Agustín Pinau
La masividad de la convocatoria del 8-N, en comparación con el 13-S, obliga a agudizar el análisis para abordar similitudes y diferencias sin caer en la simplificación de describir analogías. Como sabemos, las diferencias cuantitativas pueden derivar en diferencias cualitativas, ¿es este el caso?
El 13-S se conformó sobre una base social de límites compactos, sectores sociales urbanos medios-altos, en una posición de aversión al gobierno nacional, que exponen características visceralmente agresivas y enraizadas a lo largo de nuestra historia en el desprecio hacia las mayorías populares y su inclusión social y política. En el pasado encontramos a este sector social con las mismas reacciones frente a la “chusma” de Hipólito Irigoyen y los “cabecitas negras” de Evita y Perón.
En la heterogeneidad de sus demandas sobresale, por sobre las demás, el reclamo de ejercer el derecho de adquirir dólares libremente, expresando una particularidad cultural distintiva de ese sector. Emergía el 13-S esta demanda con destacada saliencia, y como eje central de sus malestares y ansiedades por la “falta de libertad”, enunciando su concepción del lugar donde ubican los límites de los derechos individuales, que el gobierno ha invadido y que lo hace merecedor del irrespeto de los “ciudadanos decentes”. Demostrando esa huella indeleble que en su conciencia ha dejado la praxis neoliberal de los noventa.
Permitió aquel paisaje sociocultural la construcción de un perfil estereotipado del “cacerolo”, basado en las expresiones volcadas en sus pancartas, canticos y aun en su vestimenta.
Anteriormente, esa primera manifestación, que caracterizamos como de contenido pre-democrático (ver “Tomando nota”), fue trabajada desde las redes sociales por las “viudas” del 7-D, y tomó de sorpresa a referentes de los partidos político opositores y también a algún exponente del propio oficialismo.
El escenario que comenzó a construirse de cara al 8-N reconoce variaciones. La experiencia de la primera movilización alentó al Grupo Clarín, sus aliados mediáticos y de la arena política, a plantearse el objetivo de una convocatoria masiva a nivel nacional. El multimedio fija la agenda y los tiempos en función de sus intereses corporativos, que se verán afectados por la vigencia plena de la Ley de Servicios Audiovisuales a partir de diciembre. Procura lograr un blindaje y construir un armazón de protección a partir de una movilización amplia que coadyuve en la presión sobre una Corte Suprema, presidida por el Dr. Lorenzetti, que quizás, más pronto que tarde, deberá expedirse sobre la constitucionalidad de la ley (ver “Todo pasa por el 7”).
Los partidos políticos de oposición jugaron su rol. En un principio convocaron en forma timorata y solapada, para luego dar un vuelco que culminó en una convocatoria abierta colgándose descaradamente de la protesta.
El 8-N se produce en un marco decididamente masivo, en la cual confluyeron sectores de estratos medios más amplios, evidenciando una composición de mayor complejidad sociocultural, diferenciando el perfil de los actores en relación al estereotipo construido en el 13-S, y que escapa a las más rígidas categorías de análisis aplicadas en aquel caso.
El variopinto conjunto de mensajes expresados en la última protesta es quizás la característica que marca analogía con la anterior. Sin embargo, en esta oportunidad la cuestión del dólar se perdió en el abierto abanico de consignas, dando al conjunto de mensajes una marcada vaguedad que no permitía encontrar más que un común denominador, un malestar compartido y una magnificada aversión al gobierno nacional.
Las convocatorias cuasi anónimas desde las redes sociales sólo pudieron construir un momento y lugar de convergencia, desembocando en un acto masivo pero atomizado, una sumatoria de malestares individuales, que posiblemente sean el singular elemento de conexión emocional y de reconocimiento entre los manifestantes y su punto de mayor comunión. Malestar que surge desde la impotencia ante una realidad que aparece como irreversible, y se expresa desde una ofuscada negatividad en dispersos mensajes de todo tipo y orden. Esta caracterización impide reconocer un colectivo articulado con alguna cuota de razonabilidad y coherencia.
Fuente Creer o Reventar