Walter Barboza
Usualmente la realidad supera a la ficción. La lucha por la liberación del pueblo argelino, dio lugar a la película “La Batalla de Argel”, un film de Gillo Pontecorvo del la década del ’60 que da cuenta de la metodología que los militares franceses utilizaron para extraer información a los detenidos del Frente de liberación Nacional Argelino, con el objetivo de desarticular la red de contactos y la estructura del FLNA. La Argentina de la dictadura cívico-militar del año 1976, demostró que las atrocidades cometidas por los militares franceses, aplicada por los militares argentinos, podía ser muchas veces peor. El “cine catástrofe” norteamericano ha dado films memorables en materia de desastres naturales o tragedias humanas. El atentado a las torres gemelas, ocurrido en los estados Unidos el 11 de septiembre de 2001, volvió a confirmar que siempre la realidad puede estar por arriba de la imaginación de los guionistas y directores. A nadie se le hubiera ocurrido la posibilidad de que dos aviones fueran estrellados contra los emblemáticos edificios del “World Trade Center”. En la Argentina “El Elefante Blanco”, la película dirigida por Pablo Trapero que narra la historia de dos curas tercermundistas que desarrollan su tarea pastoral en una villa de la Ciudad de Buenos Aires, recibió críticas a favor y en contra. Los denostadores dijeron que la película era demasiado exagerada respecto de los niveles de violencia que ella reflejaba, otros que tenía un tono épico y romántico, y finalmente que el film era bastante aproximado a la realidad.
Sea como fuere, la imaginación del hombre moderno ha logrado plasmar lo verosímil fílmico en dato concreto de la realidad; un dato que en muchas ocasiones ha logrado elaborar doctrina sobre algunos aspectos de la realidad y la vida cotidiana.
Así ocurrió en la ciudad de Rosario, donde el film de Trapero, puede resultar apenas una aproximación al problema de la marginalidad y la pobreza en los barrios de emergencia que crecieron al calor de las políticas de exclusión implementadas en América Latina en la década del ’90. Familias que son obligadas al éxodo por bandas que, en complicidad con cierto grado de la estructura policial, dominan territorios y hacen del negocio del narcotráfico la herramienta más eficaz para el crecimiento del crimen organizado.
La metodología utilizada por la policía rosarina en el barrio Nuevo Alberdi, que en último año estuvo a cargo del Comisario Hugo Tognolli, se asemeja a la utilizada por la dictadura militar, o las bandas de la Triple A, en la década del ‘70: intentó simular el fusilamiento de tres militantes del Frente Darío Santillán, el asesinato de la militante cristiana, Mercedes Delgado, y el ataque a tres militantes del Movimiento Evita, como un enfrentamiento entre bandas rivales.
El contexto traza un paralelo con la experiencia militante setentista: la tarea política en el seno de los barrios marginales para contribuir a mejorar las condiciones de vida de sus pobladores, o bien para avanzar en el desarrollo organizativo de esos barrios de cara a enfrentar con mejores instrumentos la realidad cotidiana, eran muy comunes en esos años. Muchos militantes de las organizaciones políticas, que trabajaban en los principales barrios carenciados, fueron masacrados por la “Triple A” o la dictadura. Los métodos eran similares: el fusilamiento para luego echar a correr versiones de que se había tratado de un enfrentamiento armado entre organizaciones rivales o el ajuste de cuentas entre miembros de la misma organización.
Y no es casual que el ataque sea perpetrado contra quienes se organizan políticamente para intentar mejorar las condiciones de vida de los barrios marginales. Se trata de organizaciones que, independientemente de sus matrices políticas y culturales, generan distintos tipos de lazos con el Estado para articular programas orientados a mejorar la situación de los habitantes de las villas de emergencia.
Ahora bien si el crimen organizado logra penetrar en lo más profundo de la sociedad es porque ella ha generado esas condiciones. Ahondar sobre este tema no es el objetivo de este artículo, sino dejar por sentado que, como ya lo señalamos en notas anteriores, el empobrecimiento y la marginalidad generan el embrutecimiento y la alienación de la población. Por consiguiente las posibilidades para que, por dinero fresco, sentido de pertenencia y prestigio fácil, el narcotráfico gane las calles de esos barrios.
Por el contrario la distribución equitativa del ingreso, la formación política y cultural, contribuyen a la conformación de una clase trabajadora de avanzada. La opción para los que sueñan con una sociedad más justa e igualitaria es clara: trabajar para evitar que los sectores más vulnerables de la población no sean presa fácil del crimen organizado. Cuando la inseguridad, tan declamada por la derecha argentina y los sectores medios altos, golpea a los más pobres, la construcción de la noticia y sus sentidos no habla del problema de la inseguridad sino de la riña entre grupos marginales.