Por Walter Barboza
Impresiona. Es apenas un artículo muy sencillo, que hoy podría ser una nota destacada en la sección “interés general” de un diario capitalino. La misma versa sobre las características de la usina que la antigua SEGBA (Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires), tenía en la década del sesenta para abastecer a la Capital Federal y a una gran parte del conurbano bonaerense de ese entonces. Su título reza: “La luz nuestra de cada noche” y fue escrita por Rodolfo Walsh para le revista “Siete Días”.
No sólo es impresionante la sencillez y la claridad con la que Walsh narra algo que, para la prensa actual, podría ser algo más que un bodrio, sino la metodología usada por el eximio periodista y que tiempo después revelaría: “Para la nota sobre luz eléctrica invertí 60 páginas de apuntes y transcripciones, unas 30 de borradores y 20 de páginas de original, es decir un total de 110 carillas dactilografiadas. Realicé unas 6 horas de grabación. Invertí un total de 87 horas de trabajo, repartidas en 13 días, o sea casi 7 horas diarias”. Una inversión de tiempo que hoy nadie haría para buscar precisión, claridad y sobre todo estructura y estilo narrativo. Porque Walsh fue un gran periodista, pero fundamentalmente un escritor brillante.
El artículo en cuestión puede encontrarse en el libro el “Violento Oficio de Escribir”, editado en 2010 por Ediciones de la Flor, y cuenta con el prólogo de alguien que compartió redacciones con Walsh: Rogelio García Lupo. Se trata de toda su obra periodística, a excepción de los libros más destacados, los que fueron publicados por entregas en los diarios de la época, como por ejemplo “Operación Masacre”. García Lupo, sobre la capacidad de trabajo de Walsh, dice al respecto: “Escribía rápido, sobre todo en la época de la Agencia Prensa Latina… Corregía poco porque sabía que las entrelíneas y los remiendos molestaban a los operadores de las máquinas. Y a causa de estas urgencias y de su obsesión por la exactitud, cuando Walsh escribía, aunque fuera una página, su poder de concentración desconcertaba, hasta podía herir a los demás”. Y destaca: “Para él, había que depositar la misma dosis de inteligencia y pulcritud en una narración literaria y en un breve despacho de la mesa, ese mundo de las redacciones de diarios y agencias donde a menudo tropiezan la noticia con el idioma, la emoción, el sentido común”
En ese marco las comparaciones suelen ser odiosas, pero necesarias. Es que una gran parte del periodismo argentino (obviamente hay excepciones), se ha convertido en algo que está muy lejos de aquellas experiencias desarrolladas por la generación de Walsh. Obsesivo con el detalle, con el dato preciso, con la fuente veraz, Walsh, como otros periodistas de su generación tomaba nota de todo. Es más, dos de sus libros más reconocidos, “Operación Masacre” y “¿Quién mató a Rosendo?”, dan cuenta de ello: allí Walsh se toma el trabajo de hacer sus propios peritajes. Acude a los basurales de la localidad de José León Suárez y al Bar “La Real”, toma nota de la zona, dibuja croquis, consulta testigos, pone en duda los peritajes de la policía, realiza los suyos y saca sus propias conclusiones. Sus investigaciones nunca pudieron ser refutadas y arrojaron a la luz dos hechos que fueron fundamentales para comprender desde el punto de vista histórico el entramado de poder que en aquellos años se ponía en juego.
Por estos días de efervescencia periodística, en el que las corporaciones comunicacionales juegan abiertamente a esmerilar el poder del Gobierno Nacional, con el afán de poner fin al proceso político iniciado en el año 2003, los comunicadores de turno suelen incurrir en errores y apresuramientos sobre los que nunca hacen la autocrítica. Así se lo pudo ver el jueves 5 de junio de 2014 al conductor periodístico de la mañana en TN, Guillermo Lobo, consultar en directo al fiscal Jorge Di Lello sobre las posibilidades de ver en vivo la declaración del Vicepresidente Amado Boudou en la causa Ciccone. Lobo había dicho que la transmisión en vivo, no era posible por cuestiones técnicas que nunca aclaró. Esa afirmación se vino abajo, en vivo, cuando el fiscal Di Lello dijo que sí era posible si era la voluntad del indagado.
Cuestiones técnicas al margen, si Lobo se hubiera encargado de leer los artículos del Código Procesal Penal, quizás sus aportes hubieran sido más ricos para contribuir al debate y esclarecer a los televidentes que quedaron presos de las desinteligencias narrativas que se desplegaban en vivo.
Hay una misión sustancial, que en el periodismo muy poco medios cumplen: la tarea formativa. Los medios de información tienen una misión trascendental, una tarea docente a la cual no deberían renunciar. Walsh, con su talento, marcó un ejemplo. Por eso en el Día del Periodista, nada mejor que rescatar su precisión como intelectual, escritor, trabajador de prensa y militante político.