La riqueza adquiere la forma de un espejo que refleja lo peor que hay en la naturaleza humana (Marie Corelli, “Las Penas de Satanás”, 1896)
Hace poco, la presidenta de Argentina, Cristina Fernández comentando sobre la actual crisis española, se preguntó: “¿entra en la cabeza de alguien que se les niegue a una actividad como la minería de 200 millones de euros y se ponga uno arriba del otro 23 mil millones de euros a un banco? ¿Es racional? ¿Es capitalismo o es locura?”.
Pensándolo bien, esta pregunta trasciende las fronteras de España abarcando nuestro planeta entero. En realidad, el capitalismo desde su nacimiento nunca ha sido un modelo racional. La base de su modo de producción consiste exclusivamente en la explotación del hombre por el hombre, en la separación de los medios de producción de la mano de obra, en la supremacía de la plusvalía sobre los valores humanos y en el individualismo separando al hombre de la sociedad. “La sociedad”, como dijo Margaret Thatcher, “no existe, existen los individuos”.
Por eso no es de extrañar que después de más de 300 años de experimentos del capitalismo, el mundo haya llegado a un punto de existencia humana completamente absurdo y extremadamente injusto. Resulta que actualmente en los países de desarrollo viven 1.300 millones de personas por debajo de la línea de la pobreza, otros 100 millones sobreviven en las mismas condiciones en los países industrializados y 120 millones más en Europa Oriental y Asia Central. Pero eso es nada. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO), unas 3.500 millones de personas, es decir, la mitad de la población mundial que es de 7.000 millones, están condenados a la pobreza. Y todo esto está sucediendo cuando los recursos existentes tienen la capacidad de sostener a una población mundial diez veces mayor a la actual, de acuerdo a los estimados de la FAO.
¿Entonces, cómo se puede calificar al capitalismo en su presente forma globalizada neoliberal que condena a la pobreza la mitad de la población mundial? No hay otra definición lógica para este sistema que llamarlo criminal, pues mientras arroja a la mayoría de los habitantes del planeta al sufrimiento, permite al 0.2 por ciento de la población (11 millones de millonarios) controlar el 37 por ciento (50 millones de millones de dólares) de la riqueza mundial estimada en l50 millones de millones de dólares. Y si tomamos en cuenta que en los últimos cuatro años, a pesar de una severa crisis económica, el número de ricos crece al ritmo de uno a dos millonarios al año, llegaremos a la conclusión que para el año 2030 o antes, ellos controlarán el 50 por ciento de toda la riqueza mundial. Tampoco hay que olvidar el poder de 1.226 multimillonarios cuyo capital combinado asciende a 4.6 millones de millones de dólares. Son de 58 países, de los cuales 425 son de EEUU, 96 son de Rusia y 95 de China.
El modus vivendi de los millonarios consiste en una permanente lucha por aumentar su riqueza y para eso todo se vale, inclusive la fuga de capitales. El reciente Informe de Tax Justice Network 2012 (TJN) reveló que entre 1970 y 2010 los ricos escondieron en los paraísos financieros entre 21 a 32 millones de millones de dólares. Como dijo el autor de este informe, el economista James Henry, “hay algo allí y este algo está creciendo”. “Este algo” aumentó entre 2008 y 2010 en 18 por ciento e implica también una pérdida anual en impuestos (taxes) para el Estado en unos 240 mil millones de dólares. El mismo Barack Obama declaró hace poco que solamente en las Islas Caimán en un edificio llamado Ugland House, que es más conocido que el Wall Street y el London Stock Exchange, están operando 12.000 corporaciones norteamericanas.
