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Por  Antonio Nicolau

Mucho se está hablando ya – reconozcamos que la campaña ha comenzado de manera frenética –, cómo y quién materializará la continuidad, o, si acaso, la ruptura del proyecto kirchnerista, una ruptura, claro está, que será paulatina y gradual, porque, convengamos, hay restituciones de derechos que serán un inviable de desarmar, constituirá un eje político de desplazamiento efectivo por parte de las fuerzas opositoras.

Hay quienes se atreven a más: la ruptura podría hacerse desde afuera del kirchnerismo pero también desde adentro. El poder hegemónico tiene candidatos en carrera en ambos lugares.

Una digresión pertinente: de menos está decir que acaso la muerte del actual fiscal de la Nación a cargo de la causa del atentado a la AMIA Dr. Alberto Nisman, del pasado sábado 17 de enero, significa un momentáneo agujero para el gobierno.

La muerte, en cualquiera de sus formas pero especialmente la autogenerada, coloca a cualquier interlocutor en una situación de debilidad. No se puede permanecer insensible a ella, no importa de qué lado se esté. Nuestro respeto al occiso está por delante.

No obstante, el ascenso de la imagen presidencial post superación de las catástrofes apocalípticas anunciadas por la profeta del Chaco y replicada por los medios ‘des-carriados’ del periodismo de investigación, tan serios y profesionales como se autoproclaman, los desvela y los ocupa en el esfuerzo cotidiano de erosionar al oficialismo.

Una prudente exploración de las razones, llevaría a indicar que el gobierno saldrá airoso. La historia militante de Cristina Fernández como senadora nacional en la comisión de investigación por el atentado y como presidenta de la Nación desde 2007, da cuenta de su compromiso con la Justicia, con la Verdad, con los familiares de las víctimas y dentro del escenario internacional en las sucesivas defensas ante las Naciones Unidas. Sobran las actuaciones y las documentaciones a favor del esclarecimiento de la causa. El tiempo (longevo rival de la política) sabrá ajusticiar y aplicar la condena que la historia siempre consuma con implacable resolución a los apóstatas de la verdad.

Solo explotan las desgracias coyunturales a sangre fría. No los motiva la verdad, sino el odio, a cualquier precio. Importa poco si violentando la democracia misma y sus instituciones republicanas a las que declaran ‘defender’ con discursos vacuos, carentes de significación y densidad histórica.

Un golpe bajo, transitorio, anudado a la usura politiquera de una oposición vacía, incompetente en la construcción de una agenda política a la que valga la pena contribuir.

No está demás indicar que eso no es política, sino la estigmatización misma de la política. Análogo a los años ’90, los ‘años dorados’ de estos espacios neoconservadores cuyos recuerdos y anhelos los desvelan por regresar.

Retomemos la reflexión original. Por derecha y por izquierda, el verdadero poder, aquel que se oculta perversamente detrás de las bambalinas de los escenarios políticos que la participación popular demandan, ejercen una presión considerable en la pugna por las presidenciales 2015.

Lo de izquierda – vale la aclaración – es una metonimia, casi una figura retórica cargada de ironía referida al espacio FAUNEN. A nadie medianamente informado escapa que ese territorio político tiene nada de izquierda y sí mucho de liberalismo velado, con maquillajes exóticos y ropaje alternativo que poco y nada tiene que ver con la identidad de una izquierda popular y nacional.

La simple reivindicación de ‘la mano invisible del mercado’ en boca de un socialista constituye un prototipo oximorónico digno de ser estudiado en las academias de política internacional.

La oposición, en todas sus manifestaciones, ostenta un comportamiento cohesionado: acusaciones variopintas, absurdas y grotescas hacia el gobierno nacional sin importar la verosimilitud de sus afirmaciones, operaciones políticas fascistoides, paranoia social que incentiva el racismo y el resentimiento hacia la juventud pobre, incentivación del odio hacia lo político – al menos – hacia las expresiones políticas del oficialismo, una actitud de calumnismo inflexible que los empuja a la falacia continua que complota contra el bienestar general del pueblo. Ideas: ninguna. Aportes: ninguno. Propuestas: ¿? Vaya uno a esperar algo de allí.

Está claro que de este programa político opositor no podrá esperarse una continuidad del Proyecto político actual, imputado de “populismo”, viejo estigma conservador (por izquierda y por derecha), como si su sola nominación radicara en una maldición ancestral, una fórmula de primitivismo en la historia política argentina, una símbolo emblemático de lo execrable de la tradición política nacional que sería inexcusable extirpar de una vez y para siempre.

La derecha nacional – representada en la conducción actual de la CABA – patrocinada por el poder mediático, ostenta un electorado que se manifiesta abiertamente anti-popular, o al menos, anti-kirchnerista. El denominador común de ese sector social es el egoísmo y el sectarismo de clase. Heredero de la idea de un país portuario que mira con la frente alta hacia Europa. Nunca a la patria Grande, a Nuestra Indo-Afro-Latino-América.

Estigmatizan de vagos a los sectores de vulnerabilidad social y a este proceso político le endilgan el contribuir a mantenerlos en ese estado. “Clientelismo político” acusan.

Para esta porción histórica de la sociedad argentina, los pobres son obra de su voluntad. No concurren condicionamientos sociales ni históricos ni políticos. De reconocerlos, deberían considerar seriamente su participación activa y voluntaria en la construcción de la marginalidad social. Siempre los hubo. Constituyen esa especie jauretcheana del ‘medio pelo argentino’, víctimas del colonialismo mental que se vuelve carnadura cada vez que los ‘negros’ asoman un poco la cabeza (negra también) por encima del agua turbia de la injusticia a la que siempre se ven sometidos y de la nunca terminan de purificarse por la falta de continuidad de proyectos políticos que los incluyan.

