Por *Antonio Nicolau
Estábamos habituados – hasta hace poco – a que los trabajadores y la confianza en los marcos legales que constituyen la marcha de las instituciones eran dos columnas intocables en el esquema de gobernabilidad. Con algunas excepciones, por cierto.
A lo que no estábamos habituados era a una sucesión de anuncios (en absoluto por cadena nacional) en materia de política económica y social que fueran de bruces ante los derechos adquiridos. El 51% que votó al neoconservadurismo neoliberal (ahora popular) creyó ingenuamente que los derechos no se conculcan. La idea de progreso – en la lógica positivista decimonónica – no admite retrocesos y esa lógica es la hegemónica aún en la representación social (no así en las ciencias sociales, ampliamente debatido y diría casi abolido).
La mala noticia para este sector de la población argentina es que la evidencia de los hechos deja al descubierto la ingenuidad de la decisión de elegir a un gobierno neoconservador. En algún punto de la historia, más tarde o más temprano, habrá que asumir cierta responsabilidad popular, pues, el actual gobierno, se cansó de advertirnos por todos los medios posibles de que iba a hacer lo que está haciendo. Más allá de los “cambios” discursivos que realizó durante la campaña, el ejército de ocupación del Estado era, por la mayoría, conocido más por su prontuario que por su curriculum.
Este artículo puede que lo lea un porcentaje infinitamente mínimo de ciudadanía informada. Pueden rastrear (si ya no lo saben) y comprobarán en forma fehaciente que cada uno de los integrantes del gobierno, y su presidente, habían anunciado el asestamiento del golpe final a una etapa demonizada de 12 años de conquistas sociales, económicas, políticas e incluso culturales. Es cierto, no sin contradicciones. No todo es responsabilidad del nuevo gobierno ni de la ciudadanía que ‘mal eligió’ a sus gobernantes. Existen serios reparos en afirmar esta proposición.
Del lado del gobierno saliente, sin eufemismos, hubo horrores catastróficos. Una dirigencia cerrada sobre sí misma, replegada en sus discursos sobre los logros y conquistas postergando la idea de que los derechos conquistados ya están adquiridos y que la ciudadanía tiende a ampliarlos, yendo “por más” como suena el apotegma ya popular, suena a ingenuidad, como mínimo. A ello hay que sumarle el cansancio no percibido por parte de la dirigencia política sobre los excesos de las cadenas nacionales ya sin sentido que explicaban en forma agobiante a una ciudadanía que había clausurado sus oídos a cualquier ilustración con aroma a pasado sobre lo que se había logrado eludiendo lo que faltaba alcanzar.
El antagonismo – tan bien recibido en la academia – es un
proceso social y político real pero que hay que aprender a trabajarlo por arriba y por abajo, algo que se obvió. La interpretación de la demanda (en el lenguaje de Laclau y Moffe, la cadena equivalencial) solo puede hacerse correctamente si se tiene una fuerte presencia territorial con ascenso en las masas, para saber qué piensan, cómo piensan, y, por sobre todo, cómo se sienten interpelados o no por el proceso político que dice sostenerlos y/o acompañarlos. Eso se descuidó. Un proceso político popular exige apoyarse en tres pilares fundamentales: proyecto, territorio y liderazgo. Se comprimieron los liderazgos y se pensó que el proyecto funcionaba solo, sin territorio, con medidas acertadas, sin el timing que da el registro del contacto popular.
Tampoco se ampliaron derechos. El trabajo informal no registrado se mantuvo casi intacto sin que mediara una decisión más firme sobre el trabajo “en blanco” para asistir a la consolidación de la previsión social. Ni qué hablar sobre el desaguisado que significó que durante años, el salario estuviera bajo la lupa de la AFIP asignándole carácter de ganancia. Qué decir de las retenciones al agro y su rediscusión con los pequeños y medianos productores, congelado después de la resolución 125/2008. Tampoco se avanzó en la custodia de la producción y venta para el consumo interno y exportación de granos buscando emular un instrumento que se asemeje al IAPI de 1946 en el primer gobierno de Perón. Con los fondos recaudados se podría haber instrumentado un financiamiento a las pequeñas y medianas empresas (sometidas al escarnio de las alícuotas de exportación impagables), eximiéndolas de impuestos por un tiempo estipulado para incentivar la producción y así estimular las economías regionales, una herramienta importante para la disuasión de las empresas multinacionales acaparadoras de mano de obra barata que a su vez exporta sus capitales a sus países de origen.
