Por Paula Giacobone
Una de las falacias más corrientes es asegurar que no hay algo mejor que otra cosa. Los escépticos se han encargado de popularizar esta opinión. Aseguran que no hay una forma de gobernar mejor que otra, por ejemplo, cayendo de esta manera en una contradicción en la mismísima intención del enunciado: “no hay una forma mejor que otra y esta es la mejor de las opiniones (la mía)”. No podemos engañar a la razón y quitarle el aspecto activo del juicio. Este es un legado de algunos pensadores modernos, aún difícil de desacreditar. Para Kant a medida que conocemos, distinguimos por medio del juicio que es nuestra facultad. Al distinguir estamos imponiendo condiciones.
Pongamos por caso dos posibles acciones políticas: una sería la de un político débil en convicciones, con tendencias escépticas, que decide limitar la injerencia del estado y que por ende somete su voluntad a la de las corporaciones, entendiendo a estas, como una lógica natural sin ideología. La otra posible acción, sería la de un político que tiene convicciones consistentes, y que decide expandir la injerencia del estado y no someter su voluntad a la de las corporaciones, sino que las entiende como parte de una estructura ideológica con poder.
Entre ambas posiciones la diferencia surge a partir de la valoración. Las valoraciones no necesariamente se presentan de forma claramente dialéctica y contraria, también pueden presentarse como alternativas e implícitas, aunque al profundizar, demos cuenta que buscan desautorizar otra ideología previamente postulada.
Los contextos de fuerte oposición en la historia, han sido por un lado; el reflejo de que los poderes están gravitando sobre un campo de cierto equilibrio y por otro lado, la causa de una serie de enunciaciones de orden público que se desborda a partir de la misma confrontación. Pero estas ideas, por más analíticamente que se las quiera ver, conllevan claros ideales, propósitos, que son mejores o peores en relación a los individuos o al colectivo.
Las inclinaciones idealistas han sido reiteradas veces atacadas cuando van de la mano de la política, sin embargo nadie negaría que cuando actuamos, lo hacemos en pos de un propósito regulativo seamos conscientes o no. Además de que ser “un idealista” tiene una connotación descalificativa que se asocia al hecho de que coexistimos en un espacio fundado en la reacción contra aquellas ideas del siglo XVII. Pero a pesar de todo, hay muchísimos aspectos que siguen resultando útiles a la interpretación actual, sobre todo para distinguir discursos del tipo escépticos.
Lo interesante aquí es que para llegar a considerar tanto un opuesto, como una valoración, y/o fundamentación: debe de existir en el espíritu de todas las opiniones una solidez en la estructura, algo que se oculta pero parece estar inherente a una serie de expresiones. Esto lo empezamos a notar de forma cada vez más evidente en la evolución del juicio. En tiempos de disputa ideológica todo empieza a asociarse con alguna de las ideas en pugna, esto es producto de la evolución del juicio donde ya empieza a tener características morales. Los juicios que pretenden oponerse a una idea también le aportan propiedades para que esta se expanda.
Usemos pues la facultad de juzgar en pos de nuestro beneficio, sea el lugar que ocupemos y la posición que tengamos para optimizar opiniones y fortalecer convicciones. Según el historiador Pierre Vernant los griegos antiguos veían a la guerra positivamente, dado que era el paso necesario para la paz y que sin aquella, esta no podría existir.