Por Walter Barboza
El Dr. Sócrates hace en la cancha lo que quiere. Ensaya tacos, pases en profundidad, sombreros, es una galera de magia incesante, de color, de fiesta y de alegría. Es 1982 y este jugador brasileño, en su aspecto físico el menos jugador de todos, se revela como un líder dentro y fuera de la cancha de juego. Porque el Dr. Sócrates, que nada tiene que ver con el filósofo griego, aunque de él haya aprendido su amor al saber y su ejercicio de reflexión crítica, milita por la recuperación democrática en una país hastiado de las dictaduras militares.
Es el mundial de fútbol de España y lo acompaña un puñado de hombres que no le va en saga: Paulo Roberto Falcao, Zico, Rivelinho, Junior y Toninho Cerezo, los que danzan en la cancha endiabladamente al ritmo carioca y bajo la dirección técnica de Tele Santana . Es el “juego bonito”, o quizás la excusa para mostrar que no todo está perdido y que la representación de un país en un seleccionado es algo más que un simple cartel para alcanzar la fortuna, sino el compromiso político frente a un estado nacional que parece trazar con sus medidas un destino incierto para los pobres.
En Brasil los periodistas recuerdan:“era un equipo que pensaba”. No era una metáfora para dar cuenta de un equipo con una estrategia ofensiva, era un signo de los tiempos que corrían en América Latina. Sócrates se convertirá, junto a sus pares, en un militante por la democracia.
Puño cerrado y en alto, pronto llenaría de contagio estadios enteros. No sólo con la camiseta del seleccionado nacional de Brasil, sino con la del Corinthians, el club que lo vio nacer o acaso el que lo constituyó como sujeto histórico.
La sutileza de su toque, se llevaría de perilla con la claridad de su pensamiento. Era médico, por eso lo apodaban el Dr. Sócrates, y su nombre verdadero era Sampaio de Souza Vieira de Oliveira. Esa condición le valió el mote de jugador e intelectual y fue en realidad lo que le impidió perder la cordura por la fama. Rompía el sentido común que tanto cuestionaban los gramscianos y lo logró incluso cuando le tocó el turno de jugar en la Fiorentina de Italia.
Comprendió entonces que el éxito era puro cuento y que su necesidad de volver a Brasil, para compartir momentos con amigos, las tardes de música y poesía con los círculos de artistas e intelectuales, o dedicarse a la vida de los hombres sencillos y rudimentarios, era mucho más fuerte y valorable que la fortuna material y concreta. Será por ello que se vinculó fuertemente a Lula Da Silva en el Partido Trabalhista, en su lucha por poner fin a una dictadura que comenzó en 1964 y culminó recién en 1985.
Así lo hizo, aunque los años pasaron rápido y el dolor de ya no ser el hombre que brillara en un campo de juego lo obligó a declarar que “en Brasil un jugador de fútbol es un hombre que muere dos veces: la primera cuando deja de jugar al fútbol y la segunda cuando muere definitivamente”.
Es, quizás, el seleccionado más recordado de la historia del fútbol de Brasil desde 1982 a esta parte. Porque ni siquiera los logros obtenidos en los años posteriores, lograron empañar la tarea futbolística y militante de ese equipo.
Oficialmente el Dr. Sócrates falleció el 4 de diciembre de 2011 en San Pablo, Brasil, a los 57 años. Fue de una peritonitis, provocada por una cirrosis que arrastraba de años. Pero había muerto mucho antes, en el año 1992 cuando se retiró formalmente del fútbol.