Por Walter Barboza
El barrio El Peligro, llamado así porque antiguamente el “cuatrerismo” era moneda corriente en la zona, se encuentra ubicado sobre la Ruta Provincial 36 a cuarenta kilómetros de la ciudad Autónoma de Buenos Aires y a unos 20 del centro de la Ciudad de La Plata. A lo largo de su historia, el mismo tuvo un proceso de migraciones marcado fuertemente por dos momentos: el primero fue el de las familias portuguesas e italianas que llegaron al lugar durante la primera mitad del siglo XX con el objetivo de trabajar la tierra y proyectar un futuro para sus familias. El segundo cuando la tercera generación de esos inmigrantes decidió dejar esas labores para dedicarse al comercio, al arrendamiento de tierras o a seguir una carrera universitaria.
Fue así que ese espacio destinado a la producción quedó bacante, hasta que lentamente comenzó a ser ocupado por inmigrantes provenientes de los países limítrofes: bolivianos y paraguayos se afincaron entonces para dedicarse a la producción hortícola, avícola y a la floricultura que habían sido abandonadas por los primeros moradores.
Ese proceso de migraciones comenzó hace unos veinte años, lo que contribuyó a que el barrio fuera ganando una nueva configuración. La residencia permanente duplicó notablemente el número de pobladores (los primeros hijos de ese proceso de migraciones nacieron en la argentina), a tal punto que en algunos establecimientos educativos, jardines y escuelas, no tienen bacantes por falta de espacio físico.
Es el caso del Jardín 945, que funciona en una sola “aula” que pertenece a la escuela primaria José Hernández (Escuela Primaria 49), ubicada en la Ruta 36 kilómetro 44 y medio de ese barrio. El establecimiento fue fundado hace unos treinta años y desde entonces la comunidad de El Peligro ha trabajado por la construcción de un edificio propio.
En ese pequeño espacio, que hace las veces de dirección, preceptoría, cocina y aula para el dictado de clases, son alojados 60 chicos en dos turnos de treinta alumnos cada uno. Sólo tiene sala de cinco, porque el espacio físico les impide ingresar chicos para las salas menores.
Según una investigación de la Asociación ARBOL, que es la asociación de residentes de origen boliviano en La Plata, “un relevamiento sobre la cartografía social da cuenta de la existencia de más de cien chicos en condiciones de ingresar al jardín y que no tienen posibilidades por la falta de un edificio propio”. Carolina Farías, una de sus integrantes, asegura que ese estudio reveló, además, “que de ese universo hay cerca de setenta que no pudieron ser registrados porque viven en el interior de las fincas en estado de hacinamiento y en el que, se sospecha, serían víctimas de explotación laboral infantil”.
En la asociación ARBOL lo recuerdan perfectamente, porque cuando hicieron el relevamiento “los dueños de las quintas” sólo los dejaron ingresar hasta la puerta. Allí les pusieron una mesa y “los trabajadores rurales iban viniendo de a uno para el censo”, con lo cual en la ONG creen que “hay chiquitos que se quedaron en el interior de las fincas y no vinieron para no ser censados y que podrían estar haciendo trabajos impedidos por la ley”. En ese marco es que hablan de la existencia de una “matrícula oculta”.
El Jardín tiene el terreno, que adquirió la Asociación Cooperador, desde el año 1996, tiempos en los que un vecino de la zona, Héctor Ghiglino, oficiaba como presidente de la misma. Cuenta con planos, presupuesto de obra y aprobación, sin embargo, y a pesar del paso de cuatro gestiones provinciales, los proyectos para su construcción no han prosperado. El lote está ubicado detrás de la Escuela 49 y tiene una superficie de 30 por 40. Los vecinos, con el terreno a disposición, están convencidos de poner la mano de obra, solo les falta la voluntad de los habitantes de la región para la donación de materiales para su construcción.
Sobre la tarea docente, Patricia Sarina, la directora del jardín, explica que “hay una diversidad cultural que obliga a los docentes a aprender de sus alumnos muchos términos en quechua o guaraní, para poder realizar la tarea pedagógica”. En ese sentido señala que “muchos de los padres de los chiquitos o tienen el primario completo o no lo han terminado, con lo cual algunas de las actividades educativas son las de la lectura compartida con la familia, prácticas del lenguajes, o iniciativas vinculadas con el cuidado del medio ambiente y la salud”.
Los padres de los chiquitos, trabajadores rurales de El Peligro, cuentan que además del jardín necesitan resolver otras cuestiones como “el mejoramiento en la frecuencia de los colectivos (pasan cada hora), un puente peatonal para evitar cruzar una ruta muy transitada de camiones y vehículos particulares, o bien un semáforo que detenga la marcha de los automóviles y rodados para que la gente pueda cruzar de un lado a otro”.
En la ONG ARBOL, sostienen que el barrio “creció aceleradamente” y que es hora de empezar a ordenarlo. El Jardín 945, es uno de sus dispositivos.