Vadim Dubnov, RIA Novosti
Hace cinco años, Kosovo, la exprovincia autónoma de Serbia, declaró su independencia.
Unos días antes del aniversario el actual presidente de Serbia, Tomislav Nikolic, estrechó la mano a su homóloga kosovar, Atifete Jahjaga, en una reunión celebrada en Bruselas.
Los mandatarios no dijeron nada que tuviera repercusión en la historia, al contrario, reiteraron las posiciones ya conocidas. Tomislav Nikolic advirtió que las negociaciones no darían ningún fruto si Kosovo seguía considerándose independiente, lo cual sonó algo paradójico: se trataba de un aniversario no reconocido por Belgrado, que sin embargo aceptó la invitación a la celebración.
Un día del optimista
La guerra de Kosovo fue la última en la historia de la ex Yugoslavia. Empezada en 1998 como reacción del Ejército yugoslavo, desembocó en limpiezas étnicas mutuas, y una operación militar de la OTAN contra Belgrado. Y al final acabó con una derrota del régimen de Slobodan Milosevic.
La guerra terminó un año más tarde. En junio de 1999 la ONU aprobó la resolución 1.244, que autorizó la presencia internacional (tanto civil como militar) en Kosovo para velar por la seguridad, aunque formalmente nadie puso en tela de juicio la integridad territorial de Serbia. Al convertirse en la práctica en un protectorado de la OTAN, Kosovo se separó de Serbia. Fue algo que todo el mundo asumió, aunque a nadie se le habría ocurrido expresar esta idea oficialmente, como un cambio para siempre. Primero todos se intentaban engañar a sí mismos, pero cuando este periodo terminó, el mundo no tuvo otro remedio que ponerse de acuerdo.
El 17 de febrero de 2008 el parlamento de Kosovo votó a favor de aprobar la declaración de independencia. Sus adversarios insisten en que fue proclamada unilateralmente, pero sucede que no hay otra manera de proclamar la independencia: por algo se llama independencia. Aquel día todos los kosovares fueron optimistas, seguros de que Kosovo daría un salto enorme en cuanto el mundo reconociera su anhelado estatus.
Hasta los vecinos más pesimistas y menos idealistas pesaban que en cuanto fueran arregladas todas las formalidades un sinfín de inversores inundaría el nuevo Estado, al menos para ser los primeros.
El primer aniversario también lo celebraron a bombo y platillo, pero el tiempo estropeó la fiesta. Y cuando amaneció todos vieron un país desordenado, por no decir abandonado, en el que había que esforzarse por no perder la fe en la pronta llegada de un porvenir feliz.
Sueño del inversor
En la historia de cualquier independencia hay dos etapas. Primero los símbolos eclipsan cualquier realidad y todo es una fiesta. Pero luego va perdiéndose el interés por los símbolos: resulta que la independencia como tal no depende del reconocimiento.
De igual modo el encuentro entre los jefes de los dos Estados, aunque es el primero en cinco años y seguramente quedará grabado en la historia, en realidad no es nada más que un símbolo. No intercambiaron ni una palabra que tuviera importancia y sus encuentros son demasiado regulares como para considerarse hechos históricos.
Serbia ya no se opone a que en los eventos de carácter internacional Kosovo se denomine la República de Kosovo, pero junto con la mención de la resolución 1.244 de la ONU, formalmente vigente. Serbia paga los derechos de aduana en la frontera con Kosovo según la ley kosovar y la línea administrativa entre Serbia y Kosovo se considera frontera oficialmente. Belgrado no apoyó a sus compatriotas de Kosovska Mitrovica, el enclave serbio situado en el norte de Kosovo en la frontera con Serbia. En realidad, jamás existió esta frontera, porque los serbios de Mitrovica se indignan por la idea de tener frontera con su tierra natal. Tampoco hay aduana, por el bien de la cooperación de los contrabandistas albaneses y serbios. Durante mucho tiempo Pristina no insistió en su presencia en esta parte de la frontera. Y cuando el año pasado se decidió a tomarla bajo su control, los serbios contestaron con barricadas y desórdenes. Por cierto, las mercancías serbias son algo común y corriente en las tiendas kosovares.
