusanos del suelo y otros ataques posibles. La cámara comprendería una primera zona en la que se realizaría el prendimiento de ambas plantas, y otra de aclimatación, para minimizar el sufrimiento del plantín en su salida hacia el invernáculo. Como técnica biológica, el injerto permite el mejoramiento del cultivo y su mayor rendimiento sin usar agroquímicos, ya que la protección viene de la propia variedad generada. Así, contribuye al modo de producción económico, sustentable y ecológico que guía el espíritu de la iniciativa.
Finalmente, cabe mencionar que el proyecto –que además cuenta con el apoyo del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA) y la Subsecretaría de Agricultura Familiar y Desarrollo Territorial de Nación–, incluye también una serie de capacitaciones en el uso de la nueva tecnología destinada a todas las personas que trabajen en la plantinera, espacio que a su vez se plantea como nexo entre el territorio y la academia en el marco de la flamante Tecnicatura Universitaria en Agroecología, carrera que acaba de inaugurarse en la FCAyF.