Por Walter Barboza
Falta energía eléctrica, aumenta el consumo, hay carencia de inversión en las compañías proveedoras, es necesario más controles del estado y un uso racional de un servicio ahora escaso. Entre los estímulos al consumo masivo y la necesidad de mejorar la calidad de vida, se encuentra la obligación de preservar el medio ambiente en un mundo alterado por la mano del hombre. Este artículo es apenas un esbozo de las inquietudes y encrucijadas que se plantean como nuevos desafíos a una sociedad que ha convertido el consumo en la razón de su vida.
Se trata, sin dudas y sin temor a equivocaciones, de los cambios climáticos que se están produciendo en el planeta. La ola de calor, que según el Servicio Meteorológico Nacional es “la más extensa de los registros históricos”, confirma la hipótesis. Y el hombre, o la sociedad de consumo, mientras tanto se debate entre la queja y los cuestionamientos: “que la responsabilidad es de la empresa”, “que la responsabilidad es del estado”, “que alguien tiene que pagar el costo político”, “que es De Vido”, “que es Kicillof”. Mientras ello ocurre, la agenda ambiental sigue siendo una deuda pendiente en el conjunto de la población y las altas tasas de consumo energético, demandadas por un sector industrial ávido de colocar sus productos en el mercado y por el común de la gente que busca mejorar su calidad de vida, son la nota saliente de las fuertes contradicciones que generar la economía del despilfarro y la preservación del planeta.
En este debate, aunque alguien quiera inmiscuirlo con la polémica Kirchnerismo-antikirchnerimso, no se puede caer en el reduccionismo de una falsa dicotomía. Desde que Herbert Marcuse escribiera su ensayo “El hombre unidimensional”, un verdadero llamado de atención al rumbo que estaban encarando las sociedades industriales desarrolladas y al papel que deberían jugar los trabajadores para superar el estado de alienación, poco se ha hecho. Muy por el contrario los ciclos de crisis y auge del capitalismo, han contribuido a que los denominados “países periféricos” se convirtieran en el último reducto del saqueo industrial: bosques que se talan indiscriminadamente, ríos que se contaminan ilimitadamente, negocios inmobiliarios que provocan el hacinamiento de grandes porciones de la población, la carencia de redes de infraestructura suficientes, y una puja por la demanda de bienes que al fin y al cabo terminan convirtiéndose en la propia trampa del hombre.
Marcuse definía a este problema como el de “la conciencia fetichizada” y sostenía que las necesidades del hombre eran “necesidades ficticias” creadas por esa sociedad industrial avanzada. Sin embargo aunque este texto parezca anticuado, cuánto de esos planteos que motivaron o inspiraron a los jóvenes estudiantes universitarios del Mayo Francés (1968), hoy tienen vigencia. En dónde antes se necesitaba un aire acondicionado, ahora se necesitan dos. En donde se necesitaba un televisor, ahora se necesitan dos. Para recorrer apenas diez cuadras, el habitante de cualquier poblado argentino necesita utilizar su vehículo particular. En donde antes había un vehículo, ahora una familia demanda dos. En donde antes había verde, ahora hay cemento. En donde antes había sombra natural de árboles de todo tipo y color, ahora hay sombras de edificios modernos muy bien iluminados. En donde antes había espacio libre, ahora hay hacinamiento. En donde antes había limpieza, ahora hay basura. No basta con un par de zapatos o zapatillas, la sociedad demanda otra cosa y una lógica perversa de consumo extremo se cierne sobre el hombre. Es acaso el consumo el nuevo fantasma que recorre el mundo. Son para Marcuse las formas sutiles de dominación de una clase sobre otra.
Lejos está, este cronista, de proponer una cosa distinta que no sea una distribución equitativa de la riqueza y el bienestar, pero cree que hace tiempo ha llegado el momento de discutir de qué modo se puede avanzar hacia un desarrollo sustentable y que no implique la constitución de una economía del despilfarro. Todavía en la sociedad quedan amplias capas de la población desprovistas de los bienes y servicios esenciales. Claro es una de las grandes paradojas de las sociedades modernas y una encrucijada entre el crecimiento económico, la generación de trabajo y la posibilidad de continuar teniendo un planeta habitable. Son saldos y debates pendientes, en un contexto en el que todavía nadie habló de “Videodrome”.