Y entonce los recuerdos de la Patria Fusilada se cuelan por las hendijas de la estación de subtes de la parada de Lima y 9 de Julio. Hace calor y el cielo amenaza con esas tormentas de invierno densas y pesadas. Claro, a quién se le ocurre que la temperatura puede subir a 24 grados, si quince días antes no superaba los 7. Pero Buenos Aires es así, tan ingrata como ese porteño engreído que se queja porque una marcha de la Corriente Clasista y Combativa (CCC) cortó el microcentro porteño, suspendiendo los colectivos que cruzan a esa hora la CABA y abarrotando los convoyes de las máquinas de las cuales Macri no se hace cargo.
Yo, vi la marcha. Vi su contenido. Y la vi sin prejuicios políticos e ideológicos. Los colores y olores que se desprendían de ella. “Conurbano profundo” pensé. Los estandartes lo confirmaban. Columnas de zona sur y zona oeste. Llegaron para reclamar ayuda social.
El porteño grazna contra Cristina. Y asegura que él, como un pelotudo, “paga el servicio que esa gente toma por asalto para viajar gratis”. Está ofuscado porque le impidieron tomar el colectivo y encima los tiene que soportar bajo tierra. Blanco y prolijo, el hombre se retira indignado, antes de que alguien pueda intervenir en el debate.
Nada comprende este sujeto anónimo, que ése es el lugar en el cual se manifiestan las distintas expresiones políticas y culturales que, desde el 25 de Mayo de 1810, a esta parte, lo han hecho con las interrupciones que las dictaduras militares impusieron.
Nada entiende que, de no ser por los impuestos indirectos que esos desocupados y subsidiados por el estado aportan a través del consumo, su calidad de vida cambiaría notablemente. El populismo, que le dicen. Sus implicancias tienen que ver con eso. Con la “plebeyisación” de los sectores más estratificados de la sociedad. Rostros, sonidos y hábitos diversos. “El hedor de América”, pensaba Rodolfo Kusch, que ese hombre rechaza con total repugnancia.
Es allí cuando ato cabos. Eslabones de una historia que ese hombre lee en retazos sueltos. Pequeños fragmentos. Evocación de una memoria rota, que es necesario continuar reconstruyendo. Y las imágenes y los relatos de Trelew acuden al rescate del presente para poner un poco de orden y claridad en el caos de la vida cotidiana. “Para qué pelar con ese hombre”, me interrogo. “Hay que hacer docencia”, concluyo.
Y allí vuelven una y otra vez las imágenes que evocan un pasado lejano que interpela al presente. Si en los setenta la victoria hubiera sido de los masacrados en Trelew, de esos hombres y mujeres que luchaban por una patria más justa, más libre, más soberana, el presente hubiera sido otro. Ese hombre, que reniega contra los que contribuyen a subsidiar el transporte público que él utiliza, hubiera tenido plena conciencia de la naturaleza de los reclamos. O tal vez no. Tal vez ese reclamo no hubiera existido. Puesto que las condiciones políticas, sociales y culturales hubieran sido significativamente opuestas.
El presente, para algunos, es el corolario de Trelew. Las balas, que salen de las bocas de los fusiles asesinos de aquella militancia, la expresión más acabada de lo que la porción más reaccionaria de la sociedad de entonces pretendía para el futuro. En la diaria la tarea para avanzar se hace, a veces, cuesta arriba. En lo cotidiano renegamos con propios y ajenos. Con los que incluso, negando sus orígenes de clase, se desclasan mal andando. Los que peguntan sin preguntar o miran sin ver. Los que, curiosamente, gozan de los beneficios que les concede el fortalecimiento del mercado interno, la distribución equitativa del ingreso, la democratización de la palabra y las tecnologías, las paritarias salariales, los nuevos derechos civiles, la constitución de numerosas organizaciones que median en el proceso político argentino.
Miró otra vez y finalmente el subte que va de Lima a Congreso llega. Me sumerjo gozoso entre el gentío, satisfecho de que este país, que en los noventa y principios de 2000 casi había perdido la fe en sí mismo, nos permita revitalizar viejas experiencias de movimientos migratorios y movilidad social ascendente. Y allí voy, bien apretado. Entre rasgos duros, colores cobrizos y acentos polifónicos. “Pues claro -sintetizo- si esto, por gracia de la Divina Providencia, es América Latina”.