Algo que los panameños tenemos que recordar – se nos olvida con mucha facilidad – es que nuestros problemas son el producto de las políticas que aplican los gobernantes para favorecer algunos pocos inversionistas o especuladores que forman parte de círculo del poder. El crimen organizado y la creciente violencia que sacude al país son consecuencia de las políticas gubernamentales. El caos urbano en el transporte y en las construcciones es el resultado de las resoluciones que aprueban nuestras autoridades. El alto costo de la vida y el incremento del precio de la canasta básica están directamente asociados a los tratados de “libre comercio”.
El círculo de poder que concentra la riqueza del país tiene a su servicio inmediato un ejército de servidores que se especializan en engañar, convencer, castigar y reprimir al resto de la población. Este sector – los pobres que conforman más del 75 por ciento de los panameños – está dividido en dos grupos. Por un lado, los trabajadores que producen riquezas para la acumulación de los ricos. Por el otro, una creciente masa de panameños que se encuentra en el sector informal y sin trabajo decente, y que se encuentra en peligro constante de ser privada de su libertad por el delito de ser pobres.
La mayoría de los panameños son engañados todos los días cuando se tratan de explicar las causas del crimen, del caos urbano y del alto costo de la vida. Se dejan embaucar por quienes dicen a través de los medios que a los panameños les gusta ser flojos, peleones y relajados. Con esas características no podemos llegar a ser un pueblo productivo. Los teóricos de los gobernantes plantean que la desigualdad es necesaria para que exista progreso. Agregan insulto a desprecio señalando que la pobreza es un buen negocio para el país.
Recientemente, un escritor argentino, Adrián Salbuchi, se refirió al problema de la deuda pública. Los presidentes de la República, ministros y asesores le cantan loas a la deuda y los grandes beneficios que representan para el país. No importa que a mayor deuda, más pobreza y mayor la desigualdad. Salbuchi también nos recuerda que “cuando estallan las consabidas ‘crisis’ de deuda pública, son preconcebidos. Estallan porque es el efecto buscado”.
Para explicar este fenómeno se remonta cuatrocientos años y trae al mundo actual a William Shakespeare. “Se trata de un complejo sistema de deuda que puede describirse como ‘el modelo Shylock’, aludiendo a la obra El mercader de Venecia, uno de cuyos principales personajes es el despreciable usurero Shylock”. En la obra de Shakespeare, Shylock le hace un préstamo a un mercader exigiéndole que firme un contrato mediante el cual se compromete a pagarle “de su propia carne” si no puede cubrir los intereses de la deuda.
”Bajo el modelo de Shylock, primero hay que endeudar a la víctima, imponiéndole un contrato legal que lo obliga a pagar. Shylock lo logró apelando a las leyes de Venecia para que avalara su escandalosa pretensión. Los banqueros modernos lo hacen colocando a “sus” políticos para que endeuden al país”.
¿Qué es lo peor que le puede ocurrir a mega-banqueros como Goldman Sachs, JP MorganChase, Rockefeller, Soros o Rothschild, todos ellos modernos administradores del modelo Shylock? Que algún país soberano le diga ven el lunes a retirar tu cheque.
”El Sistema de Deuda Eterna funciona, según el modelo Shylock, cuando los mega-banqueros usureros sincronizan su relojes con gobernantes títeres. Un trabajador honesto, señala Salbuchi, jamás podrá penetrar en la mentalidad parasitaria del usurero si parte de la premisa errónea de que Shylock le prestó a Antonio con la intención de que le devuelva la suma. Shylock especulaba con que Antonio no pudiera devolverle lo prestado, para así poder ejecutar la garantía, su “pagaré”.
Un deudor potencialmente rico que se vea transitoriamente imposibilitado de devolver un préstamo, es música para los oídos de un banquero usurero. Cualquier deudor que devuelva el dinero prestado no le conviene a un usurero. Esa práctica acaba con los principios y cimientos sobre los que se sustenta la usura. Frustra toda posibilidad de que banqueros y usureros puedan ejercer su oficio de parásitos, al verse obligados a trabajar en busca de nuevas víctimas.
El negocio más jugoso para un banquero es, precisamente, poder refinanciar deudas año tras año, haciéndolas crecer exponencialmente a través del interés y del interés compuesto. Por eso, el secreto está en que el deudor no pueda pagar. Shylock jamás tuvo como objetivo recuperar su préstamo. Sólo quería su libra de carne. El préstamo y el contrato de garantía conformaban el mecanismo para hacerse “legalmente” dueño del mercader.
Los liberales de mediados del siglo XX endeudaron el país en varias decenas de millones de dólares que aún estamos pagando. Los militares de fines del siglo pasado nos endeudaron por varios centenares de millones de dólares. En la actualidad, los neoliberales nos han endeudado en varios miles de millones de dólares que tendrán que pagar nuestros hijos y nietos a los modernos Shylocks. Seguiremos entregándoles a los banqueros nuestras riquezas mientras seguimos en la pobreza ‘espléndida’ y gozando de la desigualdad tan celebrada por los neoliberales.
Panamá, 13 de septiembre de 2012.