Hay algunos que aún creen y también profesan en los hechos aquel lema de que “la política es el arte de hacer negocios”. Este cronista se lo escuchó decir a un dirigente justicialista de tercera o cuarta línea antes de la crisis del 2001, casi con total impunidad. En los ’90 esta línea de acción era sentido común, y no por nada las mayorías metieron a Bin Laden en el sobre de las legislativas de aquel año, y dos meses después dijeron: “Que se vayan todos”.
Pasó más de una década de todo ello, y si bien a partir de 2003 se reinició un proceso de repolitización, es decir de dejar de sostener que los políticos son todos chorros, y comenzar a comprometerse en la acción militante para transformar la realidad, aún quedan muchas rémoras de todo aquello. La oposición al gobierno salvo honrosas excepciones se ajusta a eso, casi como un plan de acción para conseguir el privilegio económico particular en detrimento del interés general. Pero también hay que tener muy claro que de este lado también quedaron muchos que lo que buscan es lo mismo, aunque digan otra cosa. Claro, estar de este lado significa plantear los cambios necesarios para el bienestar del pueblo. Las empresas también dicen ofrecer lo mejor para los consumidores, pero luego lo que hacen es buscar solamente su propia rentabilidad, sin importarles tanto el valor de lo que venden.
El neoliberalismo en su afán de desvalorizar el rol del Estado proponía su ineficiencia, transformando al espacio público en un lugar de oferta para que los privados hagan sus inversiones. Una política de seducción para que la economía de mercado funcione. Sin dudas toda una sanata que el tiempo fue demostrando como verdadera falacia, que sólo tenía como objetivo cristalizar una casta política, alejada de las mayorías y con un enriquecimiento cada vez mayor. El lema fue “atraer inversiones” y la política era ser funcionales al lobby de las corporaciones, haciéndoles el juego a cambio de beneficios.
Hoy cuando se plantea profundizar el modelo, o en todo caso el proyecto, de lo que se trata principalmente es de construir un nuevo Estado, una nueva mayoría, otra relación de fuerzas del campo popular, y en este sentido es necesario pasar la escoba de todo la basura que aún queda, de toda una camarilla que más allá de hoy decir acompañar con lealtad, siguen siendo los que siguen sosteniendo de hecho que “la política es el arte de hacer negocios”.
Romper estas negociaciones que el campo nacional y popular aún debe seguir haciendo para garantizar la gobernabilidad, implica un desarrollo importante de fuerza propia trastocando significativamente la actual relación de fuerzas.