Desairando los pronósticos optimistas, murió nomás el presidente de Venezuela. Millones de latinoamericanos y caribeños lo lloran como a uno de los grandes, uno de los suyos. El imperio y una minoría enriquecida y envilecida, respiran aliviados.
Emilio Marín
Desde que martes Nicolás Maduro confirmó que Chávez había fallecido a las 16.25, un tsunami de dolor se abatió sobre millones de venezolanos. Ese sentimiento por el abatido por el cáncer no se compra con dinero. Es puro amor, ganado a pulso por quien estuvo catorce años en el Palacio de Miraflores gobernando para esas mayorías estafadas por la Cuarta República de los partidos de la burguesía, adecos y copeyanos.
La TV prueba que así son las cosas. No son imágenes trucadas las de un mar de gente acompañando los restos de Chávez, desde el Hospital Militar donde expiró.
Cómo será de poderosa esa corriente humana, que la oposición de la Mesa de Unidad Democrática (MUD) y por medio del derrotado presidenciable Henrique Capriles, creyó conveniente leer un comunicado con condolencias a la familia, a sus compañeros y a millones de compatriotas que están de luto.
¿Respeto?
¿Será sincera esa expresión de respeto de Capriles? El cronista tiene serias dudas. En todo caso fue más hábil que el imperio que por medio de Barack Obama emitió un parte diciendo que acompañaba al pueblo venezolano en una transición. Parecía casi como si lo ocurrido el 5 de marzo hubiera sido un simple cambio de gobierno. Ni una palabra de solidaridad con el gobierno bolivariano, desde una Casa Blanca impertérrita ante la muerte de uno de sus grandes enemigos.
Porque en esto hay que ser claro. Capriles dijo que habían sido adversarios pero no enemigos. Las omisiones de Obama indican que sí fue enemigo de Chávez, no tanto en lo personal sino sobre todo en cuanto a encabezar dos sistemas políticos opuestos por el vértice. De un lado el imperio, decadente, ruinoso y atizando guerras en el mundo, últimamente en Siria y contra Irán. De otro lado el titán bolivariano, ayudando a otras naciones con recursos naturales, con apoyo político, promoviendo el comercio y el desarrollo, abogando por la paz y el socialismo.
Si habrá sido generoso el nacido en 1954 en Sabaneta, Barinas, que en su primer encuentro en reunión multilateral con el afroamericano, en abril de 2009, en la V Cumbre de las Américas, en Trinidad y Tobago, le regaló el libro de Eduardo Galeano, «Las venas abiertas de América Latina». Chávez le dijo a Obama: «Con esta misma mano hace ocho años yo saludé a Bush. Quiero ser tu amigo».
En los hechos parece que el presidente norteamericano no leyó ese libro ni quiso ser su amigo. Más: el mismo día del fallecimiento, Maduro informó que Venezuela había expulsado a dos miembros de la embajada norteamericana en Caracas bajo el cargo de conspirar en las filas castrenses. El canciller Elías Jaua dijo que el coronel David del Mónaco y el agregado Devil Costal fueron declarados personas no gratas y debían dejar territorio venezolano en 24 horas. Este espionaje demuestra que hasta el fin del ciclo biológico de Chávez, EEUU estuvo en su contra. Los críticos del fallecido quieren mostrar como una incoherencia suya que en medio de su discurso antiimperialista vendiera por día dos millones de barriles de petróleo a la superpotencia. Venezuela siempre abogó por relaciones normales y comercio de mutuo beneficio, como parte de la coexistencia pacífica. No hubo contradicción de su parte. Sí puede haberlo en Washington, que lo consideró un discípulo del Diablo, lo boicoteó y colaboró con el frustrado golpe de Estado del 11 de abril de 2002. Los que le compran petróleo al Diablo estarían en falta.
Solidario con la Patria Grande.
Las lágrimas por la muerte de Chávez no sólo se han derramado en su terruño sino en la Patria Grande Latinoamericana, que lo había acogido como un referente y líder compartido, sin que los venezolanos se pusieran celosos.
Los capitalistas que todo lo reducen a la plata, admiten a regañadientes esa condición de caudillo regional, pero lo explican sólo por una cuestión de dinero. Chávez habría dilapidado la renta petrolera nacional para hacer clientelismo latinoamericano, imputaron esas usinas siempre alimentadas por el Departamento de Estado.
En la campaña electoral de 2012 Capriles denunció que «el gobierno regala más de 7.000 millones de dólares al año en descuentos por la venta de petróleo a Bielorrusia, China, Cuba y Argentina» (DPA/AP, 28/09/2012). O sea que en los catorce años de gestión habría tirado a la marchanta más de 98.000 millones de dólares.
Esas cuentas exageradas fueron mal hechas con el odio al liderazgo bolivariano y por el ánimo de revancha de Capriles, quien creía en una casi segura victoria en los comicios del 7 de octubre pasado. Obviamente que Chávez no era ningún tonto ni irresponsable para derrochar de esa forma la renta petrolera, aunque sí es verdad que ayudó a otros países, incluida Argentina.