De acuerdo al informe, la red del paraíso financiero constituida por unas 3,5 millones de compañías de cobertura, de seguros y de bancos que esconden el capital fugado en unos 80 países. Los más famosos refugios financieros se encuentran además de las Islas Caimán en Bermudas, la República de Nauru, La Isla de San Cristóbal y Nieves, La Isla Antigua, Suiza, Las Islas del Canal, Mónaco, la República de Chipre, Gibraltar, el Principado de Liechtenstein y muchos otros. El informe especifica que en estos refugios los ricos chinos escondieron 1,19 millones de millones de dólares, los rusos 799 mil millones, sudcoreanos 779 mil millones, árabes sauditas 308 mil millones. Los millonarios latinoamericanos tampoco rechazaron esta tentativa, los brasileños trasladaron 519 mil millones de dólares, los mexicanos 417,5 mil millones, los venezolanos 403 mil millones y los argentinos 399,1 mil millones de dólares. Como vemos el dinero no tiene frontera ni nacionalidad.
Lo curioso de este informe es que no indica a los millonarios norteamericanos a pesar de que sus bancos como JPMorgan Chase, Morgan Stanley, Wells Fargo and Goldman Sachs han sido tradicionalmente más activos entre el total de 50 bancos que participan en la huida del capital a los paraísos financieros. Hasta a Pinochet le ayudaron a esconder su dinero. Tampoco el informe trata de aclarar el complejo sistema financiero montado en los últimos diez años de globalización acelerada. Actualmente en el mundo financiero nadie sabe qué hacer con los derivativos cuyo valor es de 480 millones de millones de dólares que en realidad no existen. Esto significa que el valor de este dinero ficticio supera 10 veces el PBI de la economía mundial (48 millones de millones de dólares) y 3.2 veces toda la riqueza mundial (150 millones de millones de dólares). En realidad es una burbuja financiera artificialmente creada por los especuladores que en algún momento puede quebrar toda la economía mundial.
Sin embargo, los ricos no tienen cuidado de esto pues sus depósitos en los paraísos financieros están bajo la protección de los mejores y bien pagados especialistas encargados de cuidar y hacer crecer más sus capitales. Lo que más les interesa, además del dinero, es el poder que podría facilitar sus recursos financieros. Prácticamente todos los multimillonarios están en las juntas directivas de las grandes transnacionales que constituyen un camino seguro al poder que no es siempre visible. En su reciente libro “Private Empire ExxonMobil and American Power”, su autor Steve Coll anotó que el presidente de la ExxonMovil, Lee Raymond (1993 – 2005) que convirtió su empresa en la segunda más grande en el mundo con el capital de 450 mil millones de dólares, “no gestionaba su empresa como un ente subordinado a la política exterior norteamericana sino como un imperio privado”.
Solía decir Raymond que “no soy una compañía de los Estados Unidos y no tomo decisiones en lo que es bueno para EE.UU. La búsqueda de compromisos no es el estilo de la Exxon”. Lo que pasa en los Estados Unidos y también en Europa es que las corporaciones por medio de su equipo de cabilderos han logrado moderar las leyes obteniendo la posibilidad de definir ellos mismos las normas de las leyes a su favor. Es un camino seguro hacia el poder político encima de un Estado nacional. Precisamente por eso surgió la situación, según un estudio de un grupo de científicos de la Swiss Federal Institute of Technology bajo la dirección de James Glattfelder, unas 147 corporaciones transnacionales controlan más de la mitad de los recursos del mundo obteniendo un inmenso poder político.
Aumentar sus ganancias y su poder es una ambición sublime de los adinerados. La situación de la mayoría de la población no les interesa mientras esta mayoría esté silenciosa y abnegada. Los acaudalados empiezan a preocuparse solamente cuando surge un descontento. Lo reprimen o dan a los descontentos una pequeña dádiva. En este mismo juego ya tienen casi tres siglos. Igual, no cambia la definición de un rico que hizo el personaje central de la novela de Marie Corelli en “Las Penas de Satanás”, cuando Lucifer, disfrazado del multimillonario príncipe Lucio Rimáñez: “puedes hablar como un estúpido, reírte como una hiena, tener apariencia de un mandril pero si el sonido de tu oro es fuerte y atrayente, cenarás pronto con la misma reina del Reino Unido”.
*Periodista y columnista peruana