Por Osvaldo Drozd
La ofensiva macrista es cuasi pornográfica. Es una forma bastante difícil de digerir, por todos aquellos sectores que se identificaron con el kirchnerismo; pero hacia la izquierda, el plato que ofrece el gobierno también resulta sumamente tóxico. Durante los anteriores 12 años de gobierno, uno se fue acostumbrando a diferenciar entre lo que se valida como concreto, y lo que es nada más que simbólico. Son dos planos que pueden yuxtaponerse y autonomizarse, pero lo mejor que podría pasar es que se produzca la solidaridad entre partes. Ello se acercaría a lo que el lingüista Ferdinand de Saussure llamaba la arbitrariedad del signo, a saber, la relación estrecha y unívoca entre el significante y el significado. No es bueno que discursivamente se produzcan relatos que si bien pueden ser estimulantes para la acción política, en algunos casos no tengan demasiado asidero en lo real; ya que eso más que aunar fuerzas, consagrar homogeneidad, en un tiempo determinado se volverá un boomerang difícil de contener.
La principal acción política del gobierno de Macri, hoy para hacer pasar otras medidas, está sustentada en una profunda guerra simbólica. Sin ella no hubiera podido siquiera llegar a ganar las elecciones. Porque no se trata nada más de lo que fueron proponiendo desde el bunker del ecuatoriano Jaime Durán Barba, es decir lo “nuevo”, la “revolución de la alegría”, el “sí se puede” y la unión de los argentinos. Ése fue el plafón de lo que uno puede denominar propuesta positiva, pero lo más oscuro del macrismo está asentado en la venganza, entendida como castigo por desafiar al relato oficial argentino. Hoy se escucha decir al jefe de gabinete Marcos Peña, que tras 1 mes de gobierno: “En lo general, la Argentina está siendo un país cada día más normal”. En el discurso macrista confluyen los odios más resentidos de la vieja derecha argentina. Por eso se apoya en un macartismo visceral. Hoy los enemigos son los “militantes”, aunque en ese enunciado se filtran todos esos prejuicios que las derechas fueron construyendo para deslegitimar a cualquier izquierda. “Los zurdos dicen que quieren al pueblo, pero lo único que hacen es robar”, “son autoritarios”, “se financian con la caja del Estado o con las mafias criminales”. Con muchas de esas premisas van construyendo un relato reaccionario, que no deja de mostrar que las izquierdas además son en última instancia “terroristas”. Por eso hubo memorándum de entendimiento con Irán, y por eso no tienen como amigos a los paladines de la democracia y la libertad como son los EEUU. “El Che fue un asesino” dicen sin pudor, mientras que de George W. Bush no dirán nada.
Cuando se lleva adelante una gestión progresista se debiera cuidar demasiado los paradigmas semánticos que se ponen en juego, porque podría ser que mientras se diga que se está haciendo algo justo, es probable que no siendo del todo así, eso luego se pague muy caro. Tal vez lo mejor sea informar sobre las dificultades y obstáculos que no permiten profundizar ciertas políticas, que negar esos problemas o no decirlos. El discurso mediático opositor al anterior gobierno aprovechó esos flancos excesivamente. Nunca dejaron de señalar el problema de la inseguridad, enrostrándoselo al gobierno. Hoy Clarín sale a cuestionar a las fuerzas policiales, desligándolas de la gestión del Pro. El gobierno anterior podría haber cambiado esa problemática considerablemente, pero mantuvo el problema silenciado. Eso conlleva que la actual gestión culpe de la corrupción policial nada más que a los 12 años de gobierno K, con lo que de hecho niega el problema. Este es sólo un ejemplo, y bastante paradigmático ya que enfrentó al kirchnerismo con el sciolismo. El blindaje mediático que tuvo el ex gobernador bonaerense en dicho tema resulta bastante sugestivo.
Decir que alguien lleva adelante el maquiavelismo, pareciera tener un signo inequívoco de desaprobación. Si el autor de El Príncipe señalaba que “El fin justifica los medios”, el sentido común pareciera endilgarle que aunque el fin sea bueno, hay que cuidarse de no emplear cualquier medio. En el nombre de los métodos o de los estilos muchas veces se intenta ocultar la verdadera razón de bregar por un determinado fin. En nombre de las formas se cuestionó bastante al gobierno saliente. Y si hoy el presidente Macri lleva adelante medidas que no se condicen con las formas que debieran tener para satisfacer a los enamorados más de los métodos que de los fines; ello se justifica por el fin en sí mismo, y en ello recae principalmente la mencionada guerra simbólica. Se justifica en que el gobierno anterior dejó una “pesada herencia”, una bomba que hay que desactivar de cualquier forma. No hay dudas que este relato oficial, que incluso pretende ser “único”, anulando ley de medios, silenciando a “periodistas militantes” como Víctor Hugo Morales; en algún momento tendrá su colapso, ya que la autonomía de lo simbólico, probablemente no coincida con lo concreto. Un gobierno no puede vender sólo espejitos de colores, también debe brindar satisfacciones materiales a los gobernados. No hacerlo a la larga se paga muy caro.