Al final vino el inversor. Los eslovenos no tardaron en invertir en las telecomunicaciones kosovares, el capital social del banco Raiffeisen Bank ascendió a 500 millones de euros y los demás bancos también mostraron interés por Kosovo. Los españoles construían una autopista; los alemanes, un nuevo aeropuerto, y se habló mucho del proyecto checo-alemán de un complejo de industria eléctrica. Los analistas locales bromeaban diciendo que no sabían cómo calificar a Kosovo: como un Estado en tránsito o un Estado cuya existencia aun en vísperas pareció imposible. Nadie se acuerda ya de estos momentos. Aquí sería justo mencionar que no solo Kosovo, sino otros varios Estados reconocidos y que incluso forman parte de la Unión Europea, han demostrado que un Estado puede ser “transitorio” por mucho tiempo, sin que las generaciones contemporáneas tengan posibilidad de verlos cambiar de estatus.
La suerte que tuvo Kosovo
Kosovo fue el primer experimento de creación de un mundo nuevo en un rincón europeo, fue el laboratorio donde se elaboraban nuevos enfoques. Kosovo no fue el primero en el proceso de la desintegración del sistema de soberanías temporales aparecidas a raíz de las guerras del siglo XX. No tuvo tanta suerte como las exrepúblicas soviéticas y yugoslavas, así como la República Checa y Eslovaquia, reconocidas en aquel breve periodo en el que el mundo estaba dispuesto a reconocer la independencia y, formalmente, derechos iguales de nuevos Estados. Pero pese a no tener suerte con la época Kosovo tuvo suerte con el lugar: fue allí donde había estallado la Primera Guerra Mundial.
Todo el mundo se lanzó a salvar Kosovo del agonizante y enloquecido imperio yugoslavo. Luego, como es habitual en las historias de la lucha por la independencia, los líderes criminales locales de ayer se declararon vencedores. Algunos de ellos cayeron a manos de los suyos, otros fueron vestidos de funcionarios por los líderes europeos, que sin embargo no abrigaban ilusiones al respecto. Otros fueron enviados a La Haya.
Y luego, poco a poco, todo empezó a “arreglarse”.
Reconocimiento a medias
No llegó a ser aceptado por completo ni siquiera en la más o menos próspera parte de la Europa Occidental. Resultó que Kosovo no tenía ninguna oportunidad. Los reportajes sobre la guerra llegaron a ser sustituidos por los de la vida humilde, que no denota el dinero invertido en el nuevo Estado que tanto les costó establecer a los kosovares.
Una vez establecido el Estado, algunos les felicitaron, algunos lo reconocieron, pero nada más: que sigan por sus propias fuerzas. ¿Acaso alguien decía que la independencia es algo más que un símbolo?
Así, un símbolo y nada más, resultó ser todo: los pacificadores que ya no lograron salvar a los serbios de la enemistad y venganza kosovar y que resultaron ser los principales responsables de los fallos de este experimento, el espantajo de la Gran Albania que uniría Albania, Kosovo, una parte de Macedonia y el Valle de Presevo de Serbia, y el propio reconocimiento.
Kosovo fue uno de los muchos Estados nuevos, aunque el último en Europa. En líneas generales, el trabajo está hecho. A medida de que todos van acostumbrándose a la idea de que existe este Estado, los enclaves serbios en Kosovo dejan de ser pretexto para nuevos ataques por parte de los kosovares. A medida que los serbios se hacen a la idea de que han perdido estas provincias para siempre, se vuelve todo más tranquilo en la propia Serbia.
Kosovo está reconocido por 98 Estados, algo más de la mitad de todos los miembros de la ONU. En realidad, nadie ya cuenta cuántos son. El reconocimiento, o no reconocimiento, no supone nada más que un pretexto para la casuística diplomática, los fallos y las acusaciones de doble rasero. Ya todos se dan cuenta de que esta página de la historia ha pasado, tal vez contrariamente a las reglas del juego llamadas Derecho Internacional. Pero los kosovares no tienen la culpa de que estas reglas no cambiasen en el momento oportuno.