El “Mingo” dispara diatribas hacia todos lados. Se lo ve exasperado al otrora “superministro” del Estado Nacional en tiempos del “menemismo” y en el ocaso de la Alianza. Son las elecciones porteñas de 2001 y el “Mingo” dispara: «Son unos tramposos, prepararon la trampa desde temprano poniendo un partisano del Frepaso al frente del escrutinio (en aparente alusión al secretario de Gobierno porteño Guillermo Moreno Hueyo, que es radical). Siempre estuvo listo el escrutinio antes de las 22 y ahora, a las 23.40, apenas tienen el 40 por ciento. Cómo puede ser». Alude a una supuesta triquiñuela que le hicieron para perjudicarlo en esos comicios. Asegura que si no lo “asustaron Yabrán y Menem”, menos lo van a correr con la “vaina”.
Está rojo de furia, se asemeja a una cobra que sale de su canasto para mostrar su lengua y sus colmillos venenosos. Ya ha hecho mucho daño este hombre de cara redonda que se jacta de tener un padre jubilado y de origen piamontés.
Atrás quedaron los tiempos de los superpoderes con los que solía conculcar los derechos de los trabajadores. Ahora la realidad se le viene encima, se le cae como un ancla prendida del cuello, y no puede tapar el sol con las manos, o con los blindajes (prestamos) otorgados por los organismos internacionales para seguir sosteniendo la ficción del 1 a 1.
En términos personales, la convertibilidad tiene su costo político. Pero en términos colectivos, el desastre es material y concreto: las dos terceras partes entre la pobreza y por debajo de esa línea.
¿Pagará el “Mingo” sus delirios de tecnócrata? ¿La historia le cobrará las cuentas que transfirió al conjunto de la población? ¿Y la prehistoria? ¿O acaso los argentinos olvidamos que también fue funcionario de la dictadura cívico-militar y que allí también dejó una pesada herencia?
Días atrás la sociedad asistía con asombro a un juicio en el que Menem y otros funcionarios quedaban absueltos de culpa y cargo por la venta ilegal de armas en la década del ´90. Desde este modesto portal, sus cronistas planteaban que había otras responsabilidades por las cuales juzgarlos y que no eran menos graves: “Menem todavía tiene que rendir cuentas a esta sociedad por sumergir al país en el más infame de los atrasos. Pero también quienes vieron en Menem un instrumento para la búsqueda de sus metas económicas. Y en ese sentido, las compañías que hicieron pingues negocios con la especulación financiera, la fuga de capitales, o transfiriendo una deuda externa privada al estado nacional, todavía no dieron explicaciones” (La absolución de Menem y sus cuentas pendientes)
Fue casi una expresión de deseos, porque ahora el “Mingo” Domingo Felipe Cavallo podría ser sentado en el banquillo de los acusados para comenzar a rendir esas cuentas y explicaciones que tantos argentinos esperan.
Lo curioso del caso es que la información no tuvo la trascendencia que merece, salvo en los medios de información que acompañan el proceso político que vive la Argentina. La misma detalla que el juez federal Marcelo Martínez de Giorgi invitó a la Procuración del Tesoro a “asumir la representación del Estado Nacional en el proceso judicial” por la estatización de la deuda externa privada argentina en 1982, cuando el entonces presidente del Banco Central Domingo Felipe Cavallo y los funcionarios de la cartera económica de la dictadura, resolvieron transferir a las cuentas públicas unos 17 mil millones de dólares de pasivos de empresas privadas, contraídos de manera presuntamente espuria. Entre las empresas que estarían involucradas se encuentran Cargill, Pérez Companc y Renault.
La causa recién se impulsa y es el emergente de la necesidad de que los funcionarios que han hecho padecer penurias al conjunto de la población, empiecen a dar cuenta de su accionar al frente del estado nacional argentino. El “Mingo” Cavallo, es una figura visible, o el instrumento que los grupos económicos utilizaron para sacar ventaja en tiempos de bonanza y de crisis. Ahora es sólo la pálida imagen del hombre superpoderoso que fuera en tiempos del neoliberalismo. ¿Será justicia?