En términos políticos, durante la última fase del gobierno de Cristina Fernández, el repliegue se materializó sobre un sector de la militancia que trabajó a puertas cerradas definiendo erróneamente listas de candidatos que no eran potables a la ciudadanía ni daba muestras de un registro de las nuevas demandas. Se impusieron candidatos a espaldas del pueblo, sin internas ni acuerdos intersectoriales, solo con rosca política. Hombres y mujeres probos dentro de lo mejor que supo conquistar el kirchnerismo, debieron ceder espacio a viejas y rancias figuras de la política profesional plagada de denuncias de malversaciones de fondos públicos, patoterismo político, hasta con determinación de la justicia de un cerco perimetral de un funcionario sobre su familia o corruptos comprobados con viejos expedientes inconclusos que exponían un manto de sospecha inevitable sobre sus espaladas en connivencia con algunos sectores de la justicia. Lo que se proponía como nueva política tenía muchos de los vicios de la vieja. La sabiduría demuestra que la articulación es la manera inequívoca de hacer política.
Las relaciones de fuerza deben aprovecharse cuando existe la hegemonía, es decir, cuando el consenso alcanzado por un sector dirige las formas de comprensión de la realidad y la moral del resto social. Ello había ocurrido durante el final del primer gobierno (2004 – 2007) y la primera mitad del tercer periodo (2011 – 2013). Tampoco se consolidaron las relaciones comerciales con el bloque regional, dejando liberada una zona que ahora se someterá al ALCA. El UNASUR y el Banco del Sur debería haber estado más fortalecido por los países con mayor incidencia económica, es decir: Brasil, Argentina y Venezuela, en ese orden. Esa responsabilidad nos compete, claro está, no en forma unilateral.
No obstante, retomando el planteo original, no debemos perder de vista que estamos asistiendo al exterminio del Estado de una manera encubierta. Los logros alcanzados en forma indubitable por el gobierno kirchnerista, están siendo emplazados hoy por el nuevo gobierno neoconservador popular con la asistencia de los medios hegemónicos y el poder económico concentrado, ambos socios en esta batalla que se propone como cambio cultural. Es un giro claro hacia la derecha que se acompaña con lo que ocurre en la región, si miramos a Brasil o a Venezuela o a Ecuador o a Colombia o a México, ya consolidado en este bloque neoliberal y bastante más ortodoxo por cierto.
Esta forma encubierta de destruir el Estado y los aparatos que sirven a la mejora de la vida social es, quizá, la peor de todas las maneras, porque se hace en nombre de la democracia y de la república, en favor de una supuesta lucha contra la corrupción y la desmesura del Estado elefante que acusa el neoconservadurismo al populismo kirchnerista.
La nueva proscripción (reedición de aquel 4161 de 1956 de la Revolución «fusiladora» que se realizó mediante el ejercicio ilegal e ilegítimo de la fuerza militar, previo bombardeo a plaza abierta) hoy se ejecuta con el consentimiento de las masas, y, lo peor, en contra de ellas mismas.
El cinismo es inentendible. La desquicia social es asombrosa. Deja perplejos a más de un sociólogo y a algún terapeuta, independientemente de sus adscripciones teóricas.
La «gente» (en el nuevo lenguaje político que habitamos) parece permanecer indiferente frente a sus propios logros como pueblo. Ha dejado de defender sus propias conquistas. Ha abandonado su espíritu de lucha y ha resignado su lugar en la historia en favor de un “crédito” (del sintagma “creer”, palabra religiosa si las hay) a un tiempo de gobierno que aún no se ha cumplido. La «gente» dixit: “hay que dejarlo gobernar, si todavía no empezó y ya lo están castigando” (léanse los «K»).
La comunicación popular del actual proceso histórico es altamente eficaz.
Se avasallan derechos, se reprime a los trabajadores, se avisa que se los volverá a reprimir si se manifiestan, se cierran programas de televisión, se expulsan a trabajadores del Estado, se reestrena el cierre de fábricas, se anticipa que se abrirán las importaciones (con el ultra recontra reconocido conocimiento experiencial de que esa medida trae aparejada la desocupación) para bajar los precios y mejorar la competitividad, se elude al Congreso de la Nación operando por decretos sin discusión parlamentaria violando toda norma constitucional del funcionamiento de la democracia, y otras ‘yerbas’. Todo eso se hace en nombre del republicanismo y del diálogo democrático.
