Opinión
Por Gustavo Rosa
Nuestro colega rosarino, Gustavo Rosa, nos envía este artículo de opinión publicado en su blog “Apuntes discontinuos”. En el mismo traza una mirada respecto de los últimos sondeos de opinión que alientan una adhesión del 40 % al gobierno nacional y pone el acento en la crítica al centralismo del discurso de la oposición y lo que entiende es su falta de inconsistencia en las propuestas políticas. Aquí la nota:
Desde que Poliarquía, la consultora preferida del diario La Nación, dio a conocer la adhesión del 40 por ciento al gobierno de CFK, la oposición se encuentra alicaída y más aún con la continuidad de propuestas progresistas en los países vecinos. Como si supieran que de ninguna manera podrán frenar el avance del populismo que tanto desprecian. Encima, están en una encerrona: si estos personajes escapan un poco del menú neoliberal que exige el Círculo Rojo, son tildados de kirchneristas y se arriesgan a padecer el ostracismo mediático. Nada más inverosímil que escuchar a Mauricio Macri prometiendo mantener lo que hace un par de semanas aseguraba eliminar de alcanzar la presidencia. Y no es el único que se deja llevar por las turbulentas aguas de la incoherencia. El oposicionismo patológico hace aguas por todos lados y si no se abocan a elaborar propuestas serias, apenas lograrán captar el exiguo voto cacerolero. Y ese puñado de individuos quejosos apenas alcanza para conquistar la alcaldía de la CABA, no para gobernar un país. Tal vez ése sea el problema: que la mirada está siempre posada en el ombligo del mundo y no avanza mucho más allá del obelisco.
Para obtener unos minutos de cámara, estos eternos candidatos deben pagar un precio muy alto: decir cualquier cosa –por más absurda que sea y con la mayor seriedad posible- que pueda parecer el bombazo definitivo contra Cristina y su equipo. Demoler, asustar, demonizar. Lo que sea para que quede claro que todo lo que haga el Gobierno Nacional está mal o fuera de tiempo. O deslegitimado por la pérdida de poder de La Presidenta. Según ellos, por supuesto. Desde las elecciones legislativas del año pasado trataron de instalar la idea de la transición y tanto insistieron con la falacia que al final se la creyeron. Claro, también tuvieron que fantasear con la derrota en las urnas del oficialismo, aunque, en realidad, con el 35 por ciento, se consolidó como la fuerza política más votada en todo el país.
Pero a los periodistas y políticos opositores el país no les importa: les interesa la gente, un reducido núcleo de habitantes de Buenos Aires y algunos barrios cerrados de los alrededores. Ante los micrófonos balbucean que están consustanciados con los problemas de los argentinos, pero sólo mencionan chismes de cócteles y demás malicias de salón. Si no vistieran trajes, más que políticos con representación, parecerían viejas chusmas que intercambian críticas sobre la vecina de enfrente, a la que admiran hasta el odio.
Como obedecerán a rajatabla los planes del establishment, no necesitan malgastar el tiempo en elaborar programas de gobierno. Pero, para simular que hacen algo por la República, asisten a cuanto programa televisivo se les cruza por la vida –siempre opositor, claro está- y vuelcan sobre los micrófonos las más alucinantes lecturas de la realidad, basadas, por supuesto, en titulares leídos en el camino. Un reciclado de chimentos en medio de un grotesco engendro que ellos consideran periodismo independiente. Tan difícil el trabajo de parecer serio diciendo tantas tonterías que a veces deben esquivar las ideas complejas para volcarse al sencillo denuncismo. Y hasta eso les sale mal.
Hace un tiempito, la legisladora porteña Graciela Ocaña denunció al presidente de Aerolíneas Argentinas, Mariano Recalde, por haber omitido una propiedad en su declaración jurada. Ocaña paseó su heroísmo y sagacidad por todos los medios opositores con la sola prueba de un recibo municipal con el nombre del funcionario. Hasta sus aliados la desmienten. Todo era un error de impresión y la administración porteña tuvo que presentar las pruebas ante el juez Daniel Rafecas. Una representante de los ciudadanos debe tener la responsabilidad de chequear los datos antes de destilar su veneno. Más aún en un caso tan sencillo, pues sólo era cuestión de consultar en el Registro de la Propiedad. Ahora, la denunciadora deberá fumarse una causa por fraude procesal, iniciada por el denunciado. Si ella y los demás pensaran la política desde la política y no desde los requerimientos mediáticos para satisfacer las angurrias de una minoría, nada de esto pasaría. Hasta parecerían una oposición seria y todo.
La República televisiva
Tan desconcertados están porque los números no los favorecen, que hasta un K sub doce los desespera. Después de la repercusión obtenida por Casey Wonder, el niño de once años que asistió a homenajear a Néstor Kirchner y fundamentó su adhesión ante un par de cronistas, tal vez comenzarán a preocuparse en serio. Una cosa es pedir el paso al costado del vicepresidente cuando las cámaras están encendidas y otra frenar el semillero que estos diez años han sembrado. Los tartamudeos a coro con el entrevistador quedan más torpes cuando se los compara con la solidez conceptual del escolar militante. De alguna manera aprovecharán el episodio, pero no en un sentido saludable, auspicioso y maduro, sino en el que demanda el lenguaje mediático. Seguramente comenzarán a buscar entre sus filas a algún purrete que pueda imitar a Freddy Mercury sin tragarse el bigote o que logre decir diez palabras seguidas sin papeles ni sopladores. Y si no lo encuentran, ya aparecerá un explosivo informe dominguero que denunciará la existencia de una bóveda en donde el muchacho guarda sus tesoros mal habidos en su infancia. O saldrá un constitucionalista a exigir que Casey muestre su cuaderno de sexto grado y la carpeta de dibujos de pre-escolar.
Mientras tanto, de cara al futuro, lo más serio que se les ocurrió a algunos presidenciables de la oposición fue firmar un compromiso para debatir ante las cámaras de TN el año que viene. Scioli rechazó la iniciativa y esto es auspicioso. De ninguna manera una corporación puede aparecer como garantía republicana, porque terminará condicionando la democracia. En la cueva del Dragón, la firma de un contrato significa la entrega del alma. Pero como estos saltimbanquis están en oferta, ya no tienen reparos en regalar lo poco que les queda de dignidad con tal de recibir una cálida sonrisa del siniestro amo.
Sin atender a estos divertidísimos sainetes, el Gobierno Nacional sigue gobernando, como corresponde. Los nuevos códigos, la ley de hidrocarburos, de defensa del consumidor, la propuesta para convertir la circulación digital en servicio público son algunos indicios de que la cosa funciona. Si fuera por ellos, estaríamos esperando un milagro, como el que suplicaba De la Rúa en uno de sus patéticos discursos. Pero la magia no nos ha traído hasta aquí, sino el trabajo y la convicción. Tanto avanza el oficialismo en este camino de reconstrucción, que los saboteadores no alcanzan a poner piedras para dificultar el paso; apenas pueden tirar unas bolitas de estiércol con algo de pestilencia. Ni eso resulta efectivo, porque las flores que sembramos ya están comenzado a destilar su perfume y contrarrestan cualquier hedor que provenga de los lados más oscuros del camino. Sólo así llegaremos a ese país de sueño que tantas veces nos han prometido y que desde hace un tiempo ha comenzado a convertirse en realidad.