Los debates se acotan, se simplifican y la construcción de la realidad, a partir de lo que ofrecen los medios como agenda comunicacional, termina por imponerse como único criterio de lo que merece ser discutido. Entonces la política termina por convertirse en un River-Boca: “Si Cabandié dijo, o no dijo lo que dijo”, si “las denuncias de Lanata tienen, o no, validez empírica” y formulaciones de ese tipo.
No hay mucho que analizar allí donde las grandes tradiciones de los medios, respetando su “relato histórico”, y a propósito del uso despectivo que hacen las cadenas informativas para vaciar de contenido a ese concepto, mantienen la tradición de hacer de lo banal lo trascendente.
Seguramente la actitud de Cabandié termina por dar pescado a las nutrias, pero no es menos cierto que si alguien se tomó el trabajo de filmarlo fue con el sólo fin de que ello trascendiera para hacer daño a alguien. La verdad se torna tan opaca como el poder mismo y en su entramado de relaciones microfísicas está aquello que se nos torna inasequible y que nos demora tiempo para pensar otras cuestiones.
Y allí está gran parte de la clase media discutiendo lo banal de forma tan frívola como los viajes que planifican para sus próximas vacaciones. Preocupados por las escasez de dólares, temerosos de que sus privilegios de clase eclosionen si no se pone mano dura al asunto. Como si los únicos derechos civiles en una sociedad democrática fueran solamente las del mercado cambiario.
Ese parece ser el orden del relato: se toma el hecho, se lo publica, se abre un foro y el dispositivo comienza a andar. Para evitar que ello ocurra es necesario andar con pies de plomo y comprender que el adversario es realmente poderoso. Que el menor de los yerros pude convertirse en una trampa mortal. Que incurrir en él, significa para quienes defienden el proceso político iniciado en 2003, improvisar una estrategia para defender a veces lo imposible de defender. Incluso apelando a las teorías conspirativas. Cuando ello ocurre el problema es que hay que empezar a discutir contra el sentido común y ello desde el lugar de las ciencias se trona realmente dificultoso.
En un debate de café, este cronista asistió a una de esas tantas trifulcas discursivas. Uno de los polemistas decía: “Este gobierno castigo a la clase media, la destruyó completamente, son todos chorros”. Su interlocutor lo dejó hablar para que descargara su supuesta bronca. Lo dejó correr, e ir, hasta que le contestó para cerrar el intenso debate: “¿Cuantos baños tenés en tu casa?”, a lo que el primero totalmente desconcertado y paralizado le respondió: “Tres”. Entonces el segundo le señaló: “En la Argentina hay gente que todavía no tiene inodoro”. Valga la anécdota doméstica para repensar desde que lugar, en la Argentina de hoy, todavía se discuten algunas cosas. Que el proceso político tiene contradicciones nadie lo niega. Sobre ellas hay que trabajar.