Nadie se escandaliza cuando muy suelto de boca, el flamante ministro de Comunicaciones (un nombre ministerial con olor a una etapa oscura de nuestra historia política) expresa que el presidente no puede tener a los medios en contra para lograr sus objetivos políticos.
Los trabajadores agremiados y las centrales obreras han resignado su lugar de combate (una expresión rechazada en el espacio político por su carácter insurgente que, en mi opinión, no habría que dimitir siempre que se conciba pacíficamente) conformándose con las migajas que caen de las mesas de los ricos. Aducen que aún no es tiempo suficiente o que no están dadas las condiciones objetivas (¿cuándo estuvieron?). Quien escribe suscribe a la idea de que las condiciones objetivas y las simbólicas se construyen en el dinamismo de la historia a partir de la interpretación de los acontecimientos que la atraviesan. No se puede esperar a que los trabajadores estén desocupados para ir a luchar por la desocupación. Parece una verdad de perogrullo. Tal vez un oxímoron de la historia social.
Resulta pertinente, aún con el riesgo de caer en cierto aire vanguardista que se quiere evitar, pensar que la conciencia social, ha sido, poco menos (o poco más) que narcotizada por una interminable lista de ficciones mediáticas (unas cuantas con asiento en la realidad, reconozcámoslo) que actuaron con sórdida insistencia en la creación del monstruo «K». La expulsión del periodista Roberto Navarro (acusado de ser kirchnerista) del canal C5N (endilgado de ser kirchnerista) se hace sin ninguna impugnación social ni mediática. Parece que la libertad de prensa tan mentada en la campaña del ex presidente del club azul y oro no se juzga socialmente con la misma vara en un lado que en el otro. Se tiene la cobertura necesaria para operar totalitariamente disfrazado de república.
Las leyes han quedado rezagadas ante el estupor de unos muchos y la indiferencia de la mayoría.
La política aún está analizando cuál será su lugar en los próximos cuatro años de desolación que, en mi opinión, y sin ánimo de ser fatalista, se avecinan.
La derecha – en cualquiera de sus versiones – jamás ha sido democrática. Esa lección la deberíamos haber aprendido. En las postrimerías del siglo XIX se expandió territorialmente mediante la conquista aplastando a los pueblos originarios y a los gauchos, de quienes se reclamaba que no se “ahorrara sangre” en aras del progreso que imponía la historia. En los albores del siglo XX, reprimió con fuerza a los trabajadores rurales informales (donde tiene el acta de nacimiento la Federación Agraria en su esplendoroso “grito de Alcorta”). A mediados del siglo XX sacaron del gobierno a un presidente elegido por la mayoría popular mediante bombardeos, tanques y fusilamientos. Antes habían derrocado a un presidente constitucional, elegido por voto popular inaugurando el ciclo de gobiernos autoritarios que nos caracterizaría durante décadas. Ni qué hablar en las dictaduras que se sucedieron hasta llegar a la más terrible, la del ’76. En los ’80 dieron un golpe económico que le costó a Alfonsín el adelantamiento de la entrega del poder. Con los mismos nombres que hoy transitan en la Casa de Gobierno. En los ’90 devastaron el trabajo, se llevaron al exterior todo o que pudieron, saqueando la Argentina y reprimieron con fuerza la protesta social cuya máxima expresión se condensó en la crisis orgánica del 2001 con los 39 muertos de De la Rúa (hoy apoyando este modelo) y los asesinatos de Kosteki y Santillán de Duhalde (también apoyando este modelo). En aquel macabro 2002, Burzaco era jefe de la policía, hoy, 2015, es ministro de seguridad de Macri.
La derecha no tiene piedad. A la derecha nunca le importaron las clases populares. Más bien se han servido de ellas. Como Awada (la actual esposa del actual presidente), que obtiene buena parte de su fortuna con la explotación laboral de las clases subalternizadas. Las denuncias han sido hechas pero la justicia parece no tener la vista tan tapada como se cree.
La designación de los jueces de la Suprema Corte de Justicia por decreto ha sido frenada. No por el Congreso de la Nación, por cierto ‘inhabilitado’ por estas horas por la pseudo democracia macrista, sino por el oportunismo político y la obstrucción de parte de algunas voces de fuste en materia de derecho y algunos funcionarios que honran su investidura política. A la sociedad parece no interesarle demasiado.