Proyectos.
El formó PetroCaribe, luego que otros gobiernos sudamericanos -comprometidos con Repsol y Petrobras respectivamente- no avalaran su proyecto de una petrolera para toda Sudamérica. Y a los países caribeños les dio una gran mano, con crudo a precios subsidiados. En el caso de Cuba, la estatal venezolana PDVSA le provee 100.000
barriles diarios. El energúmeno de Capriles, en campaña, no ahora el que se hace el
buenito, recriminó a Chávez que la ayuda de 30.000 médicos cubanos sólo reportarían trabajos a Venezuela por una suma muy inferior a los miles de millones de dólares del crudo entregado. Chávez lo refutó, calculando el precio que se cobra en una operación de cataratas en la medicina privada, y comparando con la gratuidad de las 733 mil
intervenciones realizadas por la Misión Milagro. Así aseguró que el deudor era supuestamente Venezuela.
Esos programas sociales como Misión Milagro, tales como Barrio Adentro, dedicada a la salud, con 8.000 consultorios atendidos por profesionales cubanos; Misión Robinson de alfabetización, Misión Vuelvan Caras de capacitación para el trabajo, etc, queda claro que el chavismo tuvo como obsesión mejorar la vida de su gente más humilde.
Así se explica que se pudo bajar el alto nivel de la pobreza del 50 por ciento en 1999 al 32 en 2012 y otro tanto con el desempleo, que descendió del 13 por ciento al 8 en el mismo lapso. Chávez ganó 16 de las 17 elecciones; desde la primera, el 6 diciembre
de 1998, hasta la última, de gobernadores, el 16 de diciembre pasado, cuando ya estaba operado por cuarta vez en Cuba. Lo hizo sobre la base de recuperar los recursos naturales y reorientar las rentas con destino a las mayorías, dentro de Venezuela y también, secundariamente, en otras latitudes.
El derechoso corresponsal de «La Nación» en Caracas, el español Daniel Lozano, le reprochaba ayer: «durante su mandato se produjeron entre 1100 y 2000 adquisiciones forzosas, ocupaciones, expropiaciones contra empresas, comercios, terrenos, fincas y estacionamientos».
Buen amigo de Argentina.
Algunas de esas expropiaciones tocaron empresas «argentinas», como Techint. En mayo de 2008 fue el turno de Sidor (Siderúrgica del Orinoco) y un año más tarde le tocó a tres firmas del mismo pulpo: Tavsa, Matesi y Comsigua.
Aunque en ese momento incluso el gobierno argentino intercedió a favor del monopolio de Paolo Rocca, era una justa medida. La escasa condición «nacional» de Rocca se vio cuando Miraflores abonó la primera cuota de la indemnización, por 660 millones de dólares: no fueron invertidos en Argentina sino girados a la banca de Luxemburgo,
donde Techint tiene su sede.
Chávez fue un buen amigo de Argentina, la Patria Grande y el resto del mundo. En este último sentido deben valorarse sus gestiones en favor de Cuba y en contra del bloqueo, rechazando la invasión norteamericana en Irak, el genocidio de Israel contra los palestinos, la agresión a Libia y, en tiempos más recientes, saliendo en defensa de Irán y Siria.
Siempre fue solidario, como el que más, en Malvinas, defendiendo la soberanía argentina en cada reunión de la ONU, No Alineados, Unasur y en su última creación colectiva, la Celac.
Cuando en noviembre de 2005 -junto con Néstor Kirchner, como anfitrión en Mar del Plata- le dio sepultura al proyecto imperial del ALCA, había mostrado su cualidad de patriota latinoamericano, para dolor de cabeza de George Bush y sus laderos Vicente Calderón y Alvaro Uribe.
El adiós.
Cuando Argentina necesitó combustibles líquidos para alimentar centrales eléctricas, en tiempos de carencias energéticas, allí estuvo Chávez. Cuando Kirchner precisó dinero para colocar bonos argentinos, que los mercados consideraban «basura», el bolivariano compró por 5.000 millones de dólares. Cuando George Soros se aprestaba a engullir Sancor, en 2006, Caracas prestó el dinero a la cooperativa para pagar con leche en polvo. Cuando Astilleros Río Santiago eran una lágrima, sin funciones y con riesgo de privatización, Chávez encargó unos barcos y dio trabajo.
Cuando falleció su amigo Néstor, en octubre de 2010, y el mundo parecía abrirse a los pies de Cristina Fernández, la primera mano tendida fue la del venezolano, para colaborar en lo que ella demandara.
Dice el manual machista que no es de hombre llorar. Por suerte el cronista escribe en computadora y no en papel a la altura de los ojos. Confiesa. A él también se le ha piantado un lagrimón.