Walter Barboza
“Ahí está el gobernador peronista más popular del país, Daniel Scioli, un componedor irremediable”, la definición sobre la figura del gobernador de la Provincia de Buenos Aires pertenece al periodista Joaquín Morales Solá y explica la celeridad con la que los sectores más tradicionales de la Argentina intentan catapultar una figura política que logre atender sus necesidades de cara a los comicios de este año.
En la misma nota el periodista avanza mucho más allá con la siguiente afirmación: “Sin embargo, el cristinismo está presionando para conseguir la ruptura con Scioli. No es Scioli el que se va, sino la Presidenta la que lo está dejando. Sin recursos nacionales, destratado públicamente y, a veces, difamado, ¿qué podría hacer Scioli sino convertirse en una alternativa distinta del cristinismo en las elecciones de octubre? A Cristina tampoco le importa ese peligroso límite, del que huiría cualquier otro político”. Estas líneas cierran con mayor claridad la posición, frente a un escenario que se torna cada vez más adverso para quienes aspiran a generar un vuelco en la política nacional.
¿Por qué razón? Porque salvo la presidenta Cristina Fernández, que hace visible su gestión anunciando siempre medidas de gobierno, no está claro cuál es la figura que goza de mayor popularidad en todo el país. Allí Scioli corre con desventaja, puesto que en los últimos años la actitud “componedora”, que el periodista Morales Solá destaca como una virtud, es la que ha logrado licuarlo en las contradicciones provinciales. El reclamo de los trabajadores estatales, de los profesionales de la salud de los hospitales públicos, el malestar creciente del conjunto de los docentes bonaerenses, el déficit en la prestación de algunos servicios como el agua corriente, o el suministro de energía eléctrica en conglomerados como La Plata y el Gran La Plata, han esmerilado su imagen.
Lo que algunos señalan como un defecto de Cristina, la confrontación permanente, parece ser una virtud si de defender una posición política, un acto de gobierno, o una falsa acusación, se trata. Se sabe, la sociedad permanentemente se mueve a través de sus contradicciones. No existe tal armonía o posibilidad de conciliar todas las posiciones, quizás por ello Perón siempre apelaba a aquella frase bíblica que rezaba: “Ojalá fueses frío o caliente! Por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”. Porque explicaba abiertamente que no existe posibilidad de armonía en tanto y en cuanto el hombre se inmiscuya en la política para intentar resolver los problemas de la sociedad, sin amagues, ni titubeos, con claridad y firmeza.
Las dudas terminaron por derrocar a Arturo Illia, a quien se lo ridiculizaba y caracterizaba como a un presidente lento y carente de decisión. A De la Rúa, un mandatario sin capacidad de decisión, la crisis de 2001 y el clamor popular, terminaron por arrojarlo de la presidencia de la nación. Por el contrario Dorrego, Lavalle, Quiroga, Urquiza, Peñaloza, Varela, murieron, entre traiciones y delaciones, por mantener posiciones firmes en las luchas por la formación del Estado nacional, una cuestión que paradójicamente saben con claridad los editorialistas de la familia Mitre. Las batallas de Caseros, Cepeda y Pavón, tienen un significado histórico muy profundo que contradice aquella imagen que se destaca como virtud en Scioli y como un defecto en Cristina.