Llegan de a uno, de a diez, de a cien. De a poco van colmando una plaza que se torna pequeña, chica, ajustada. Es el común de la gente. Vienen con sus estandartes, con la iconografía a cuestas. Los hay militantes, miembros de organizaciones sindicales, sueltos, muchos sueltos. Es que es el día de la despedida. De la vigilia inesperada. Del dolor de la pérdida irreparable. Llego pasada las dos de la tarde y ya hay gente a diestra y siniestra y una larga cola que se extiende desde la Plaza de Mayo a la Avenida 9 de Julio. Sin medias tintas se me hace necesario escribir una crónica en primera persona que pueda traducir, sin la supuesta objetividad de la prensa liberal, las impresiones de un fenómeno de masas que se torna innegable: la despedida del conductor estratégico que dio inicio a una época en la vida política e institucional de la Argentina, Néstor Kichner.
En la plaza la gente deja entrever su tristeza con cierto dejo de alegría y se me ocurre que aquellos micros que llegan desde el oeste, norte y sur de la provincia de Buenos Aires vienen cargados de gente con la esperanza de que este proceso político continuará y que necesariamente se profundizará en el país.
Veo en la plaza compañeros provenientes de todos los sectores sociales. Militantes barriales, hombres de saco y corbata y muchos jóvenes de entre 20 y 30 años. Es curioso pero son muy pocas las crónicas que reparan en este fenómeno. Es quizás uno de los logros más importantes de Kichner: el haber devuelto a la política su sentido; porque seguramente hay entre ellos quienes miraban la política argentina desde la inocencia de los tiempos en los que se pedía “que se vayan todos”.
Pero ahora todo es distinto. Se habla de un proyecto que, aunque a veces se torne difuso por sus contradicciones internas y sus limitaciones en sus definiciones políticas, se conforma a partir de la unidad de un amplio espectro de organizaciones sociales provenientes de distintas perspectivas ideológicas. De eso se trata cuando se habla de un proyecto nacional sostenido a partir de la recuperación y el fortalecimiento del estado y en eso Kirchner fue clave, pues se constituyó en el único hombre con la lucidez suficiente para interpretar las necesidades del momento.
Tardarán, seguramente, los medios de información de alcance nacional y los grupos más concentrados de la economía en comprender la importancia del fenómeno. Tardarán los que expresaron con bocinazos, o gestos de alegría, su odio de clase, o simplemente su envidia a quien con voluntad y coraje dijo lo que otros -los que claudicaron ante la doctrina o fueron temerosos frente la poder concentrado- no pudieron decir o hacer.
Conmueve ver a tanta gente llorando o a esa mujer que, por su condición de clase solamente sería noticia en las páginas policiales de la prensa amarilla, acercarme un volante con la fotografía de Kirchner y algunas precisiones políticas que destacan la importancia de acompañar a Cristina Fernández.
El panorama, tras el primer llamado telefónico que recibo en ese momento en el que me comunican la noticia de su muerte, es desolador. Las primeras llamadas que hago para intercambiar impresiones sobre la situación son del mismo tenor. ¿Y ahora qué? Nos preguntamos. Hay que estar en la Plaza de Mayo para recobrar el significado de su figura, la importancia vital de la etapa inaugurada en el año 2003. Después sabemos el resto: su política de derechos humanos, su capacidad de sintetizar a las distintas expresiones políticas, el desendeudamiento, la reivindicación de los trabajadores, los jubilados, los docentes universitarios, la Corte Suprema de Justicia, la promoción de nuevos cuadros políticos, la integración al proceso de las nuevas generaciones que renegaban de la política, el desarrollo de una política de alcance latinoamericano.
Un líder es un líder y para avanzar y ganarse el respeto de propios y ajenos necesita pelearse con los que haya que pelearse. Si no, no es posible profundizar un proceso democrático como el que vive la argentina, porque ahora son muy pocos los que recuerdan que en el año 2001 la argentina estaba sumergida en una profunda crisis económica, política, de hegemonía y legitimidad. Kirchner pudo contra todo eso, pienso mientras una mujer con la que conversamos ocasionalmente me invita un mate y me cuenta que vino muy temprano desde Florencio Varela.
Son casi las siete de la tarde y sorprendentemente la gente no para de llegar. Es tiempo de partir para comenzar a escribir algunas líneas que, modestas, puedan acercar con el máximo de los respetos algo de lo que allí se pudo vivenciar.
Tomo algunas fotografías que servirán para el archivo personal y para los amigos. Camino por Avenida de Mayo hasta 9 de Julio y hasta la tarde parece acompañar la despedida. Miró a lo lejos por última vez la Casa Rosada. No pude entrar. Entonces levanto una mano imaginaria de despedida, de agradecimiento, a alguien que nos hizo confiar nuevamente en que la política es el mejor instrumento que tenemos para transformar a nuestra sociedad y musito: “¡Hasta siempre compañero Néstor Kirchner. Te vamos a extrañar!