Walter Barboza
El “18 A” se convirtió en más de lo mismo. Las discusiones giran por estas horas en torno al número de participantes y la capacidad de los organizadores para llevar adelante una nueva marcha el próximo 24 de abril (24 A), justo el día en el que el congreso Nacional se apresta a aprobar el proyecto de reforma o de “democratización de la justicia”.
El conglomerado convocante sigue siendo disperso y contradictorio en su esencia. No hay un programa claro, sino la suma de consignas insultantes y agraviantes contra la política oficial. La ceguera es tal que han caído en la soberbia de no aceptar ningún debate franco. Un ejemplo claro fue el intento del rodeo al Congreso, que culminó cuando un militante del PRO, es decir de una de las fuerzas convocantes, debió ser sacado del lugar por el cronista del programa “Duro de Domar”. El militante macrista intentó impedir que los manifestantes rompieran una de las puertas de acceso al edificio. Su voluntad casi se ve quebrada cuando un grupo de “tefloneros”, fuera de sí, lo corrió para golpearlo. Logró ingresar a un comercio donde le dieron protección, sino a esta hora hubiera estado internado en un hospital.
Sin más, los caceroleros se han convertido en sólo una vez disonantes que de vez cuando marchan para hacer tronar su bronca. Ello no sería del todo malo, si no fuera porque esa falta de articulación política con los espacios participantes les impide avanzar en una propuesta clara y definida. El hecho lo demuestra la comparación de la marcha del año pasado con la del “18”: fue una movilización similar, tal vez mayor o menor en número, pero con el mismo condimento.
Lo grave sería que esa bronca desorganizada, se tradujera en hechos de violencia mayor. ¿Quién hubiera sido el responsable político, si las muestras de agresión contra los propios manifestantes y los cronistas de los medios oficiales hubiera terminado en una tragedia? Evidentemente el carácter “espontáneo” que los dirigentes opositores, y los medios de información críticos del gobierno, destacan como una virtud, no es sana para el sistema democrático, pues propicia claramente la anarquía y el caos.
Este cronista recuerda a Herbert Marcuse, uno de los más celebres exponentes de la denominada “Escuela de Frankfurt”. En la década del ’60 su obra contribuyó a la movilización juvenil y al proceso de transformación generacional que dio lugar a sucesos como el “Mayo del ‘68” o el movimiento hippie. En su libro denominado “El hombre unidimensional”, Marcuse busca en pleno siglo XX otros sujetos revolucionarios y los halla en los explotados, los desocupados, las minorías sexuales, los extranjeros, los marginados y excluidos del sistema. Marcuse sostenía que la sola presencia de este colectivo social, demostraba la necesidad de poner fin a condiciones de institucionalidad “intolerables”.
Se sabe, el gobierno nacional, con sus defectos y virtudes, ha logrado avanzar en derechos fundamentales que han beneficiado a los sujetos políticos de los cuales daba cuenta Marcuse a principios del ’60. Los extranjeros, las minorías sexuales, los marginales se ven beneficiados por un incremento sustancial de los derechos civiles. El matrimonio igualitario, la asignación universal, la ampliación del número de universidades públicas que son llevadas al corazón del conurbano bonaerense, el acceso a la cultura y la educación, los derechos para los residentes extranjeros, son solo una clara muestra de goce de la ampliación de beneficios que el estado ha otorgado en la última década.
Esos sectores, claramente, no están representados en la movilización del denominado “18 A”. Las columnas de manifestantes no partieron de los principales centros suburbanos. Ni las zonas norte ( de sus barrios más pobres), sur y oeste, movilizaron para reclamar derechos supuestamente conculcados. Lo que permite deducir que fueron nuevamente los sectores medios los que convocaron al cacerolazo.
“Sólo por los desesperados no fue dada la esperanza”, sostenía Walter Benjamin, otro exponente de la misma escuela que Herbert Marcuse. Pero, ese tiempo de desesperación, para la Argentina, quedó atrás. Sus imágenes corresponden a la crisis de diciembre de 2001. Esos desesperados hoy viven en los mismos barrios donde nacieron y se criaron, pero en condiciones más favorables y a la espera de una profundización de la distribución del ingreso. Un reclamo que no estuvo en las pancartas y carteles de los “tefloneros” del “18 A”.