Por Walter Barboza
Las redes sociales los unifican. Sus palabras claves son: “cleptocracia”, “inseguridad”, “dictadura K”, “pobreza”, “inflación”, “delincuencia”, “corrupción”, entre otras. Los hay libres pensadores, los hay seudoprogresistas, los hay camuflados de independientes, pero que en realidad pertenecen a alguna de las fuerzas políticas que pugnan por ser gobierno. Sin embargo hay un rasgó común que los sintetiza: los une, a decir de Jorge Luis Borges, “el espanto”.
Se trata de una clase temerosa, asustadiza, fácilmente manipulable por las simplificaciones del discurso periodístico en boga. Creen en la Lanata como si fuera un guía espiritual, ansiosos de que un día domingo les de la dosis de supuestas verdades que necesitan para confirmar el lugar que ocupan en la sociedad.
Cerrados al debate y la discusión, la respuesta más inmediata es la descalificación del adversario político. Nulos a la posibilidad de cualquier revisión crítica, la vida pasa por lo que minuto a minuto informa la prensa amarilla. Niegan datos ajenos y creen fervientemente en los propios. Buscan una supuesta neutralidad en la que solo vivan los castos y los puros, una suerte de imaginería religiosa a la que aferrarse ante el temor del devenir histórico.
Cultivan la desmemoria, hacen de ella algo oscuro y obsceno, en la que no hay lugar para la recuperación de aquellos elementos que sirvan a la interpretación más inmediata de la realidad. Desprecian a los pobres, a los que acusan de “vagos y parásitos del estado”, y contraponen una supuesta honestidad auto-designada por vaya a saber qué tribunal ordinario. Más preocupados por el dólar, olvidan que es uno de los mecanismos de financiamiento que será útil, como dice Galeano, “para financiar el garrote con el que serán golpeados”.
Caso curioso, porque en ninguna de sus proclamas se leen enunciados que reivindiquen, por ejemplo, a la clase trabajadora.
Llenos de odio e ira, la cólera los desborda en una diatriba sin ton ni son. No dicen nada, absolutamente nada. Su contradicción central: vivir en una dictadura que curiosamente desarrolla elecciones formales de medio y largo término como la Constitución y el Código Electoral mandan.
Cuando se los indaga no tienen una respuesta certera, solo improperios simplificados que dan cuenta de su desprecio por el debate crítico y reflexivo. Ansían resolver sus conflictos en forma armada, utilizando la violencia como razón de las bestias y como forma eficaz para dirimir los conflictos sociales y los diferendos políticos e ideológicos.
Nada bueno le espera a la sociedad, si un poder tan complejo como el Estado Nacional llegara a caer en manos de gente cuya naturaleza pregona la violencia. El latrocinio y la felonía serían moneda corriente por estos lugares.
Un Twitter muy gracioso, que un anónimo argentino publico tiempo atrás, rezaba: “El antikirchnerista no cree en el gobierno, no cree en la política, no cree en la justicia. Sólo cree en lo que le contó un cuñado que dice que escuchó por ahí que alguien le contaba algo a un amigo”.