Walter Barboza
Ni lerdo, ni perezoso, Mauricio Macri se lanzó a cohesionar el voto duro porteño y el de la zona norte de Buenos Aires, aquel sector del electorado que mejor le sienta, por convicción, por pertenencia de clase o grupo social, o bien por estar preocupados por el acceso libre al dólar, los viajes al exterior, la tilinguería del jet set local y otros menesteres.
El camino que eligió es aquel en el que mejor se movió en su historia como dirigente porteño: el fútbol. De él, quizás rememorando sus gloriosas épocas como presidente de Boca, dijo que si fuera presidente de la Argentina“eliminaría Fútbol para Todos, porque el fútbol se organizaba muy bien sin la intervención ni la manipulación del gobierno nacional”. Una alusión directa, en caso de que accediera a la jefatura de estado, a su decisión de volver al antiguo sistema de televisión codificada que quedó sin efecto durante la gestión de la presidenta Cristina Fernández.
El enunciado, por pobre que suene, aporta más claridad que el despliegue de toda su oratoria junta, pues sintetiza el ideario del sector político al cual representa o del cual es tan sólo un mero instrumento: las corporaciones económicas, los productores sojeros, las compañías trasnacionales, la derecha tradicional. Paradójicamente aquellos que crecieron al calor del Estado y al que desprecian desde lo más profundo de sus entrañas.
Mauricio, como todo lo que hace, avanza a tontas y a locas, diciendo y desdiciéndose, haciendo y deshaciendo. Ocurrió con el subte, con las modificaciones de la Avenida 9 de Julio, con las escuchas telefónicas. Nunca, en la ciudad autónoma de Buenos Aires, hubo una gestión tan desprolija desde lo político-administrativo. Nunca dudó en cortar calles o avenidas para complicar el desenvolvimiento de la vida cotidiana. Él, que suele quejarse cuando alguna organización política corta el microcentro, no tiene el menor empacho en cercar la ciudad para desarrollar algún evento. Él, que se quejaba del funcionamiento del transporte público, dejó a una porción de la población para nada despreciable sin el funcionamiento de la Línea A y con aumento desproporcionado. Él que cuestiona fuertemente el problema de la inflación, incrementa desconsideradamente los peajes en las autopistas de la ciudad de Buenos Aires. Él, que supuestamente debería defender el patrimonio estatal y el que cerca los espacios públicos para proteger las plazas, destroza ejemplares arbóreos antiquísimos sin que se le mueva un solo pelo.
Pero qué le importa a Mauricio, si él también tiene a su clientela cautiva. Aquellos que lo acompañan piensan, como él, que el “interior bárbaro” no merece el menor privilegio. La interrupción del servicio de subtes de la Línea A nos da un claro ejemplo: mientras que los dirigentes gremiales de los trabajadores de la empresa decían que era posible llevar a cabo las obras de mejoras sin cortar el funcionamiento del transporte, Mauricio decidió parar el ramal que va de Plaza de Mayo a Carabobo. Qué curioso, porque es una de las líneas más populosas. Es precisamente la que llega por debajo de la Avenida Rivadavia a Plaza Miserere: el espacio público en el que convergen los habitantes de la zona oeste del conurbano bonaerense. Es decir: aquellos habitantes del interior que usan ese ramal, se quedaron a pie porque Mauricio no sustituyó la Línea A con algún medio alternativo.
De este modo Mauricio tiene una visión recortada de la realidad, pues considera que las fronteras de la República Argentina terminan en la Avenida General Paz o en la Avenida Libertador en su extensión hacia el norte de Buenos Aires. Macri, en su desprecio por la cosa pública, cree que los sectores populares no tienen ningún derecho. Que ese derecho sólo lo pueden tener aquellos que tengan la posibilidad de pagar. Convierte, en lo más profundo de su razonamiento, la cosa pública en una mercadería a la que sólo se puede acceder a cambio de una transacción económica. Así lo cree con el fútbol de primera división. Así lo considera con las autopistas, cada vez más caras, que son utilizadas para el ingreso de vehículos particulares, camiones, transportes públicos, que desarrollan su trabajo y su actividad económica en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, así lo considera con todos aquellos medios, instrumentos o herramientas que puedan ser útiles a los fines de mejorar la calidad de vida de la población o estén orientados a ser parte de la denominada distribución del ingreso que, como el “Fútbol para todos”, tiene beneficios que sólo pueden ser evaluados en forma indirecta. Es un problema de sentidos Mauricio.