Macri o Massa, Cobos, Binner mismo, representan esa clase social ‘mediopelera’. Son un número importante y apelan con todo ahínco a ella. Algunos estuvieron este domingo en varias plazas de las grandes ciudades, con carteles destituyentes, deseando lo que rechazan, en notables contradicciones que expresan su identidad ideológica carente de sentido popular.

No menos confuso y riesgoso se presenta el flanco “oficialista”. Actores diversos con pasados poco claros se entremezclan con liderazgos de rasgos indefinidos, abstrusos, que revelan una intensa insipidez e insustancialidad. Con algunas paradójicas excepciones, por cierto, cuyos números no alcanzan aún a socavar a la “naranja mecánica” ni al “carilindo” tinelezco de un “MI” insulso.

¿Será el sciolismo la salida del kirchnerismo? ¿Expresa el gobernador bonaerense la continuidad del proyecto nacional?

La reciente asistencia (no la primera ni la única por cierto) a la convocatoria del gerente del poder concentrado, al que simplemente denominaremos HM, puso al espacio K en vilo.

Los políticos hablan más por sus silencios y sus acciones que por sus retóricas oratorias, sobradamente depreciadas por estos tiempos.

Ciertamente que la definición estará en manos de la conducción natural y de la lectura que esta imagine de lo que la historia le demande. La tradición política reconoce que el peronismo es pragmático por excelencia. No asusta en nada esta afirmación.

Lo que perturba es que quien se proyecta como continuidad, expresa mejor la interrupción.

Las sucesivas tenues explicaciones que da el presidenciable sobre su permanencia en el espacio kirchnerista no convence a ningún cercano. El peronismo de derecha lo sigue con restringida desconfianza y cierta expectativa. La oposición lo ve con reducida resistencia. El kirchnerismo más duro lo soporta con relativo desdén, a la espera de definiciones de la jefatura nacional.

Los medios de comunicación hegemónicos lo protegen de los desmanes que martiriza a la provincia que conduce, evitando develar la crisis económico-financiera y social que padece. Nadie – hasta el momento – se animó a desembarazarse del todo.

Las preguntas rondan por el ambiente. El tiempo ya llegó. Los interrogantes se suman.

¿Aceptará la militancia popular, sin más, la “ola naranja” pregnada de medias tintas de las que se reviste el imperturbable y siempre sonriente gobernador bonaerense? El coqueteo de “MI” con el massismo ¿es solo una estrategia de instalación o constituye un avisoramiento de búsqueda de pista de aterrizaje político? ¿Alcanzan los trenes, el DNI, el pasaporte y la Seguridad Vial para arrollar en las PASO y llegar a la Casa Rosada como una expresión más “pura” del actual modelo político?

Los medios de comunicación – parafraseando el título de la obra de Sigmund Freud – impulsan el “malestar de la cultura” política y social. Muestran desmanes donde hay disfrute social (basta observar detenidamente la cantidad de turismo viajando dentro y fuera del país), resaltan robos callejeros minúsculos mientras ocultan a los buitres que se quisieron llevar puesta la nación, impulsan el vedetismo de los candidatos (dentro y fuera del kirchnerismo) como en los ’90 mientras la Argentina se para de mano ante los intereses extranjeros que quieren avasallar la soberanía nacional, rebajan la política a cambio de un minuto de rating.

De todo eso, salen indemnes el gobernador naranja, el mediático embajador de los EEUU de la ciudad de Buenos Aires, el encubridor del narcotráfico del delta y el tartamudo político de la provincia socialista (curioso: si a socialista se le saca la “o” inicial y se la reemplaza por la primera “a”, surge un modelo político similar).

En el oficialismo se espera a Godot, parafraseando a Becket. Los candidatos presidenciables se auspician a sí mismos aguardando la bendición final.

A esta altura, valdría la pena preguntarse en qué consiste la tan mentada continuidad.

¿Quién o quiénes la representan? ¿Cuál será su legado? ¿Cuál es el sujeto político de interpelación? ¿Qué participación alcanzará el PJ en esta partida? ¿Qué papel jugará el armado territorial? ¿Cuál será el nivel de protagonismo de los trabajadores en el proceso del legado? ¿A través de qué expresiones sindicales? ¿Tendrán continuidad los mismos actores de siempre de la política, aquellos que estuvieron en los ’90, en el 2001, en el 2003, en el 2007 y en el 2011 o podrán coexistir frentes de cambio de cara a una nueva forma de continuidad?

¿Cuáles son las rupturas que debe proponer este espacio político?

La sensación actual (convengamos que el kirchnerismo siempre nos proveyó de sorpresas) es que la encrucijada estratégica estaría sometida a una fuerte pulseada hacia la derecha.

Cabría preguntarse cómo es que ‘la gente’ (una apelación a un volumen incierto, frecuentemente vinculado a una sensación no aprehensible numéricamente) anhele sostener e incrementar su nivel de vida (justo es, por cierto) que este proceso político le generó y pretenda – al mismo tiempo – cambiar de orientación ideológica, una orientación que históricamente rechazó y rechaza al ‘medio pelo’ argentino.

¿Acaso la sociedad misma esté girando hacia ese costado ideológico? La sociología tendrá allí su métier para dilucidar. Serán los próximos libros que se escriban.

En nuestra percepción, la suscripción a los ideales de liberación nacional, de soberanía política, de independencia económica y de justicia social constituyen el patrimonio de los argentinos que luchan cada día por una nación libre, justa y soberana, que poco tiene que ver con los candidatos que actualmente se proyectan, cuyas encuestas reflejan una relativa aunque primigenia primacía sobre un escenario complejo sobre el que aún resta batallar.

La disyuntiva está abierta.

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