Al borde de la llegada de Papá Noel henchido de una bolsa de regalos y una risa poco amigable para con los niños, la “gente” consume, indiferente, lo que puede, como puede hasta donde puede para cooperar con el obeso barbado que descenderá en las chimeneas humeantes de las casas argentinas entre medio de fuegos artificiales, sidras, panes dulces, confites de chocolate y turrones de maní elaborados en otras latitudes para levantar temperaturas corporales que aquí están sometidas al calor húmedo e inaguantable del verano. Entiéndase que no criticamos a la ciudadanía por su deseo de gastar como le plazca su dinero bien ganado, sino a su incapacidad de advertir que es esta una época particular del año para ejecutar las medidas que van a atentar contra su futuro inmediato, ni bien regresen del merecido descanso… aquellos que se pueden ir, claro está, porque hay de los otros que ni lo pueden pensar siquiera.
La devaluación se hizo – en forma irremediable – en contra de los intereses de los trabajadores y de los asalariados informales sin que mediara una palabra opositora fuerte, sólida, con movilización callejera. Acaso las fuerzas están debilitadas. A Sansón le han cortado el cabello y ha perdido su vigor.
La escalada de precios se inició pero aún con la inercia de salarios que lo pueden sostener. No está lejos el tiempo en que los platillos de la balanza se desequilibren y allí veremos cuál será la posición de los votantes “M”. Si otra vez “piquete y cacerola” o, vaya uno a saber, cuál será la dirección en que saldrá espantado el caballo.
En la Nueva Argentina, la política exterior se dedica a estrechar lazos con el neocolonialismo y a demonizar al populismo del sur en una maniobra preventiva de su futuro retorno. En la servidumbre hacia los poderes fácticos del mundo, Argentina busca quedar bien ante quienes históricamente nos han dominado. Es la internalización del opresor en el oprimido, parafraseando a un famoso pedagogo brasileño inscripto en las luchas libertarias de la América Profunda. En la identificación de clases, la aristocracia o élite dominante se siente más confortable en la mediocridad ante la ignominia opresora que en la solidaridad con los explotados y desarrapados del mundo, parafraseando a otro gigante de la Patria Grande.
Los ceo de las grandes empresas manejan los hilos del poder. Lo hicieron siempre, pero hasta hace poco tiempo atrás existía un estado que le ponía frenos a la ambición siempre desmedida de los poderes concentrados de la economía. Ahora tienen viento a favor. Y navegan más rápido. Lo que antes costaba más esfuerzo ahora lo logran sin moverse demasiado. Monsanto en el ministerio de Agricultura, Shell en el ministerio de Energía, JP Morgan en Economía, otros en otros ministerios, por ahora los más decisorios son estos.
Pero todas estas acciones fueron advertidas a la ciudadanía nativa. Se repitieron hasta el cansancio. Se explicaron oportunamente. A lo mejor, no de la manera más convincente, pues existieron errores comunicacionales y de los otros.
Sin embargo, se sigue esperando. Cabe preguntarse ¿esperar a qué? ¿Se puede esperar que los dos mejores discípulos de Domingo Felipe Cavallo, me refiero a Federico Sturszenegger y a Carlos Melconian, ambos presidentes de los bancos más importantes de la Argentina, el Banco Central y el banco Nación respectivamente, elaboren recetas que sirvan a los intereses de las mayorías? ¿No fueron estos los articuladores del megacanje y del blindaje de 1999 y de 2000 que nos llevaron a las puertas de la crisis social inédita de la Argentina? “El hombre es lo que hace”, es una parte de una frase sartreana.
Para finalizar, nos queda repensar qué queremos como nación. El encono contra el kirchnerismo obnubila la responsabilidad colectiva de reubicarnos como pueblo en la consolidación de un presente y un futuro inclusivo, con justicia social, con ampliación de derechos. Por eso no nos ayuda.
Repensarnos como pueblo implica autoevaluarnos en nuestro proyecto identitario que no puede sustituirse por lo ‘anti’, sino por la capacidad de elaborar una prospectiva que nos fortalezca a todos, en especial a los que más lo necesitan, los desarrapados, los sin techo ni trabajo ni tierra.
La situación actual (y futura) fue advertida, y el que avisa… no traiciona.
*Antonio Nicolau es Profesor de Filosofía, docente e investigador.